El pontífice ha inaugurado el Simposio ‘Por una teología fundamental del sacerdocio’ con una lección magistral en la que ha reflexionado en torno a sus más de 50 años de ordenación
‘Fe y sacerdocio hoy’. Así se titula la lección inaugural del simposio internacional ‘Por una teología fundamental del sacerdocio’. ¿El ponente? El papa Francisco. Más de 700 expertos convocados por la Congregación para los Obispos participan en este foro vaticano en torno a la vocación sacerdotal, la formación de los seminaristas y el celibato que se celebra en el Aula Pablo VI hasta el 19 de febrero.
Un papa Francisco muy reflexivo ha compartido qué es un sacerdote huyendo de “discursos y discusiones interminables sobre la teología del sacerdocio o sobre teorías de lo que debería ser”, pues su análisis “nace de lo que el Señor me fue mostrando a lo largo de estos más de 50 años de sacerdocio“.
Desde la experiencia personal, el pontífice se ha servido tanto de aquellos sacerdotes que, “con su vida y testimonio, desde mi niñez me mostraron lo que configura el rostro del Buen Pastor” y de “aquellos hermanos sacerdotes que tuve que acompañar porque habían perdido el fuego del primer amor y su ministerio se había vuelto estéril, rutinario y sin sentido”.
“He meditado sobre qué compartir de la vida del sacerdote hoy y llegué a la conclusión de que la mejor palabra nace del testimonio que recibí de tantos sacerdotes a lo largo de los años. Lo que ofrezco es fruto del ejercicio de pensar en ellos, discernir y contemplar cuáles eran las notas que los distinguían y les brindaban una fuerza, alegría y esperanza singular en su misión pastoral”, ha señalado.
Según Jorge Mario Bergoglio, “el sacerdote durante su vida pasa por distintos estados y momentos; personalmente he pasado por distintos estados y momentos y rumiando las mociones del espíritu constaté que en algunas situaciones, inclusive en momentos de pruebas, dificultades y desolación, cuando vivía y compartía la vida de determinada manera, permanecía la paz”.
Para el Papa, “el tiempo que vivimos es un tiempo que nos pide no solo detectar el cambio, sino acogerlo”. “El cambio siempre nos presenta diferentes modos de afrontarlo; el problema es que muchas acciones y actitudes pueden ser útiles y buenas, pero no todas tienen sabor a Evangelio. Por ejemplo, buscar formas codificadas, ancladas en el pasado y que nos ‘garantizan’ una forma de protección contra los riesgos, ‘refugiándonos’ en un mundo o en una sociedad que no existe más (si es que alguna vez existió)”, ha agregado.
Otra actitud “puede ser la de un optimismo exacerbado –’todo andará bien’– que termina por ignorar los heridos de esta transformación y que no logra asumir las tensiones, complejidades y ambigüedades propias del tiempo presente y ‘consagra’ la última novedad como lo verdaderamente real, despreciando así la sabiduría de los años. Son dos tipos de huidas, son las actitudes del asalariado que ve venir al lobo y huye: huye hacia el pasado o huye hacia el futuro. Ninguna de estas actitudes lleva a soluciones maduras”, ha completado.
Como ha recalcado Francisco, “discernir la voluntad de Dios es aprender a interpretar la realidad con los ojos del Señor, sin necesidad de evadirnos de lo que acontece a nuestros pueblos y sin la ansiedad que lleva a querer encontrar una salida rápida y tranquilizadora de la mano de una ideología de turno o una respuesta prefabricada, ambas incapaces de asumir los momentos más difíciles e inclusive oscuros de nuestra historia”.
En relación a la crisis vocacional, el Papa ha señalado que se debe “frecuentemente” a la ausencia en las comunidades de “un fervor apostólico contagioso, por lo que no inspiran entusiasmo y atracción. Donde hay vida, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas. Incluso en parroquias donde los sacerdotes no están muy comprometidos y ni son alegres, es la vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que suscita el deseo de consagrarse completamente a Dios y a la evangelización”.
La intervención de Bergoglio se ha centrado en “lo que me parece decisivo para la vida de una sacerdote hoy: las cuatro columnas constitutivas de nuestra vida sacerdotal y que llamaremos las ‘cuatro cercanías’ –cercanía a Dios, cercanía al obispo, cercanía entre los sacerdotes y cercanía al pueblo–”. Aunque Francisco ya se ha referido a ello en otras muchas ocasiones, ahora se detiene de forma más extensa, ya que “el sacerdote más que recetas o teorías necesita herramientas concretas con las que confrontar su ministerio, su misión y su cotidianeidad”.
Según ha indicado, “muchas crisis sacerdotales tienen precisamente origen en una escasa vida de oración, en una falta de intimidad con el Señor, en una reducción de la vida espiritual a mera práctica religiosa. Recuerdo momentos importantes en mi vida donde esta cercanía con el Señor fue crucial para sostenerme. Sin la intimidad de la oración, de la vida espiritual, un sacerdote es, por así decirlo, solo un obrero cansado que no goza de los beneficios de los amigos del Señor”.
