“¡Qué afortunados somos de que (la Virgen de Guadalupe) nos corrija el rumbo con ternura; qué afortunados somos de que nos diga a cada uno de nosotros: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
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Estas fueron las palabras del cardenal canadiense Marc Ouellet, delegado del papa Francisco en la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, que concluyó este domingo 28 de noviembre en la Ciudad de México.
Durante una semana, alrededor de dos mil personas, algunas de forma presencial y otras de manera virtual, participaron en esta primera asamblea con la finalidad de descubrir, a luz de Aparecida, los desafíos que tiene actualmente la Iglesia en la región.
En su homilía, el también prefecto para la Congregación de los Obispos dijo a los asambleístas reunidos en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México: “Bajo la mirada de nuestra Madre Morenita, nos recogemos ahora con agradecimiento, alegría y esperanza, pidiéndole que su divino Hijo sea para nosotros, como para ella, nuestro todo, nuestra compañía permanente, nuestro único salvador, nuestro tesoro.
Guadalupana, un oasis en el desierto
El cardenal Ouellet dijo que la Iglesia en América Latina y el Caribe ha acudido al santuario guadalupano como si fuera un oasis en el desierto, “como un pequeño pozo de agua para saciar nuestra sed, para encontrar una mirada materna que nos tranquilice y consuele, para descargar en su regazo nuestras fatigas y quehaceres, y sobre todo, para entregar a la Madre del Cielo y de la Tierra el sueño de una Iglesia sinodal“.
Este sueño –continuó– se está materializando en muchas iniciativas que el papa Francisco va sugiriendo, bendiciendo y acompañando con amor paterno. “En este sentido, nuestra Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe es un signo profético que revela un despertar de la fe en el Espíritu Santo, que enciende el amor por todo ser humano, sobre todo por los más débiles, vulnerables y marginados”.
Señaló que los días de encuentro durante la semana pasada ayudaron a fraguar aún más la unidad de “un continente cristiano, mariano y cada vez más sinodal”, e hizo votos para que en América Latina y el Caribe haya más progresos “en la vivencia del amor, de la escucha de la diversidad, de la paciencia para integrar la participación de todos en la alegría que brota de la comunión fraterna y sinodal”.
“Nuestra presencia aquí –concluyó– da testimonio de que el anuncio de la Virgen mestiza a san Juan Diego sigue más actual que nunca y produciendo nuevos frutos de comunión, participación y misión, conforme a la naturaleza sinodal de la Iglesia”.