En plena escalada bélica, con decenas de miles de tropas rusas rodeando estas semanas la frontera de Ucrania para presionar a su Gobierno y que este mantenga su independencia ante la Unión Europea y la OTAN, se aprecia con más fuerza el latente conflicto espiritual en el seno de la ortodoxia.
Así, mientras el Patriarcado Ortodoxo de Moscú mantiene una fuerte vinculación con el Gobierno de Vladimir Putin, quedando definitivamente atrás los resabios antirreligiosos del régimen soviético y apostándose por un fortalecimiento de la identidad rusa en la que se ve lo espiritual como un eje clave, en el caso de Ucrania, la Iglesia ortodoxa local también apoya a sus autoridades gubernamentales nacionales y, desde que el conflicto entre Rusia y Ucrania estallara con fuerza en 2014, lo manifiesta con un fortalecimiento de su autonomía ante Moscú.
El gran paso se dio en diciembre de 2018, cuando el Patriarcado de Kiev, subordinado desde hacía tres siglos al de Moscú, se convirtió en la Iglesia Autocéfala Ucraniana, surgiendo así la decimoquinta Iglesia ortodoxa a nivel mundial. Una nueva comunidad que, para mayor disgusto de Kirill, el patriarca de Moscú, se relacionaba más estrechamente con el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, la otra gran corriente ortodoxa, pastoreada por el patriarca Bartolomé.
De hecho, la elección entonces de Epifanyj como metropolitano de Kiev y de toda Ucrania (título equiparable al de patriarca), ya mostró la apuesta por un pastor joven (en 2018, cuando fue elegido, tenía 39 años) y partidario de fortalecer su comunidad a nivel nacional, incluyendo al mayor número posible de parroquias para que estuvieran bajo su autoridad espiritual y no la de Kirill.
Así, de un modo paralelo a esta crisis política y sin necesidad de realizar declaraciones concretas sobre el conflicto en sí, Epifanyj aprovecha cada oportunidad para distanciarse de Moscú. La última ha sido estas pasadas Navidades, cuando pidió estudiar si había que adaptarse al calendario gregoriano y pasar a celebrar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre y no el 7 de diciembre, como hacen las Iglesias ortodoxas ligadas al Patriarcado de Moscú, fiel al calendario juliano.
Finalmente, más allá de la ortodoxia mayoritaria, el resto de fieles cristianos también rechazan lo que entienden que es una injerencia de Rusia en su soberanía nacional. Así lo recalcan estos días tanto los evangélicos como los grecocatólicos, los llamados uniatas, fieles a Roma. Sviatoslav Shevchuk, su máximo representante, ha sido enérgico al denunciar que, tras las presiones de Putin, bulle “la instrumentalización de los llamados valores cristianos con fines políticos”.
Frente a ello, eso sí, Sheychuk no se resigna y apela a todos los cristianos a que recen por la paz: “¡Que el Señor Dios escuche nuestras oraciones! ¡Que la oración, junto con el ayuno y la penitencia, sean más fuertes que cualquier arma moderna! ¡Que Dios guarde la paz en Ucrania y en el mundo entero!”.
Así pues, tanto los ortodoxos, que ahora miran más a Constantinopla, como las minorías cristianas cercanas a Roma o a otras autoridades morales, están perdiendo a Moscú como referencia en materia de fe. Y eso es muy significativo, pues, históricamente, Rusia siempre ha sentido que en Ucrania está el origen de su identidad étnica y religiosa. De ahí la presión de Putin al percibir cómo, poco a poco, el país se va a acercando a Europa.