La misionera Sofía Quintáns Bouzada (Pontevedra, 1978) pertenece a la congregación de las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, que inició una nueva comunidad, en febrero de 2019, en Boa Vista, estado de Roraima. Se trata de un enclave fronterizo en Brasil marcado por la presencia de comunidades amazónicas y por migrantes y refugiados venezolanos –en su mayoría menores no acompañados–, viviendo muchos de estos en los 12 campamentos existentes –llamados abrigos–.
Soñó con ser misionera con 9 años. Se lo contó a su prima y esta se rió. Pero no se le fue nunca de la cabeza. Por eso, desde 2002 es religiosa. En sus primeros años su misión fue África, concretamente Angola (en Sumbe y Luanda) durante 8 años, hasta que cambió de continente. En Boa Vista se encuentra en una comunidad intercultural de tres hermanas –a la que pronto se agregará una más–, que trabaja en red con otras congregaciones, confesiones e instituciones con un único fin: acoger, proteger, promover e integrar a migrantes y refugiados venezolanos.
Hasta el estallido de la pandemia, llegaban entre 600 y 800 venezolanos al día. Después, pese a los cierres de frontera, seguían llegando muchos, buscándose otras rutas alternativas y clandestinas, de las que se aprovechan las mafias que trafican con personas.
En este contexto, “intentamos crear espacios seguros para los niños”, ha explicado durante la presentación hoy de la Jornada de la Infancia Misionera, que se celebra el próximo domingo 16 de enero con el lema ‘Con Jesús a Jerusalén ¡Luz para el mundo!’. Unos menores a los que ella pone nombres. Por eso, ha compartido tres encuentros que le han marcado durante este año:
“Ellas tres representan a tantos niños que son ese Cristo crucificado”, ha remarcado Quintans. La religiosa se siente feliz de su ser misionera. “Sé que no acompañamos cifras, sino personas”, ha subrayado. Para esta pontevedresa, “es en la oscuridad, en las periferias, donde está Cristo vivo. Estas personas, en el margen, son la luz del mundo”.
Para ella, “cuando te cruzas con el sufrimiento de quien se ha visto forzado a abandonar su tierra, te encuentras con Cristo. Es una oportunidad, un don, una gracia”. En este sentido, nos invita a todos a convertirnos en prójimos, porque en el metro de Madrid también hay migrantes y refugiados.
Las hermanas están en el corazón de lo que denuncia el papa Francisco en exhortación postsinodal ‘Querida Amazonía’: la devastación de la naturaleza y de las comunidades vulnerables. Una devastación tal que ha provocado que el Covid sea simplemente algo más y no el protagonista, como en Europa.
En este sentido, las franciscanas misioneras son proféticas y encarnan el lema de su congregación: “Caridad verdadera, amor y sacrificio”. Porque, como dijo su fundadora, María Ana Mogas Fontcuberta, “a los pobres no hay que hacerles esperar”.