Se escuchan las primeras notas. Se adivina la melodía. ¿Cómo te podré pagar tanto bien como me has hecho? Salmo de agradecimiento por 50 años de pentagramas que entonan en la penumbra del teatro. Apenas se distingue el rostro de la familia Morales Escala en estos compases de inicio. Nunca han buscado que se pusiera la mirada en ellos, sino ser cauce desdibujado para escuchar y ver a quien ellos cantan.
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Nunca han sido gente de escenario y han huido del foco, porque prefirieron situarse a pie de banco de parroquia, en un lado en las capillas de los colegios, a las afueras de Niebla. Que sea mi vida la sal, Sé fiel a la verdad, Dame vida… Elijan el estribillo que se coló en el Spotify de su alma para quedarse anclado como playlist imprescindible cada vez que las palabras no son capaces de expresar lo que en Brotes de Olivo fluye como propio.
Música que es oración
El grupo suma cinco décadas y tocaba cumplirlas con la banda sinfónica de Huelva para reafirmar el empaque de una música que es oración, se escuche o se entone en el metro o en un camino pedregoso de Akonibe. Porque sus melodías se han colado por templos y misiones de todo el planeta, tanto de quien necesitaba gritar Maranathá como de aquellos que, un día tras otro, se ponen al pie del sagrario para susurrar con una lágrima a tiro
En mi debilidad me haces fuerte. En poco más de hora y media de concierto, apenas hubo hueco para repasar tanto cancionero trillado en misas, pascuas, campamentos, tantas cintas de casete piratas rebobinadas con boli Bic y tantos acordes de guitarra trapicheados para contagiar ese Sé que voy contigo con el que hicieron mutis por el foro. Porque sin Brotes no se entiende la música católica en español hoy, ni un ser y hacer en la Iglesia y en el mundo que huye de postureos.