Antonio Bellella: “La vida consagrada cuenta con instrumentos para denunciar y corregir el abuso de poder”

  • El director del Instituto Teológico de Vida Religiosa adelanta las claves de la Jornada de Estudio que se celebra mañana
  • En formato presencial y online, este foro busca ofrecer herramientas para combatir esta amenaza entre los religiosos

Antonio Bellella, director del ITVR

El Instituto Teológico de Vida Religiosa acogerá mañana por la tarde una Jornada de Estudio en doble sesión para dar herramientas frente al abuso de poder y conciencia que puede darse en el  seno de las órdenes y congregaciones, especialmente en el ámbito femenino. Se trata de una iniciativa inédita hasta la fecha, al menos en habla hispana, planificada para dos sábados sucesivos: el 27 de noviembre y el 4 de diciembre.



El director del centro formativo liderado por los claretianos, Antonio Bellella, analiza para Vida Nueva las claves de la primera entrega que se celebrará a partir de las 16:30 horas (España) en modalidad mixta -presencial en la sede madrileña del Instituto y online-. La Junta Directiva de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), amadrinará  a la Ianire Angulo, esclava de la Santísima Eucaristía y profesora de la Universidad Loyola de Andalucía, que desgranará lo que ha definido como “la presencia innombrada”. La matrícula para participar en las dos sesiones es  de 45 euros, mientras que la asistencia a una única sesión es de 25 euros. Para inscribirse pulse aquí.

PREGUNTA.- ¿Cómo surge la idea de esta Jornada de Estudio?

RESPUESTA.- La idea tiene su origen en la sentida preocupación y el compromiso del Instituto Teológico de Vida Religiosa por la protección de menores y adultos vulnerables. La ocasión de ampliar dicho compromiso al campo del abuso de poder y conciencia nació en un diálogo con Jolanta Kafka, presidenta de la UISG. Ella respaldó la propuesta de sumar esfuerzos en la tarea de interpelar a la sensibilidad de los consagrados, haciéndoles caer en la cuenta de la existencia y gravedad de este tipo de abusos, analizándolos y ofreciendo criterios para afrontarlos y evitarlos.

P.- Desde Roma se están poniendo medios para evitar que un fundador -en caso de que sea reciente- o el responsable de un instituto o congregación se perpetúe en el poder. ¿Son suficientes?

R.- El derecho común obliga a establecer turnos y plazos en el gobierno de las congregaciones, que la normativa particular aplica a todos los niveles –local, provincial y general–. Hay una práctica consolidada, de suerte que perpetuarse en el gobierno no es la norma sino la excepción. La intervención de Roma es necesaria para aplicar la excepción y, habitualmente, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica se resiste a que se modifiquen los períodos establecidos. A mi parecer, estos procedimientos son suficientes y se aplican con seriedad. Aun así, por un lado, la progresiva reducción de personal ha incrementado en algunas congregaciones la dificultad para contar con nuevos superiores idóneos. Por otro, todo grupo nuevo tiene ante sí el reto de superar la fascinación que ejerce el fundador/a, así como la crisis que sigue a su sustitución o desaparición. Roma, en todo caso, cumple una función objetivadora imprescindible.

P.- ¿Qué más se puede hacer para sanear las estructuras eclesiales en lo que a la vida consagrada se refiere?

R.- El abuso de poder es endémico y se presenta en cualquier organización; como acabo de decir, la vida consagrada cuenta con instrumentos para denunciarlo y corregirlo. Sin embargo, el abuso de conciencia es difícil que se produzca en ámbitos donde la conciencia personal (el foro interno) no es un elemento relevante. ¿Hasta qué punto la estructura de la vida consagrada, que está obligada a equilibrar el foro interno y el externo, posibilita el abuso de conciencia? No sabría decirlo con exactitud y uno de los objetivos de esta Jornada de Estudio es el de hacer luz sobre la cuestión. El tema es interpelante. Ante todo, conviene ser severo en corregir las situaciones irregulares que puedan presentarse y, después, no se puede bajar la guardia a la hora de afianzar lo ya logrado. ¿Qué se ha logrado? Subrayaría tres aspectos: se ha ido adquiriendo conciencia de que se produce más abuso del que parece y de que hay que llamarlo por su nombre, dada la gravedad que entraña; segundo, se ha ido creciendo en transparencia a la hora de abordarlo; y, finalmente, ha ido aumentando la capacidad crítica individual y colectiva, basada en la obligación moral de valorar, salvaguardar y cuidar a cada persona, además de en el deber de respetar y defender, también estructuralmente, el rol indiscutible de la conciencia personal, especialmente en aquello que concierne al proceso de toma de decisiones.

