Uno de los acuerdos tras el final de la I Guerra Mundial fue la división de la colonia alemana de Camerún entre Francia y Reino Unido. Una partición que dejó una herida en una tierra llena de variedades y contrastes –con más de 200 grupos étnicos y lingüísticos– que acabaría unificándose, en falso, en 1972.
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Tan en falso que la presión secesionista de los territorios anglófonos desató una guerra por la independencia de la llamada república de Ambazonia que dura desde 2017. La minoría anglófona, un 20% de la población, denuncia estar marginada por la clase dirigente francófona. Y en esta espiral de violencia no dejan de ser habituales los ataques a objetivos vinculados a la Iglesia católica.
Uno de los últimos casos más sonados se produjo el 24 de noviembre con el asesinato de tres estudiantes y un profesor en un colegio de Ekondo Titi. La Conferencia Episcopal Provincial de Bamenda condenó el ataque, advirtiendo que “estas víctimas inocentes no son la causa de la crisis sociopolítica y su muerte no puede ser la solución”.
Llueve sobre mojado
Y es que llueve sobre mojado. Semanas atrás, una niña de seis años murió después de que un policía de Buea abriera fuego contra el coche en el que viajaba. No mucho antes, el 20 de agosto, un alumno de siete años de una escuela católica en la Diócesis de Kumbo murió por una bala perdida, ya que soldados de ambos bandos abrieron fuego cerca del centro educativo.
Otra institución católica sacudida recientemente es el hospital de la Archidiócesis de Bamenda, asaltada por militares el 14 de noviembre en busca de un presunto combatiente separatista. Entraron con tres coches blindados y trajes de combate desatando el pánico entre los pacientes y las religiosas encargadas del centro, que debieron presentar todos sus registros a los soldados mientras estos intervenían el paritorio y amenazaban a las monjas y al personal del hospital.