De vez en cuando, Pary Gul atisba tímidamente una sonrisa. Pero es un instante. Como cuando se arregla el velo rosa que cubre su cabeza. Entonces esa expresión indescifrable regresa inmediatamente. Como alguien que está en paz, pero dispuesto a defenderse de lo que venga porque ha estado en guardia desde que nació.
Tiene cincuenta y siete años, es madre de cinco hijos, todas mujeres, dos de las cuales están casadas. Vió cómo los talibanes se llevaban a su marido, del que no sabe nada. Solo cuando habla sobre él se viene abajo esa firmeza que emana de todo su cuerpo. Y entonces llora.
Estamos en Roma, en una casa que la Fundación Meet Human ha encontrado temporalmente para ella y su familia (14 en total, incluidos 7 niños). Todos acaban de llegar de Kabul. Por razones de seguridad, no podemos dar el nombre del marido, ni de las hijas, ni de sus nietos ni mostrar sus rostros. Están a salvo, pero siguen en la lista negra de los que querían matarlos en Kabul. Y aún reciben amenazas. Incluso la localidad donde viven ahora, cerca de Bérgamo, no puede ser revelada.
La Fundación Meet Human les ha encontrado un hogar permanente y les está ayudando a comenzar una nueva vida. Las hijas de Pary Gul comenzarán cursos de peluquería y cocina, los maridos recibirán ayuda para encontrar trabajo como conductores y mecánicos, profesión que tenían en Kabul. Los niños volverán a la escuela, algunos al jardín de infancia, otros a la escuela primaria o secundaria. Niños y adultos reciben todos los días clases de italiano. Y todo con la ayuda de la Providencia.
“Hemos decidido, –explica Francesco Napoli, de la Fundación–, no utilizar fondos públicos para hacer frente a los aspectos económicos de su acogida, sino solicitar una contribución a los que quieran darla libremente. Apostamos por la solidaridad y la caridad para afirmar el único motivo de nuestra acción y es que nada puede responder al deseo de felicidad del corazón del hombre si no es quien lo ha hecho”.
Aunque la vida comienza de nuevo para ellos, las heridas permanecen. Pary Gul escapó, su esposo quizás está muerto y los miembros de su familia son perseguidos por ser cristianos. Una pertenencia que, sumada al hecho de que son mujeres, las ha convertido en el objetivo del Afganistán actual. Aunque para ella no es nada nuevo. Recuerda cuando los talibanes estuvieron en el poder en los 90, antes de la llegada de los estadounidenses.
Tampoco después para los cristianos las cosas cambiaron porque no se construyeron iglesias ni tuvieron la posibilidad de ir a misa. Ella y su familia nunca han dejado de ser cristianos. Sus abuelos ya lo eran, aunque no podían decirlo. Le preguntamos cómo es posible vivir una fe que no se puede manifestar y por la cual arriesgas tu vida. Le preguntamos si no es más fácil abandonarla. Y su respuesta es una mirada de asombro.
Y después: “Nunca pensé en convertirme, no. Mi temor era que supieran que éramos cristianos y nos torturaran. Podría haberme convertido para vivir más tranquila. Pero quería ser fiel a mi fe. Rezábamos interiormente. Para mí, ser cristiana significa ser feliz, estar en paz. Como cuando conocí al Papa Francisco. Fue como volver a nacer”.
Les salvó, trayéndolos a Italia, su amigo Alì Ehsani, periodista y escritor afgano de 32 años, que huyó de Kabul con 13 años. “Hace 6 meses conocí a una hija de Pary Gul en Internet. Al principio pensó que yo era un espía. Luego se fue creando un clima de confianza, le dije que era cristiano y me dijo que ella y su familia también. Entonces comencé a enviarles la misa por WhatsApp”, explica el joven. El 14 de agosto, el portero de su casa escuchó los cantos litúrgicos provenientes del teléfono móvil y les preguntó si eran cristianos. Al día siguiente, los talibanes irrumpieron en la casa y secuestraron al marido de Pary Gul.
Comprendieron que tenían los días contados y huyeron. Se refugiaron en un sótano. Avisaron entonces a Alì, quien a su vez lanzó un llamamiento que acogió la agencia de noticias Sir. Daniele Nembrini, presidente de Human Meet Foundation, lo leyó y contactó con Alì. Después de seis días, las tres familias pudieron encontrar un lugar en un avión del ejército italiano. De camino al aeropuerto, fueron bloqueados varias veces por talibanes. Golpearon al marido de una de las hijas, a un sobrino y a Pary Gul porque quiso defender al joven.
“El mayor dolor que siento es por mi marido. No estoy enfadada con Dios, todo lo que pasa es porque Dios quiere. Pero perder a mi esposo me ha sumido en un pozo sin fondo”, dice Pary Gul. Piensa en el dolor de otras mujeres de su tierra. “Las viudas y las jóvenes son las que se llevan la peor parte. Si no pueden trabajar, ¿cómo se van a mantener? Si no pueden estudiar, ¿qué futuro tienen?”.
“Soñábamos con la democracia. Las mujeres finalmente podían trabajar y estudiar. Mis hijas fueron a la escuela y encontraron trabajo”. Una era peluquera y la otra trabajaba en el aeropuerto. Ahora han comenzado una nueva vida. “Me gustaría dejar a mis hijas como enseñanza el respeto a las personas y la posibilidad de poder expresar sus deseos”. Mira el anillo que lleva al dedo anular izquierdo, el único objeto precioso que trajo de Afganistán.
Quería dárselo al Papa cuando les recibió en audiencia privada. El Santo Padre aceptó simbólicamente el regalo, pero le pidió que se lo quedara. Lo toca y sonríe. Dice que sus nietos tienen fantasmas contra los que luchar como el recuerdo de los días escondidos en el sótano y la violencia de los talibanes. El presente y la posibilidad de un futuro son su medicina. Y esta serenidad se refleja también en el rostro de Pary Gul.
*Reportaje original publicado en el número de diciembre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva