Un olivo ha servido a Francisco como imagen alegórica para reflexionar sobre la necesaria unidad entre los cristianos en su peregrinación en tierras helenas. El Papa ha mantenido un encuentro privado esta tarde con Hieronymos II, arzobispo de Atenas y toda Grecia, en el arzobispado ortodoxo. Pero luego se han vuelto a encontrar junto a sus respectivos séquitos para dedicarse unas palabras.
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Tras recordar su encuentro en Lesbos hace cinco años –”en la emergencia de uno de los dramas más grandes de nuestro tiempo, el de tantos hermanos y hermanas migrantes que no pueden ser dejados en la indiferencia y vistos solo como una carga que hay que gestionar o, todavía peor, que hay que delegar a otro–, el Papa ha comenzado su discurso recalcando que “ahora volvemos a encontrarnos para compartir la alegría de la fraternidad y mirar al Mediterráneo que nos rodea no solo como un lugar que preocupa y divide, sino también como un mar que nos une”.
Ya centrado en los “olivos centenarios que aúnan estas tierras”, Jorge Mario Bergoglio ha hecho hincapié en “las raíces que compartimos”, que “son subterráneas, están escondidas, a menudo descuidadas, pero existen y lo sostienen todo”. “¿Cuáles son nuestras raíces comunes que han atravesado los siglos?”, se ha preguntado, para luego responder: “Son las raíces apostólicas. Estas raíces, que han crecido de la semilla del Evangelio, comenzaron a dar grandes frutos precisamente en la cultura helénica”.
Y ha proseguido: “Lamentablemente, después hemos crecido alejados: nos han contaminado venenos mortales, la cizaña de la sospecha aumentó la distancia y dejamos de cultivar la comunión. Con vergüenza reconozco acciones y decisiones que tienen poco o nada que ver con Jesús y con el Evangelio, basadas más bien en la sed de ganancias y de poder, que han hecho marchitar la comunión. De este modo hemos dejado que la fecundidad estuviera amenazada por las divisiones”.
En este sentido, el Pontífice ha agregado: “La historia tiene su peso y hoy aquí siento la necesidad de renovar la súplica de perdón a Dios y a los hermanos por los errores que han cometido tantos católicos. Pero es un gran consuelo la certeza de saber que nuestras raíces son apostólicas y que, no obstante las distorsiones del tiempo, la planta de Dios crece y da frutos en el mismo Espíritu. Y es una gracia que reconozcamos los unos los frutos de los otros y que juntos agradezcamos al Señor por ello”.
Como ha indicado el Papa, “el fruto final del árbol de olivo es el aceite, ese aceite que tiempo atrás se contenía en preciosos vasos y recipientes, que abundan entre los tesoros arqueológicos de este país. El aceite ha proporcionado la luz que iluminó las noches de la antigüedad. A nosotros, el aceite nos evoca al Espíritu Santo, que dio a luz a la Iglesia. Solo Él, con su esplendor que no conoce el ocaso, puede disipar las oscuridades e iluminar los pasos de nuestro camino”.
El Espíritu Santo es aceite de comunión
En primer lugar, “el Espíritu Santo es, sobre todo, aceite de comunión. Cuánto se necesita hoy reconocer el valor único que resplandece en todo hombre, en cada hermano. Reconocer esta característica común de la humanidad es el punto de partida para edificar la comunión”, porque “la comunión entre los hermanos trae consigo la bendición divina. El Espíritu que se derrama en las mentes nos impulsa en efecto a una fraternidad más intensa”, ha afirmado.
Por eso, “no nos tengamos miedo, ayudémonos a adorar a Dios y a servir al prójimo, sin hacer proselitismo y respetando plenamente la libertad de los demás. Rezo para que el Espíritu de caridad venza nuestras resistencias y nos haga constructores de comunión”.
Por otra parte, se ha preguntado: “¿Cómo podemos dar testimonio al mundo de la concordia del Evangelio si nosotros cristianos todavía estamos separados? ¿Cómo podemos anunciar el amor de Cristo que reúne a las gentes, si no estamos unidos entre nosotros?”. Y ha continuado: “Muchos pasos se han realizado para encontrarnos. Invoquemos al Espíritu de comunión para que nos impulse en sus caminos y nos ayude a fundar la comunión no en base a cálculos, estrategias y conveniencias, sino sobre el único modelo al que hemos de mirar: la Santísima Trinidad”.
El Espíritu Santo es aceite de sabiduría
En segundo lugar, “el Espíritu es aceite de sabiduría”. “Él ungió a Cristo y desea inspirar a los cristianos. Dóciles a su sabiduría humilde, crecemos en el conocimiento de Dios y nos abrimos a los demás. Quisiera en este sentido expresar mi reconocimiento por la importancia que da esta Iglesia ortodoxa, heredera de la primera gran inculturación de la fe, a la formación y a la preparación teológica”, ha indicado señalando los muchos avances comunes en este sentido. “¡Que el Espíritu nos ayude a proseguir con sabiduría en estos caminos!”, ha sentenciado.
El Espíritu Santo es aceite de consolación
En tercer lugar, “el mismo Espíritu es aceite de consolación, bálsamo del alma, curación de nuestras heridas. Y Él todavía nos impulsa para que nos hagamos cargo de los más débiles y los más pobres, y para que su causa se dé a conocer al mundo”.
De hecho, “aquí, como en cualquier otro sitio, ha sido indispensable el apoyo ofrecido a los más necesitados durante los períodos más duros de la crisis económica. Desarrollemos juntos formas de cooperación en la caridad, abrámonos y colaboremos en cuestiones de carácter ético y social para servir a los hombres de nuestro tiempo y llevarles la consolación del Evangelio. En efecto, el Espíritu nos llama, hoy más que en el pasado, a curar las heridas de la humanidad con el óleo de la caridad”.
Por otro lado, el Papa ha recordado cómo “Cristo mismo pidió a los suyos, en el momento de la angustia, el consuelo de la cercanía y la oración”. “La imagen del aceite nos conduce así al huerto de los olivos. Para llevar al mundo el consuelo de Dios y sanar nuestras relaciones heridas se necesita que recemos unos por otros”, ha agregado.
Así, el Papa ha pedido “que venga sobre nosotros el Espíritu del Crucificado Resucitado, que nos ayude a no quedarnos paralizados por la negatividad y los prejuicios del pasado, sino a mirar la realidad con ojos nuevos. Entonces, las tribulaciones de ayer dejarán espacio a las consolaciones del presente, y seremos confortados por tesoros de gracia que redescubriremos en los hermanos. Como católicos, acabamos de comenzar un itinerario para profundizar la sinodalidad y sentimos que tenemos que aprender mucho de ustedes; lo deseamos con sinceridad”.