Manipulación o imposición

P.- Los abusos de conciencia y de poder no son fáciles de detectar a la primera en tanto que suelen comenzar de una forma sutil. ¿Hay algunos signos que permitan hacerlo?

R.- El abuso se presenta cuando algo tan excelente y constitutivo, como es el tejido relacional y su red de dependencias recíprocas, se pervierte por voluntad de poder, por manipulación artera o por imposición arbitraria. El que actúa tiránicamente, tanto en el foro externo como en el interno, cree saber en todo momento lo que conviene al otro, aunque externamente le conceda el beneficio de la audición (distinto del de la escucha) y se emplee a fondo en mostrarse paternalista o maternalista en exceso. Quizá los primeros síntomas que evidencian la aparición de un comportamiento abusivo en el campo del poder y la conciencia sean la oscuridad y la confusión. Quien abusa de su poder o pretende manejar las conciencias huye de la claridad, castiga o corrige a quien protesta ante la aparición de coacciones innecesarias o a quien las expone a una tercera persona; con frecuencia, apela sin necesidad al secreto para manipular a la otra persona. Un ejemplo claro sería el del confesor que prohíbe al penitente hablar con otro sacerdote, o el de la superiora que solo se asesora con quien le da la razón, en cuestiones que atañen el gobierno de su comunidad.

P.- ¿El curso dará herramientas para ello?

R.- Sin duda. Precisamente ese es el objetivo del primer día de la Jornada de Estudio (27N), cuando Ianire Angulo presentará una descripción tipológica de los elementos que favorecen en la vida consagrada la aparición de estas conductas.

P.- ¿Cómo diferenciar un abuso de poder en una comunidad religiosa o en un instituto de un fraile o una monja que simplemente no se lleva bien o no soporta a su superior?

R.- Este tipo de conflictos conciernen a todos, pero se agravan en los grupos en formación y en los monasterios, donde el poder y la autoridad tienden a mezclarse y personalizarse. En las congregaciones con cierto recorrido, es habitual que la autoridad se ejerza subsidiaria y colegialmente. Por un lado, hay posibilidad de apelar a una instancia superior y, por otro, los miembros de los consejos de gobierno suelen reflejar las distintas sensibilidades presentes en sus organismos. No es fácil que todo un consejo provincial o general permita en bloque y por largo tiempo un abuso de poder palmario contra una persona, o se haga cómplice de dicho atropello, dejándose manipular por un consejero y mostrándose unánime en tolerar una situación irregular. No obstante, se dan casos en los que la frontera entre la discrepancia legítima y la desobediencia está desdibujada y, ante ello, el superior puede mostrarse exigente al reclamar la conformidad del religioso, presionándole en exceso para que acate una decisión. Más allá de las situaciones concretas, es fundamental escuchar a todas las partes y posibilitar institucionalmente el ejercicio el arbitraje.

P.- El voto de obediencia, ¿puede ser el principio de ese abuso de autoridad y de conciencia?

R.- No, en absoluto. La obediencia fue durante siglos el único voto que pronunciaban los consagrados, y así sigue siendo en algunas órdenes. Del mismo Jesús se nos dice que fue obediente hasta la muerte. El problema no es pues la obediencia, sino el despotismo desobediente o el manejo artero del sentido de dicho voto, por parte de quien ejerce cualquier clase de poder, aunque sea pequeño. Suelo decir que el mandamiento más incumplido es el segundo: «no dirás el nombre de Dios en vano». Muchos reducen esta seria admonición a no proferir blasfemias o a ser respetuosos con las cosas sagradas. Pero dicho mandato, en su profunda verdad, reclama de la persona creyente un cuidado exquisito, que obliga a no justificarse usando el nombre de Dios según conveniencia. Asimismo, obliga a la purificación del lenguaje, evitando, entre otras cosas, la manipulación de expresiones como «voluntad de Dios», que algunos identifican con el parecer propio o el interés institucional a corto plazo. Obediencia y discernimiento van de la mano, y a este último nunca se llega por imposición.

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