Ha permanecido en la isla pocas horas, pero Francisco no las olvidará: ha estrechado tantas manos, ha visto tantos ojos tristes, ha besado a cuantos niños se le acercaban, ha compartido muchas esperanzas y ha pronunciado uno de sus discursos más radicales sobre el problema de la crisis migratoria.
En el campamento de Moria –uno de los más grandes de la isla de Lesbos (Grecia)– la jornada comenzó muy pronto, apenas despuntada el alba; todas las medidas de seguridad ya estaban en marcha desde días antes, pero se intensificaron en vísperas de la llegada del Papa; los 2.500 “residentes” –la mayoría de ellos afganos, pero también provenientes de otros países africanos o asiáticos– se habían endomingado dentro de sus modestísimas posibilidades. A la entrada de las tiendas donde unos 50 de ellos iban a poder asistir al encuentro con Jorge Mario Bergoglio eran entrevistados por periodistas que querían saber las circunstancias de su viaje, los planes de vida o de supervivencia, las pérdidas dejadas atrás con dolor y tristeza.
La ciudad de Mitilene –capital de la isla del mar egeo– ha mostrado una cierta indiferencia ante la segunda venida de tan ilustre huésped (acompañado, por cierto, por la presidente de la República helénica), ya que soportan, en buena parte, los inconvenientes de la vecindad con el eufemísticamente llamado Centro de recepción e identificación de Refugiados; hay que reconocerles, sin embargo, que no han protagonizado ninguna marcha de rechazo o de xenofobia. A la entrada pudimos incluso ver una pancarta de bienvenida a Francisco.
El discurso papal no tiene desperdicio. Yo escogería esta frase: “Superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes son marginados. Enfrentémonos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales que se convierten en medida y criterio de todo”.
Hablando frente a las costas del Mediterráneo ha dicho: “No dejemos que el ‘mare nostrum’ se convierta en un desolador ‘mare mortuum’ (mar de muertos) ni que este lugar de encuentro se vuelva en un escenario de conflictos. No permitamos que este ‘mar de los recuerdos’ se transforme en el ‘mar del olvido’. Les suplico, detengamos este naufragio de civilización”.