Cuando la lava se comió literalmente la iglesia de san Pío X de Todoque, aquello minó la moral de la tropa. Hasta ese momento, creyentes o no, todos confiaban en aquel ‘milagro’ como símbolo de la resistencia de un pueblo frente al monstruo. Pero la voracidad del Cumbre Vieja pudo con eso y con más.
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Nadie se imaginaba entonces que la colada se extendería hasta quedarse a las puertas de la iglesia de san Isidro Labrador de La Laguna, en el cruce de la carretera principal que está a los pies de la plaza del pueblo. Allí se habían mudado los todoqueños que se habían quedado sin casa y sin parroquia. Ellos, su sagrario, sus santos, los archivos… Con su párroco al frente, fueron realojados. En menos de un mes, de nuevo desahuciados.
San Isidro se desmontó por completo porque se temía lo peor. Fuera el altar, los bancos, el ambón, el retablo… Todo. De nuevo, una cuenta atrás a la expectativa de cuándo caería la torre de un templo cuyas paredes fueron levantadas precisamente con las rocas emanadas de la erupción de 1949, cuando aún se permitía edificar con este tipo de material, ahora protegido.
Punto de partida
Pero no cayó. San Isidro se ha salvado y las autoridades quieren convertirla en el símbolo del renacer de la isla. Ya se piensa en una ceremonia para recolocar de nuevo las campanas. Se tomará como el punto de partida de la reconstrucción del Valle de Aridane. “Será el signo de la vuelta a casa para casi todos”, expresa Alberto Hernández, el párroco de la zona que debió mudarse de iglesia y casa.
Entre las obras prioritarias y definidas tras apagarse el volcán, se encuentra retirar la mole de lava del cruce para reactivar una de las carreteras principales. “En cuanto deje de ser una vía muerta, planificaremos la posibilidad de retornar al barrio siguiendo las instrucciones de los técnicos”, explica el sacerdote, que no quiere apresurarse: “No es cuestión de correr más de lo que nos van permitiendo”.