Ómicron, la nueva variante del coronavirus que ha vuelto a desatar la alarma mundial, se ha detectado por primera vez en Sudáfrica, un país donde la tasa de vacunación se sitúa todavía en torno al 25%. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), este dato pone de manifiesto la urgencia de una mejor distribución de las vacunas para evitar mutaciones peligrosas.
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“A mayor desigualdad en el reparto de las vacunas, más oportunidades hay de que el virus se transmita y que, con ello, mute su estructura”, alertaba recientemente este organismo en su cuenta oficial de Twitter.
“Solo evitaremos que surjan nuevas variantes si somos capaces de proteger a toda la población mundial, no solo a las partes mas prósperas”, advertía también en un comunicado la Alianza para las Vacunas, que junto a la propia OMS distribuye dosis contra el COVID-19 a países en desarrollo a través de la plataforma COVAX.
“Que en los países ricos se disponga de una tercera dosis y que en los países empobrecidos no esté vacunado ni el 2% de la población, nos muestra, una vez más, que la solidaridad no es una actitud que distinga a nuestro mundo”, se lamenta María José Hernando desde el Departamento de Estudios de Manos Unidas, a propósito del ‘efecto bumerán’ que se está produciendo en el Norte y en Occidente por no haber facilitado una vacunación universal, al alcance de todos.
Solidaridad imprescindible
En comunicación con Vida Nueva, esta técnico de la ONG católica defiende la necesidad de “una distribución global de las vacunas para frenar los contagios”. “Pero, para eso –añade–, hay que habilitar los medios para que los países con menos recursos tengan acceso a ellas”. Dicho de otro modo, “la solidaridad se muestra imprescindible”. Lo cual pasa por situarla “en el centro y, con ella, a las personas más vulnerables”, adoptando medidas tales como la “liberalización de patentes, la apertura a compartir dosis que no se van a utilizar en el presente…”.