Mónica de Diego, médico de Urgencias en el Hospital Universitario de Burgos, apela a la memoria, colectiva y personal: “No sé si el Covid-19 pasará de pandemia a endemia o sabremos volver a dar los besos y abrazos que nos robaron, pero de todo esto no quiero olvidarme”.
Y eso que, reconoce, “cuando quiero reflexionar sobre este tiempo, me ayuda dejar la mente en blanco y ordenar ideas y sentimientos… La primera palabra que me viene a la cabeza es ‘oportunidad’. Y, detrás de esa oportunidad, no tengo duda, siempre he visto a Dios”.
“En mi trabajo como médico –enfatiza–, siempre es muy fácil verlo día a día. Mi gente cercana lo sabe porque siempre lo cuento; es fácil recordar una mirada que llega al alma, una mano que se deja coger, un familiar que necesita consolar…”. Así que estos dos años han llenado su buchaca espiritual y humana: “Como persona, me he humanizado más si cabe al centrarme en los demás, en el prójimo”.
Un caudal que se resume en nociones motrices: “Ayudar, autogestión en momentos de crisis, ir todos a una, aportar cada uno lo que buenamente puede (conocimientos, recursos, tiempo, infraestructuras)”. Aunque también hay otras palabras que, en el reverso, resumen su experiencia: “Miedo, desconocimiento, inseguridad, cansancio. Pero siempre viendo a Dios en todo: en el exponerse incondicionalmente, el actualizarse, el reinventarse… También en volver a tu puesto de trabajo día tras día, a esas urgencias colapsadas y a esos centros de salud con listas interminables de pacientes esperando llamada. Sí, por supuesto, ahí también estaba Dios”.
“Detrás de cada protocolo de actuación –cierra De Diego– que se actualizaba al día o de esos enfermos efímeros que veías minutos antes de ingresar o morir, estaba Dios, dándonos la oportunidad a unos pocos privilegiados de dar lo mejor por los demás mientras muchos con impotencia solo podían quedarse en casa. Ha sido y es una oportunidad, pues esta enfermedad nos iguala a todos sin distinción de sexo, raza, estatus social o religión… Eso es Dios”.