El papa Francisco ha hecho, durante el rezo del ángelus de este domingo, una invitación a partir de la liturgia de hoy: “tratemos hoy de hurgar en los recuerdos en busca de las señales que el Señor ha realizado en nuestra vida, para demostrarnos que nos ama; ese momento difícil en que Dios me hizo experimentar su amor… Y preguntémonos: ¿con qué signos, discretos y cariñosos, me hizo sentir su ternura? ¿Cómo descubrí su cercanía y quedó una gran alegría en mi corazón?”
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“El Evangelio de la liturgia de hoy”, ha señalado el Papa, “narra el episodio de las bodas de Caná, donde Jesús transforma el agua en vino para alegría de los esposos“. Al final del texto, “notamos que el evangelista Juan no habla de un milagro, es decir, de un hecho poderoso y extraordinario que genera asombro. Escribe que en Caná tiene lugar una señal que suscita la fe de los discípulos”.
Por ello, según el Evangelio un signo es “una pista que revela el amor de Dios, que no llama la atención sobre el poder del gesto, sino sobre el amor que lo provocó”. Además, “nos enseña algo sobre el amor de Dios, que es siempre cercano, tierno y compasivo”.
Amor desinteresado
Por otro lado, el Papa ha subrayado que “todo sucede en secreto, ‘entre bastidores’: Jesús les dice a los sirvientes que llenen las tinajas con agua, que se convierte en vino”. Y es que así actúa Dios, “con cercanía y discreción. Los discípulos de Jesús captan esto: ven que gracias a él la fiesta de las bodas se ha vuelto aún más hermosa”. Ven, además, “el modo de actuar de Jesús, su servicio en la clandestinidad, tanto que los elogios del buen vino van luego al novio. Así comienza a desarrollarse en ellos el germen de la fe, es decir, creen que Dios, el amor de Dios, está presente en Jesús”.
El Papa ha subrayado que “es bonito pensar que el primer signo que realiza Jesús no es una curación extraordinaria o un prodigio en el templo de Jerusalén, sino un gesto que responde a una necesidad simple y concreta de la gente corriente”. Y es que “Dios ama actuar así y si nosotros, como María en Caná, se lo pedimos, él está dispuesto a ayudarnos, a levantarnos”.
Para concluir, Francisco ha recordado que “hay otro rasgo distintivo del signo de Caná”, y es el haber dejado el “buen vino” para el final. “Simbólicamente esto nos dice que Dios quiere lo mejor para nosotros, quiere que seamos felices. No pone límites y no nos pide intereses. En el signo de Jesús no hay lugar para segundas intenciones, para reclamos hacia los esposos. No, la alegría que Jesús deja en el corazón es plena y desinteresada, y nunca se diluye”.