Los jóvenes reclaman “más calle” a la Iglesia

Los jóvenes reclaman “más calle” a la Iglesia

Me llegó uno de los chicos de Scholas y me dijo: ‘¿Qué haces la semana que viene?’. Le respondí que tenía exámenes y que hacer cosas… Entonces, me preguntó qué me parecía irme a Roma a conocer al Papa”. Ángela Díaz tiene 20 años y no dudó en decir ‘sí’ a la propuesta. Estudia un doble grado en Inteligencia de Negocios y Administración de Empresas en la Universidad CEU San Pablo de Madrid. “No me lo creía. Le agradecí mil veces a quien me brindó la oportunidad”.



Era jueves, 18 de noviembre. Cuatro días después, voló hacia Roma. Allí estuvo hasta el viernes, en el Pontificio Collegio Internazionale Maria Mater Ecclesiae, compartiendo una intensa convivencia con decenas de jóvenes de entre 16 y 27 años llegados de todo el mundo. Un ‘mini-Erasmus’ católico y formativo, diferente, que culminó en un encuentro familiar con el papa Francisco. Había chavales de Panamá, Sudáfrica, Nigeria, Irak, Australia, Argentina…

Los había matriculados en las mejores universidades y otros excluidos del sistema. Algunos pobres y otros ricos. Unos residen en su barrio de toda la vida y otros buscan asilo político. Todos congregados durante una semana por Scholas Occurrentes, la fundación canónica privada que depende de la Congregación para el Clero, que impulsó el propio Francisco en 2013 y cuyas primeras escuelas adheridas fueron inscritas por los futbolistas Leo Messi y Gianluigi Buffon tras un partido homenaje al Papa.

Aventura sorprendente

“Fue algo increíble, muy bonito y enriquecedor”, cuenta Ángela sobre la experiencia vivida junto a personas “muy distintas” que desarrollaron “un proyecto en cada uno de los talleres”. Ella optó por el de pintura, las otras alternativas eran música y teatro. En este último participó Lucas Ponce, un joven vasco de la misma edad que estudia Ciencias Políticas en el CEU Cardenal Herrera de Valencia. Cerró la terna española un chaval catalán que participó en el módulo restante. Lucas habla de “aventura sorprendente”, en la que no “esperaba encontrarse con tantísima cantidad y variedad de gente: ¡hasta 35 nacionalidades diferentes!”.

Tras la jornada inicial, todo despegó rápido. La experiencia fue a más, según se fue cohesionando un grupo que se relacionaba en el idioma que pillaba y que ya tiene su grupito de WhatsApp. “Al pasar los días, nos fuimos abriendo y disfrutando hasta acabar bailando canciones de Mozambique o los bailes típicos de Perú”, ilustra Lucas. Él fue uno de los participantes en la obra Los rostros de la pandemia, representada ante el Santo Padre. “Allí conjugamos los talleres de pintura, de música y de teatro, pusimos las tres cosas en común e hicimos una representación muda y sin poder movernos, a la que poco a poco se iban sumando los distintos actores”.

Máscara para expresar

En las imágenes que han trascendido del encuentro, se observa al Papa serio y atento a la puesta en escena. “Era un simbolismo para expresar el hartazgo un poco de los jóvenes”, explica Lucas, que reclama que “se les escuche más, que si dicen que somos el futuro que también seamos el presente”. “Una comunidad sin creatividad es una máscara como esta”, ejemplificó el Papa, mientras sostenía una careta pulcra, todavía sin pintar, que le ofrecieron los chavales para que la caracterizara con sus emociones. “La creatividad es aquello que te impulsa, es un riesgo. Una comunidad sin creatividad es una máscara en donde todos tienen uniformada la cara y uniformado el corazón, donde se apagan los sentimientos y las emociones”.

Ellos ya lo habían hecho la noche antes. “Le dimos una máscara porque todos las llevábamos. La noche anterior tuvimos una sesión donde hablamos más íntimamente con cada persona y, entonces, dibujábamos la máscara con aquello que nos había transmitido quien teníamos enfrente. Cada uno en la máscara llevaba el dolor de la otra persona”, explica Lucas.

“Yo lo interpreté como una manera de decir: ‘Mira, no soy nadie, pero, a la vez, soy la voz de muchos jóvenes’”. Al Papa también se le invitó a dibujar la suya. Le pintó los labios, una sonrisa, y escribió en su frente: “Sonríe”, porque “la capacidad de sonreír, no solo con la cara sino con el corazón, es estar abierto a los demás, en el riesgo de la vida, sin miedo”, explicó.

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