Antes de la pandemia, anualmente llegaban decenas de miles de peregrinos hasta el santuario de Nuestra Señora del Rosario en el pueblo de Andacollo, en una devoción que, según la leyenda, hunde sus raíces en el siglo XVI, cuando en 1549 la ciudad de La Serena fue incendiada por indígenas.
Ya en 1676 fue bendecida la primera imagen de la Virgen del Rosario iniciando su devoción oficial que ha tenido lento, pero sostenido desarrollo, animada por unos 80 bailes religiosos.
La ciudad de Andacollo tiene 11 mil habitantes y se ubica al interior de la región de Coquimbo, a casi 500 kilómetros al norte de Santiago (Chile). Llama la atención la existencia de dos imponentes templos, ambos declarados Monumentos Nacionales en 1981, en la principal plaza de la ciudad.
Uno de ellos es basílica menor conocida como ‘Iglesia grande’. Es el lugar donde se celebran las dos fiestas religiosas anuales, una el primer domingo de octubre y la «Fiesta grande» entre el 23 y 27 de diciembre. El otro, la ‘Iglesia chica” es el templo parroquial donde permanece la imagen de la Virgen durante el año.
Esta vez la celebración recuerda que se cumplen 120 años de la coronación de la Virgen, aprobada por el Papa León XIII y el obispo local, Florencio Fontecilla, en 1901.
La pandemia impidió la fiesta el año pasado, pero esta vez fue posible hacer una celebración limitada en su aforo, gracias al trabajo de varios equipos con las autoridades locales. La novena tuvo lugar entre el 16 y 23 de diciembre, culminando el 24 con la Misa de Medianoche que da inicio a la celebración durante los dos días siguientes, con limitaciones: la basílica cerrada, quedando abierta a los devotos solo la Iglesia chica.
El domingo 26 pudieron llegar hasta el santuario cientos de peregrinos que participaron en la Jornada de Oración, actividad que reemplazó a la tradicional Fiesta Grande y que se realizó en el atrio de la basílica. Se inició con algunos bailes religiosos que, durante 2 horas, rindieron su homenaje a la Virgen.
Luego, la eucaristía presidida por el arzobispo René Rebolledo y la celebración del 120° aniversario de la coronación de la Virgen. Para este momento un matrimonio llevó las dos coronas originales que se utilizaron en 1901 hasta el altar, siendo colocadas la pequeña al Niño, por el rector del Santuario, y la grande a la Virgen, por el arzobispo.
El arzobispo describió este hecho como “un acto muy emotivo, contemplándola como Reina y Madre. Hemos tenido presente que reinar es servir. Ella está en medio nuestro como su Hijo, sirviendo, ante todo a Él, luego a todos nosotros”.
En su homilía, durante la eucaristía, Rebolledo llamó a “favorecer la unión, la acogida, la atención recíproca, el amor mutuo, la fidelidad, la entrega y tantos otros valores que nos señalara el Apóstol Pablo en la segunda lectura que hemos escuchado”, enfatizando que la peregrinación de hoy “es una ocasión privilegiada para reanimarnos en la esperanza. Acogiendo su amor de Madre y manifestándole el nuestro -de hijos suyos- volvamos a nuestros hogares llevando la bendición de su Hijo, también la certeza de que Ella intercede por nosotros, especialmente en el desafío de proseguir edificando nuestras familias sobre el fundamento del amor, defendiéndolas también de antivalores a los cuales la cultura actual las expone y cimentándolas cada vez más en los valores trascendentes”, indicó el arzobispo.
Al término de la celebración el Cacique General, Jaime Guerrero, dijo que “es una gran alegría volver a encontrarnos después de tanto tiempo, especialmente por las dificultades que presentó la pandemia. Gracias a Dios y a la Chinita como agrupaciones de piedad popular no hemos sufrido la pérdida de ningún integrante, pero nos unimos en el dolor de quienes si han vivido el fallecimiento de un ser querido. Vivimos esta jornada con la esperanza de que próximamente podamos tener una fiesta en normalidad”, expresó el Cacique.