“Algo que llama la atención es el debilitamiento de la Compañía de Jesús. Cuando yo entré al noviciado éramos 33.000 jesuitas. ¿Cuántos somos hoy? Más o menos la mitad. Y seguiremos disminuyendo en número. Es un dato común para muchas órdenes y congregaciones religiosas. Tiene un significado, y nosotros debemos preguntarnos cuál es”. Así se expresó el papa Francisco durante su conversación con los jesuitas de Grecia durante su reciente viaje a tierras helenas y a Chipre, tal y como comparte ahora el jesuita Antonio Spadaro en La Civiltà Cattolica.
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“En definitiva –prosiguió–, esta disminución no depende de nosotros. La vocación la manda el Señor. Si no llega, no depende de nosotros. El Señor nos está dando una lección a la Vida Religiosa. El jesuita no puede quedarse en el nivel de la explicación sociológica para entender la crisis vocacional”.
Durante la conversación, que se extendió por una hora, cada uno se presentó contando algo de sí mismo e iniciando un breve diálogo con Francisco, quien les pidió que le hicieran preguntas de manera libre y espontánea.
Los hermanos “ven debajo del agua”
Hablando también sobre las vocaciones, Jorge Mario Bergoglio quiso hacerles una confesión de su etapa como provincial de los jesuitas en Argentina. “Tenía que pedir información para la admisión de jesuitas al orden sacerdotal, y me daba cuenta de que la mejor información la daban los hermanos. Recuerdo que una vez había un estudiante de Teología que estaba terminando sus estudios y era especialmente capaz, inteligente y simpático. Pero los hermanos me dijeron: ‘Tenga cuidado, mándelo a trabajar un poco antes de ordenarlo’. Ellos ‘veían debajo del agua'”, explicó.
“Me pregunto por qué los hermanos jesuitas tienen esa capacidad de entender lo esencial de la vida –continuó–. Quizás porque saben combinar la afectividad con el trabajo de las manos. Tocan la realidad con las manos. Nosotros, los sacerdotes, a veces somos abstractos. Los hermanos son concretos y entienden bien los conflictos, las dificultades: tienen buen ojo. Cuando se habla de la ‘promoción’ de un hermano, es siempre necesario considerar que todo –incluso los estudios– debe pensarse como un instrumento para su vocación, que va mucho más allá de las cosas que sabe”.
Por otro lado, el padre Pierre Chongk Tzoun-Chan, coreano, jesuita desde hace 21 años, le comentó al Pontífice que era colaborador del Centro Arrupe, un instituto para niños refugiados que él mismo fundó. Sobre esto, el Papa hizo esta reflexión: “Cuando uno da comienzo a un proceso, debe dejar que se desarrolle, que la obra crezca, y luego retirarse. Todos los jesuitas tienen que hacer lo mismo. Ninguna obra les pertenece, porque son del Señor. De esa forma expresa la indiferencia creativa. Debe ser padre, y dejar que el niño crezca”.
Y añadió: “Esta es una gran actitud: hacer todo bien y luego retirarse, sin ser posesivo. Hay que ser padres, no patrones, tener la fecundidad del padre. Ignacio dice una cosa maravillosa en las Constituciones: que los grandes principios tienen que encarnarse en las circunstancias de lugar, tiempo y personas. Y esto gracias al discernimiento. Un jesuita que actúa sin discernir no es un jesuita”.
La alegría de la vejez
En otra de sus intervenciones, el Papa habló sobre la alegría de la vejez. “El final de un jesuita es llegar a la vejez lleno de trabajo, tal vez cansado, lleno de contradicciones, pero con una sonrisa, con la alegría del trabajo hecho. Este es el gran cansancio de un hombre que ha dado su vida. Hay un cansancio feo, neurótico, que no ayuda. Pero hay un buen cansancio. Cuando se ve esta vejez sonriente, cansada, pero no amarga, uno escucha un canto de esperanza en ustedes”.
Para Francisco, “un jesuita que alcanza nuestra edad y sigue trabajando, sufriendo contradicciones sin perder la sonrisa, se convierte entonces en un canto de esperanza”, dijo antes de despedirse y recibir un regalo: un cuadro hecho por jóvenes del Servicio Jesuita a Refugiados.