Rebeca Fuerte Martínez, residente de Medicina Interna en Hospital Infanta Sofía de Madrid, apenas llevaba un año trabajando allí cuando el Covid llegó a nuestra vida: “Nadie estaba preparado para algo así. En mi caso, me encontré con mucha más responsabilidad de la prevista. Pero, al menos, dentro de que aparentemente todo era un campo de batalla, mi responsable de planta mantuvo el orden y nunca tuve la sensación de caos”.
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Fue una época en la que “sentí reavivar mi vocación. Todo era difícil, pero me gratificaba sentir que podía ayudar a los demás. Dentro del sufrimiento, me sabía privilegiada al acompañar a quienes tanto lo necesitaban. Y todo con simples gestos que ellos agradecían de corazón”.
Saberte enviada
Ahí, la fe tuvo un papel importantísimo: “No tanto en el sentido de buscar respuestas, sino en el de sentirte acompañada por Dios y saberte una enviada suya”.
Incluso hoy, “cuando tanto cansancio hay en la sociedad y entre los propios médicos, es un reto personal el tratar de mantener la chispa, la alegría y la paz. Ya no será tan aparentemente épico como al principio, pero, en esta nueva rutina que nos toca vivir, me siento igualmente enviada por Dios”.
En la raíz de todo, la fe
Y es que Fuerte jamás pierde de vista la raíz de su vocación: “La fe marca mi visión de la medicina. Lo más importante es acompañar al vulnerable, al que sufre. Cuando estoy con un paciente siento que estoy ante un sagrario”.