Benito Gallego tiene la tranquilidad asentada de pasar muchas mañanas guarecido en el confesionario de la catedral de Oviedo. Mastica las palabras, las lanza despacio, consciente de que el tema tratado será sometido al examen del lector. Este sacerdote burgalés de 79 años es, desde hace 11, deán-presidente del cabildo catedralicio. También es canónigo penitenciario, lo que le permite tratar con personas menos conflictivas, menos peligrosas, que en su tercer cargo: exorcista. “Porque es persona: esto se encargaba de repetirlo mucho san Pablo VI”. Se refiere al demonio, “que no es un dios malo, sino un ángel caído con inteligencia”.
Antes que él, otros exorcistas han rehusado la invitación de esta revista. Hay cierto secretismo, impuesto en ocasiones por las propias diócesis. Existe el temor a una sobreexposición pública y al acecho de periodistas cargados de preguntas, algunas incisivas, otras caricaturizantes. Aquella película generacional, ‘El exorcista’, es la ilustración de muchos al pensar en este oficio. Pero Gabriele Amorth, el máximo especialista vaticano en la materia, les sacó de la clandestinidad. “Puede ser, el padre Amorth tenía mucha autoridad en esto, aunque a veces exageraba un poco, pienso yo, que no soy quién para juzgar. Unas cosas se parecen y otras nada”.
“El éxito del diablo consiste en hacer creer que no existe”. Este mantra, tantas veces utilizado, difiere de la no comparecencia de los que fueron antes preguntados. “Yo no tengo ningún reparo, pero no nos gusta estar en primera plana de los periódicos. Es verdad que muchas veces se habla como algo tabú, pero no debe ser así”, expone el hombre a quien este verano una iniciativa ciudadana pidió una calle en Oviedo por su “labor callada pero eficaz”, por conseguir que la catedral de Oviedo sea “un motor cultural de primer orden”.
Le llamamos porque hay quien dice que el número de posesiones ha crecido. “Así es, se debe a muchas cosas. Hay mucha gente hispanoamericana. Dirá: ‘Usted será racista. En absoluto. Son culturas más tendentes a caer en cosas de este tipo o, por lo menos, que ellos creen”, asegura el exorcista al que han acudido “una media de dos personas a la semana en el último año”. Hombres y mujeres que sospechan que en su interior albergan al mismísimo diablo. “No sé cuánto es mucho o poco, pero no todos tienen que ver con ese tipo de acechanzas diabólicas o posesiones”.
¿Cómo saber si es así? Si se está endemoniado. “Porque no se tiene voluntad ninguna”, diagnostica, “no es él el que dice, el que hace; pero es mejor que no sea la propia persona quien lo dictamine, porque muchos te lo dicen y ves que no, que es otra cosa”. En otras ocasiones, las que no se acude a él por iniciativa propia, son los propios médicos quienes le mandan a los pacientes.
“Hay bastantes que te envían directa o indirectamente a los pacientes porque no pueden hacer más: ‘Esto ya no es mío’”. Sucede en ocasiones, “cuando ya han sido estudiados, tratados, y por eso vienen aquí, porque llaman”. Describe episodios de “no poder andar de pronto”, y al asomarse a “las resonancias magnéticas o al escáner, no aparece nada”.
Llama la atención que, con mayor frecuencia, quienes reciben los exorcismos son personas practicantes, católicas, posiblemente influidas por una susceptibilidad mayor a la existencia del demonio. “En muchos casos, se ve en los mejores cristianos, incluso en los santos, a los que ha atacado frecuentemente el demonio. Diabolo significa separador. Justamente, son los que él quiere llevarse, porque los que ya están un poco de su parte no necesitan mucho. Es un argumento que uso a menudo en el círculo oportuno”, esgrime Gallego, que cuenta que “alguna vez cada año hay un curso, algún ‘congreso’, donde se habla de dudas que surgen, a alguien más veterano se le hace consultas…”.