Era la primera vez que Luis Argüello acudía a una visita ‘ad limina apostolorum’. Sin embargo, ni mucho menos llegaba de nuevas a la Santa Sede. Desde 2016 es obispo auxiliar de Valladolid, pero su elección, en otoño de 2018, como secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española le ha hecho aprender a moverse con cierta celeridad en los pasillos vaticanos. Ya sea físicamente, como en la distancia que ha exigido la pandemia.
Regresa “reconfortado”, a pesar de que no ha tenido apenas margen para asimilar ese respaldo de la Santa Sede a la gestión del Episcopado. Tuvo que demorar su incorporación al grupo por la sorpresiva reunión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el cardenal Juan José Omella en la Casa de la Iglesia. En Roma, remató la crisis mediática generada por las inmatriculaciones.
Durante la visita, se redobla la presión por la crisis de los abusos, que se acrecienta todavía más a la vuelta con la vía libre para crear una comisión parlamentaria y la proactividad de la Fiscalía del Estado. Aunque la procesión va por dentro, Argüello afronta el diálogo con serenidad. Y perspectiva.
PREGUNTA.- Hay quien preconizó un choque de trenes entre el Episcopado español y el papa Francisco o que vendrían de los dicasterios romanos con una reprimenda de órdago bajo del brazo. Pero parece ser que no ha sido así…
RESPUESTA.- Claro que no. Tanto en el espléndido encuentro con el Papa, del que yo doy testimonio por mi grupo pero que es muy similar a lo que han comentado los demás hermanos obispos que nos han precedido, como en las congregaciones, hemos recibido mucho aliento, reconocimiento de las dificultades del momento que estamos viviendo y, sobre todo, de esperanza en esta hora. Regresamos verdaderamente confirmados en la fe y en el camino que la Iglesia española está siguiendo, con un desafío evangelizador grande y en el deseo de caminar juntos, abriéndonos, a la luz del Espíritu Santo, al trabajo compartido.
P.- Sobre los encuentros en los dicasterios, los pastores hablan de reuniones efectivas y resolutivas. ¿Usted esperaba más o se han satisfecho sus expectativas?
R.- En general, han sido encuentros muy interesantes, porque hemos tenido la oportunidad de tener unas conversaciones pausadas en las que han salido asuntos concretos que preocupan a la Iglesia en España. Entre otros asuntos relevantes, se ha hablado de la promoción de la vocación laical, siguiendo la estela del congreso que celebramos justo antes de la pandemia. Somos conscientes de que la evangelización pasa por el testimonio de vida de los laicos en los ambientes en los que se mueven, con una mirada especial a cómo llegar a esa nueva generación de jóvenes.
También hemos abordado los desafíos de la familia, de la vocación al matrimonio, así como de las realidades de los migrantes, de las personas en riesgo de exclusión, de la pastoral de la salud… La cercanía y la escucha han sido una constante en todas estas reuniones. No tengo experiencia previa de otras visitas ad limina, por lo que no puedo comparar, pero sí puedo afirmar que se han generado espacios para un verdadero diálogo, que deja entrever el propio estilo con que el papa Francisco quiere ayudarnos a vivir y que nos pide a todos. Para hacerse una idea, en los encuentros de las congregaciones, no solo estaba el prefecto, sino todo el equipo, lo que habla de un trabajo sinodal.
P.- Algún tirón de orejas sí habrán recibido…
R.- No sé si tirón de orejas, pero el empuje más grande que se nos ha invitado a dar tiene que ver con lo que adelantaba antes: la participación de los laicos. Tenemos que hacer todo lo posible por promover la vocación bautismal. Es una línea que ha brotado con bastante fuerza en unos sitios y en otros, y no solo en aquellas congregaciones donde tendría que darse una vinculación directa.
Por ejemplo, en la Congregación para el Culto Divino, estuvimos ahondando sobre los ministerios del lectorado, acolitado y catequesis, pero no solo en lo que tendría que ver con el rito, sino con las implicaciones reales que tiene en el día a día de la vida de la Iglesia. Por ejemplo, cómo son verdaderos agentes dinamizadores en la llamada España vaciada, donde resulta ya complicado asegurar que haya eucaristía todos los domingos. Los nuevos ministerios dan la oportunidad de impulsar las celebraciones dominicales.
P.- ¿Y a la inversa? ¿Han dejado alguna hoja de reclamaciones en el Vaticano por falta de apoyo o de indicaciones?
R.- Quizás en esta línea sí que han surgido dudas, al menos en el grupo donde yo he estado, sobre cómo aplicar los documentos que han surgido en los últimos años referidos a la vida contemplativa. En España, donde el número de monasterios es tan grande, pero a la vez hay una mayor fragilidad por el envejecimiento y el cierre, requiere de pautas para acompañar estos procesos desde la nueva normativa, desde la creación de las federaciones y desde el papel del obispo.
P.- En su comparecencia pública, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omella, expuso abiertamente que tanto los dicasterios como el Papa les han respaldado en la gestión de los abusos sexuales. ¿Cómo se encaja esa confianza con el marcaje mediático y político, que se recrudece por momentos?
R.- Después de la visita de los cuatro grupos, en esta materia venimos bastante confortados. Esto no quiere decir que regresemos con un sentimiento de autocomplacencia, sino con el compromiso reforzado en la colaboración con las autoridades civiles, atención y escucha a las víctimas, desarrollo de las oficinas y servicios diocesanos… Nos sentimos estimulados para hacer las cosas cada vez mejor, para crecer en propuestas de carácter formativo.
Quizá podamos estar urgidos por una presión mediática y política de revisión del pasado, pero nuestra preocupación mayor no está en mirar atrás, sino en detenernos en el presente para acompañar, y en el futuro con planes de prevención que, por ejemplo, afectan directamente a la formación de los seminarios… Pero también a todos aquellos, laicos y consagrados, que en su misión tienen un contacto con niños y adolescentes, para poner coto a estos comportamientos tan execrables.
Además, tanto las congregaciones religiosas como las diócesis estamos intentando hacer todo lo que está en nuestra mano y tenemos la firme convicción de denunciar en cuanto surge cualquier sospecha. Con todo esto, francamente, dudamos mucho que darle un tinte político a una cuestión tan delicada y dolorosa para todos pueda ser de ayuda, especialmente para las víctimas. Una refriega política que deje tras de sí una sospecha general extendida sobre la labor de Iglesia y sus miembros resulta preocupante. Precisamente por eso, no queremos entrar en ese tipo de dialéctica.