El papa Francisco ha celebrado hoy en la basílica de San Pedro la III Jornada de la Palabra de Dios. Una celebración dedicada a la liturgia de la palabra y que, además, esta vez ha incluido una novedad: durante la Celebración Eucarística, por primera vez, con un nuevo rito preparado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Papa ha conferido a laicos y laicas de diferentes países del mundo el ministerio del Lectorado y el ministerio de Catequista.
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El 10 de mayo de 2021, el papa Francisco promulgaba este nuevo ministerio a través del motu proprio Antiquum ministerium. El nuevo rito se publicó en diciembre y, a partir del 1 de enero de 2022, las Conferencias Episcopales pueden ponerlo en práctica a la hora de nombrar a los transmisores de la fe en las parroquias.
“En esta celebración, algunos de nuestros hermanos y hermanas son instituidos lectores y catequistas”, ha dicho Francisco, y ha explicado que ellos “están llamados a la tarea importante de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos”. “Esta es también la misión de cada uno de nosotros”, ha apuntado: “ser anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo”. En este sentido, el Papa ha animado a dejarse “escrutar interiormente por la Palabra, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse. ¡Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia!”.
La importancia de la Palabra
Durante la homilía, Francisco ha señalado que en la primera Lectura y en el Evangelio de este tercer domingo del Tiempo Ordinario se encuentran dos gestos paralelos: “el sacerdote Esdras tomó el libro de la ley de Dios, lo abrió y lo proclamó delante de todo el pueblo; Jesús, en la sinagoga de Nazaret, abrió el volumen de la Sagrada Escritura y leyó un pasaje del profeta Isaías delante de todos”. Se trata, así, de “dos escenas que nos comunican una realidad fundamental: en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe no estamos nosotros, con nuestras palabras; en el centro está Dios con su Palabra”.
“Hermanos y hermanas, tengamos la mirada fija en Jesús, como la gente en la sinagoga de Nazaret, y acojamos su Palabra”, ha dicho el Papa, animando a reflexionar acerca de dos aspectos de ella “que están unidos entre sí: la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre”.
En primer lugar, el Papa ha recordado que Jesús, al comienzo de su misión, comentando ese pasaje específico del profeta Isaías, señala que él ha venido “para liberar a los pobres y oprimidos”. “De este modo, precisamente por medio de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino”, ha explicado Francisco. “No es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas. No es un dios neutral e indiferente, sino el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor”, ha añadido.
La buena noticia
“Esta es la buena noticia”, ha aseverado Francisco. “Dios quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra, con la que te habla para volver a encender la esperanza en medio de las cenizas de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tus tristezas, para llenar de esperanza la amargura de tus soledades”.
En cuanto al segundo aspecto, el Papa ha señalado que “justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida”. De esta manera, “la Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios”.
“Hermanos y hermanas, la Palabra de Dios nos cambia”, ha afirmado Francisco. “Y lo hace penetrando en el alma como una espada. Porque, si por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, por otra parte provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones“, ha explicado. “No nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles. La Palabra pone en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros. Nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas”.