“Hermanas, hermanos, estoy nuevamente aquí para encontrarme con ustedes; estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas”. Con estas palabras ha comenzado el papa Francisco su alocución dirigida a los miles de refugiados que sobreviven en el Centro de Recepción e Identificación de Mitilene (Lesbos).
El Pontífice ha mostrado durante su visita dos sentimientos: felicidad y tristeza. Sí, a la vez. Primero uno, después otro, vuelta al primero y de nuevo al segundo. Felicidad que irradiaba su rostro mientras saludaba a las decenas de personas –de mayoría musulmana– que esperaban el abrazo de Jorge Mario Bergoglio. Su cara se iluminaba al detenerse con cada niño. Sin embargo, la tristeza fue más que evidente, a veces mezclada con enfado, durante su discurso. Han pasado cinco años desde su primera visita a Lesbos. ¿Qué ha cambiado? “Poco”.
“La migración es un problema del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos. Mientras se llevan adelante las vacunaciones a nivel planetario y –aun en medio de muchos retrasos e incertezas– algo parece que se está moviendo en la lucha contra el cambio climático, todo parece terriblemente opaco en lo que se refiere a las migraciones. Y, sin embargo, están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que solo será sereno si está integrado. El futuro solo será próspero si se reconcilia con los más débiles”, ha clamado el Papa.
Francisco ha sido muy directo al afirmar que “cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz. Cierres y nacionalismos –nos enseña la historia– llevan a consecuencias desastrosas. Es una ilusión pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta. El futuro nos pondrá cada vez más en contacto unos con otros; para orientarlo hacia el bien no sirven acciones unilaterales, sino políticas más amplias”.
En el mismo sentido, ha agregado: “La historia, repito, nos enseña, pero todavía no hemos aprendido. Que no se vuelvan las espaldas a la realidad, que termine el continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese solo una carga inútil que alguno se ve obligado a soportar”.
Bergoglio, que en todo momento se ha dirigido a ellos llamándolos “hermanos”, es el gran líder mundial de comienzos de este siglo que no ha cerrado los ojos antes esta realidad. Es más, cada vez que tiene oportunidad, les mira a los ojos. ¿Qué le dicen? “Sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas”, ha dicho con rotundidad.
En este domingo, “ruego a Dios que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo. Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo”, ha completado.
Pese a su desazón por el “poco” cambio respecto a la cuestión migratoria en estos cinco años, Francisco ha celebrado que “muchos se han comprometido en la acogida y en la integración, y quisiera agradecer a los numerosos voluntarios y a cuantos, a todo nivel –institucional, social, caritativo–, han asumido grandes esfuerzos, haciéndose cargo de las personas y de la cuestión migratoria”.
Asimismo, “reconozco el compromiso en la financiación y construcción de dignas estructuras de acogida y agradezco de corazón a la población local por todo el bien que ha hecho y los numerosos sacrificios que han aceptado. Pero debemos admitir amargamente que este país, como otros, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe”, ha agregado.
“¡Cuántas condiciones indignas del hombre –ha continuado–! ¡Cuántos puntos críticos donde los migrantes y refugiados viven en situaciones límite, sin vislumbrar soluciones en el horizonte! Y, sin embargo, el respeto a las personas y a los derechos humanos –especialmente en el continente que no cesa de promoverlos en el mundo– debería ser salvaguardado siempre, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo”.
Como ha puesto de manifiesto el Pontífice, “es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros. Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre”.
El Papa ha clamado también contra las ideologías y la xenofobia. “En varias sociedades los conceptos de seguridad y solidaridad, local y universal, tradición y apertura se están oponiendo de modo ideológico. Más que sostener unas ideas, puede ayudar partir de la realidad, detenerse, ampliar la mirada, sumergirse en los problemas de la mayoría de la humanidad, de tantas poblaciones víctimas de emergencias humanitarias que no han provocado sino solo padecido, a menudo después de largas historias de explotación todavía en curso”, ha explicado.
Del mismo modo, ha proseguido: “Es fácil arrastrar a la opinión pública fomentando el miedo al otro; ¿por qué, en cambio, con el mismo tono, no se habla de la explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas, o de los acuerdos económicos que se hacen a costa de la gente, o de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio? Hay que enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias de ello, siendo además usadas como propaganda política”.
Según ha señalado Bergoglio, “para remover las causas profundas no se puede solo resolver las emergencias. Se necesitan acciones concertadas. Es necesario acercarse a los cambios históricos con amplitud de miras”. Porque “no hay respuestas fáciles para problemas complejos; existe más bien la necesidad de acompañar los procesos desde dentro, para superar los guetos y favorecer una lenta e indispensable integración, para acoger las culturas y las tradiciones de los otros de una manera fraterna y responsable”, ha indicado.
Sobre todo, “si queremos recomenzar –ha aseverado–, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. No escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas”.
“El Mediterráneo, que durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Esta gran cuenca de agua, cuna de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte. ¡No dejemos que el ‘mare nostrum’ se convierta en un desolador ‘mare mortuum’, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos! No permitamos que este ‘mar de los recuerdos’ se transforme en el ‘mar del olvido’. Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!”, ha afirmado.
El Papa, en alusión directa a los cristianos, se ha expresado así: “Dios se hizo hombre en las orillas de este mar. Él nos ama como hijos y quiere que seamos hermanos. Y, en cambio, ofendemos a Dios, despreciando al hombre creado a su imagen, dejándolo a merced de las olas, en la marea de la indiferencia, a veces justificada incluso en nombre de presuntos valores cristianos”.
“La fe nos pide compasión y misericordia, exhorta a la hospitalidad, a aquella filoxenia que impregnó la cultura clásica, encontrando luego en Jesús su propia manifestación definitiva. No es ideología religiosa, son raíces cristianas concretas. Jesús afirma solemnemente que está allí, en el forastero, en el refugiado, en el que está desnudo y hambriento; y el programa cristiano es estar donde está Jesús”, ha destacado.
Antes de concluir su mensaje, el Papa ha pedido a la Virgen María que “nos abra los ojos ante los sufrimientos de los hermanos”. “Ella se puso en camino rápidamente al encuentro de su prima Isabel, que estaba encinta. ¡Cuántas madres embarazadas encontraron la muerte rápidamente, estando de viaje, mientras llevaban la vida en su vientre! Que la Madre de Dios nos ayude a tener una mirada materna, que ve en los hombres hijos de Dios, hermanas y hermanos que acoger, proteger, promover e integrar; y a amar con ternura. Que María Santísima nos enseñe a anteponer la realidad del hombre a las ideas e ideologías, y a dar pasos ágiles al encuentro del que sufre”, ha subrayado ante el caluroso aplauso de quienes le escuchaban, que no pueden esperar cinco años más sin que nada pase. Han sido palabras de desesperación, cansancio, de clamar y pedir humanidad y obtener siempre la misma respuesta: nada. Hoy Dios ha llorado.