En su foto de perfil en WhatsApp, Ángel Manuel Pérez enseña a leer en misa. La imagen responde a un propósito casi profesional desde hace casi cinco años, cuando un domingo cualquiera al salir de la iglesia decidió “dar un paso adelante”. Primero, contactó con el obispado, quien “no le echó mucha cuenta porque estaban muy liados”; después desempolvó el listín telefónico y comenzó a llamar a las parroquias del sur de Madrid. Todo con un único propósito: enseñar a leer en misa.
“La mayoría de la gente se atasca, no se le entiende, las megafonías no son buenas… En fin, que lectores buenos yo veía muy pocos. Me decía: ‘Dios mío, qué horror’”, explica este sevillano de 62 años afincado en Madrid desde hace 30, periodista y locutor de profesión, que tampoco pretende que la gente “lea como Constantino Romero, sino que se les oiga y que se les entienda”.
El último representante del cipotudismo patrio ha desarrollado un método condensado en un taller de tres horas y media, con un descanso de 15 minutos. “Es un curso 100% práctico”, avisa, con una voz verdaderamente publicitaria, “que se resuelve en una mañana o en una tarde”. Decimos condesado porque el taller fue concebido como un curso de cuatro semanas. “Te hablo de los primeros seis meses, pero era una cosa muy farragosa”.
“Este próximo sábado empiezo la nueva temporada: hago dos parroquias de aquí de Madrid”, cuenta Ángel Manuel, que ha llevado su taller hasta Sevilla, Cuenca, Toledo o Getafe, empoderando al sujeto tras el atril. En febrero debutará en Málaga. El siguiente fin de semana realizará cuatro cursos en Sevilla. “A veces me meto un palizón bueno”. Merece la pena. “Cuando termino un curso la gente aplaude, se vuelve como loca. Otros me llegan y me dicen: ‘Ángel, se me ha pasado el tiempo volando. ¿Por qué no hacemos otro curso’”.
“Recuerdo en concreto a un sacerdote de Cuenca, el padre César Fernández, que me dijo que le encantaba la dinámica tan divertida del curso. El tema de la voz es muy complicado, como tengas a la gente en tensión no le entra nada. Lo que más me gusta, me dijo, es que le metes a la gente el entusiasmo por leer”, narra, encendido por “un voluntariado” que lo gobierna.