Historias de los papas: de Clemente XIII, su último baluarte, a Clemente XIV, el Papa que disolvió a los jesuitas

Historias de los papas: de Clemente XIII, su último baluarte, a Clemente XIV, el Papa que

A mediados del siglo XVIII, en pleno dominio borbónico en buena parte de Europa, bullía con mucha fuerza el regalismo, corriente ideológica que preconizaba la necesidad de estados fuertes y autónomos respecto al poder de la Iglesia, decidiendo además sobre muchos aspectos de la propia vida eclesial. En ese contexto, la Compañía de Jesús era vista con un gran recelo por muchos monarcas debido a su voto extraordinario de fidelidad al Papa, entendiéndose que, en caso de conflicto, los jesuitas siempre pondrían en primer lugar su lealtad al Papa y luego al Rey.



Así que, paulatinamente, fueron creciendo las voces que clamaban por su expulsión de las diferentes naciones y, en última instancia, su disolución por parte de la Iglesia. Una tensión que fue a más y con la que se topó desde el día de su elección papal, el 6 de julio de 1758, el veneciano Carlo Rezzonico, quien adoptó el nombre de Clemente XIII.

Formación jesuítica

Formado con los jesuitas y gran defensor suyo, el Pontífice tuvo su primer encontronazo con Portugal. Como ilustra el libro ‘Diccionario de los Papas y Concilios’, dirigido por Javier Paredes, con la excusa de un fallido atentado contra el monarca, José I, se clamó contra la Compañía, acusándola de formar parte del golpe. Así, en 1759, Portugal fue el primer reino que expulsó de su tierra a los jesuitas. Ante la protesta papal, al año siguiente fue el nuncio quien se vio obligado a abandonar el país.

Lo mismo ocurrió en 1764 en Francia, también con la excusa de otro atentado fallido contra el Rey, Luis XV. Con la Compañía fuera de nuestros dos países vecinos, en 1767 fue la España de Carlos III la que ratificó su expulsión (del territorio nacional y del conjunto del Imperio hispánico, con una repercusión enorme en las misiones), en este caso por considerar que la congregación estaba implicada en el llamado motín de Esquilache, el año anterior. En los meses siguientes, ocurrió lo mismo en el reino de Dos Sicilias, donde gobernaba Fernando IV, hijo de Carlos III, en Malta y en el ducado de Parma.

Contraofensiva borbónica

Esto último llevó a Clemente XIII a publicar el ‘Monitorio de Parma’, donde denunciaba las injerencias políticas en su tarea como pastor. La contraofensiva borbónica no se hizo esperar y, mientras Francia tomó Avignon y Venaissin, Nápoles hizo lo mismo con otros territorios de los Estados Pontificios, como Benevento y Pontecorbo.

El 2 de febrero de 1769, en medio de la crisis y sintiéndose derrotado, murió el Papa. Entonces, el consiguiente cónclave se celebró en torno a una clave esencial: se elegía a un filojesuita o a quien le daría su paletada final a la Compañía, contentando a las cortes borbónicas. Así, de la asamblea cardenalicia emergió, el 19 de mayo de 1769, el franciscano Antonio Ganganelli, ya Clemente XIV.

Inicial actitud de apaciguamiento

Al principio, el nuevo Pontífice trató de mantener una actitud de apaciguamiento, consiguiendo restablecer las relaciones con las coronas suspendiendo el ‘Monitorio de Parma’. Con todo, la presión de los estados fue incrementándose y al final, el 21 de julio de 1773, Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús. No solo se confiscaron todos sus bienes, se cerraron sus obras y se convirtió en seculares a sus sacerdotes, sino que el general, el padre Lorenzo Ricci, y sus principales colaboradores, fueron encarcelados en el castillo romano de Sant’Angelo.

Los Estados Pontificios recuperaron todos los territorios anexionados, pero para la Historia quedó un daño espiritual de enormes dimensiones, dada la fuerte presencia de los jesuitas en los ámbitos de la educación, la cultura o las misiones. Además, el papado perdió a su gran defensor doctrinal precisamente en un contexto en el que se cuestionaba más que nunca su autoridad.

El siguiente pontífice, Pío VI (1755-1799), que se formó con los jesuitas, no llegó a reestablecer la orden. Sí mandó liberar al padre Ricci, aunque llegó tarde y el religioso jesuita falleció en Sant’Angelo antes de saber que el Papa le había levantado la sanción. Fue ya con Pío VII (1800-1823) cuando se puso fin a esta anomalía histórica y la senda de los hijos de Ignacio de Loyola volvió a marcar el camino de la Iglesia.

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