Se llama Juan Manuel Fernández Iglesias, tiene 52 años y hace unos días era trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital pontevedrés de Montecelo por agravarse su estado de salud a consecuencia del coronavirus. Este sacerdote gallego se negó a recibir el suero inmunizador y de unos meses para acá había abanderado su particular batalla negacionista de la pandemia y, por tanto, ante las vacunas.
Sus feligreses relatan que cuando arrancó la emergencia sanitaria cumplió escrupulosamente con todos los protocolos y con las normativas previstas para la celebraciones litúrgicas. Sin embargo, poco a poco comenzó a desconfiar de la existencia real del virus y se dejó conquistar por la idea de que la pandemia era una especie de “montaje”.
Así lo expuso en público en algunas de sus parroquias de la archidiócesis de Santiago de Compostela, en la zona de Pontevedra, como Valongo, A Barcia, Augasantas o Tourón. También es profesor de Religión en el colegio público de la localidad de A Lama. “Llegó a decir en una homilía que las vacunas eran un microchip para controlarnos. Es algo que no se puede consentir”, desvela a La Voz de Galicia una vecina.
“¿Cómo puede ser que una persona como él, que está en contacto con tantas personas, sobre todo mayores, esté sin vacunar? Si lo hubiera sabido antes no iba a misa”, cuestiona otra parroquiana sobre Fernández Iglesias, que ha acabado infectado de ese “montaje” que criticaba en esta sexta ola, la más contagiosa de cuantas han recorrido España.
Es precisamente la interrogante sobre qué hacer con los curas, religiosos y laicos negacionistas la que en estas últimas semanas va pululando por los pasillos de no pocos obispados de nuestro país. De hecho, el de Fernández Iglesias no es el único caso en Compostela. Al menos otro sacerdote que negaba la existencia del virus está sufriendo hoy por hoy secuelas graves por no haberse vacunado.
En Madrid, el sacerdote Jesús Silva, popular por su actividad en redes sociales, ha sido el primer clérigo en dar un paso al frente para defender su derecho a no inmunizarse a través de su cuenta de Twitter: “No os pido que penséis como yo, solo os invito a pensar. Y a respetar. Los antivacunas no somos idiotas (al menos, no todos). El tiempo dará la razón a quien la tenga. Entretanto hay mucha gente sufriendo y muriendo. Y no sabemos qué efectos tendrá esto a largo plazo”.
“El trato discriminatorio hacia los no vacunados supone una vejación hacia la igualdad y la dignidad”, expuso el párroco de Virgen del Castillo, San Isidoro y San Pedro Claver en la red social el 28 de noviembre, donde también cuestionó “la imposición directa o indirecta de una vacuna experimental en un Estado de Derecho” al que acusa de ser “cada vez más totalitario a nivel global”.
En la misma red social, al arrancar 2022, el sacerdote y delegado de Medios de Getafe, Julián Lozano, se preguntaba sobre “la increíble rapidez de las vacunas”: “En abril de 2020 ya había experimentos de Astrazéneca, apenas tres meses después de comenzar la pandemia”.
El también vicario parroquial de Santa María Magdalena de Ciempozuelos alertaba el 3 de enero incluso de “la atosigante presión para que todo el mundo se vacune (a pesar de los riesgos): Gobiernos, medios, BigFarm, BigTech”, así como de “la apabullante censura a las voces que discrepan con el mensaje preponderante”. “Yo sé que el Señor es el Alfa y la Omega –no la ómicron–, que suyo es Tiempo y Eternidad, pero estas cosas no me cuadran”, remata en su hilo de Twitter.