Y ha continuado: “Muy a menudo, por ejemplo, en la vida sacerdotal se vive la oración solo como un deber, olvidando que la amistad y el amor no pueden imponerse como una regla externa, sino solo como una elección fundamental de nuestro corazón. Un sacerdote que reza no es más que un cristiano que ha comprendido en profundidad el don que ha recibido en el bautismo. Un sacerdote que reza es un hijo que recuerda continuamente que es hijo y que tiene un Padre que lo ama. Un sacerdote que reza es un hijo que se hace ‘cercano’ al Señor”.
Pero “todo esto es difícil si no estamos acostumbrados a tener espacios de silencio en nuestro día. Si no se sabe substituir el verbo ‘hacer’ de Marta para aprender el ‘estar’ de María. Es difícil aceptar dejar el activismo que es agotador, porque cuando uno deja de estar ocupado, la paz no llega inmediatamente al corazón, sino la desolación; y para no entrar en desolación, estamos dispuestos a no parar nunca”, ha subrayado.
“Como Iglesia con demasiada frecuencia, e incluso hoy, hemos dado a la obediencia una interpretación lejana al sentir del Evangelio. Obedecer significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de Dios, y que esta solo puede entenderse a través del discernimiento”, ha apuntado.
Para el Papa, “el obispo, sea quien sea, permanece para cada presbítero y para cada Iglesia particular como un vínculo que ayuda a discernir la voluntad de Dios. Pero no debemos olvidar que el obispo mismo solo puede ser instrumento de este discernimiento si también él se pone a la escucha de la realidad de sus presbíteros y del pueblo santo de Dios que le ha sido confiado”.
Y ha proseguido: “No es casualidad que el mal, para destruir la fecundidad de la acción de la Iglesia, busque socavar los vínculos que nos constituyen. Defender los vínculos del sacerdote con la Iglesia particular, con el instituto a que se pertenece y con su propio obispo hace que la vida sacerdotal sea digna de crédito. Esto pide necesariamente que los sacerdotes recen por los obispos y se animen a expresar su parecer con respeto y sinceridad. Pide también de los obispos humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar”.
“En muchos presbíteros tiene lugar el drama de la soledad. Se tiene la sensación de sentirse no dignos de paciencia y de consideración. Más aún, sienten que del otro no pueden esperar el bien, la benignidad, sino solo el juicio. El otro es incapaz de alegrarse del bien que se nos presenta en la vida, y yo tampoco soy capaz de alegrarme cuando veo el bien en la vida de los demás. Esta incapacidad es la envidia, que tanto atormenta a nuestros ambientes y que es una fatiga en la pedagogía del amor, no simplemente un pecado que se debe confesar”, ha advertido.
El Papa ha señalado que “el amor fraterno para los presbíteros no queda encerrado en un pequeño grupo, sino que se declina como caridad pastoral, que impulsa a vivirlo concretamente en la misión. Solo quien busca amar está a salvo. Quien vive con el síndrome de Caín, con la convicción de que no puede amar porque siente siempre no haber sido amado, valorizado, tenido en la justa consideración, al final vive siempre como un vagabundo, sin sentirse nunca a casa, y por eso mismo está más expuesto al mal, a hacerse daño y hacer daño a los demás”.
Y ha subrayado: “Me atrevería a decir que ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal y hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. El celibato es un don que la Iglesia latina custodia, pero es un don que para ser vivido como santificación requiere relaciones sanas, vínculos de auténtica estima y genuina bondad que encuentran su raíz en Cristo. Sin amigos y sin oración el celibato puede convertirse en un peso insoportable y en un anti testimonio de la hermosura misma del sacerdocio”.
“Estoy convencido que, para comprender de nuevo la identidad del sacerdocio, hoy es importante vivir en estrecha relación con la vida real de la gente, junto a ella, sin ninguna vía de escape”, ha apuntado el pontífice. La cercanía al Pueblo de Dios “invita y en cierta medida exige desarrollar el estilo del Señor, que es estilo de cercanía, de compasión y de ternura porque capaz de caminar no como un juez sino como el Buen Samaritano que reconoce las heridas de su pueblo”, ha aseverado.
Para el Papa, “es clave recordar que el Pueblo de Dios espera encontrar ‘pastores’ al estilo de Jesús –y no tanto ‘clérigos de estado’ o ‘profesionales de lo sagrado’–; pastores que sepan de compasión, de oportunidad; hombres con coraje capaces de detenerse ante el caído y tender su mano; hombres contemplativos que en la cercanía con su pueblo puedan anunciar en las llagas del mundo la fuerza operante de la Resurrección”.
Bergoglio ha invitado a los sacerdotes a vacunarse contra “una deformación de la vocación que nace precisamente de olvidarse que la vida sacerdotal se debe a otros. Este olvido está en las raíces del clericalismo y sus consecuencias. El clericalismo es una perversión porque se constituye con ‘lejanías’. Cuando pienso en el clericalismo, pienso también en la clericalización del laicado, esa promoción de una pequeña elite que entorno al cura termina también por desnaturalizar su misión fundamental”, ha destacado.
Para finalizar, el Papa ha pedido a obispos y sacerdotes a preguntarse cómo están sus cercanías, “cómo estoy viviendo estas cuatro dimensiones que configuran mi ser sacerdotal de manera transversal y que me permiten ‘gestionar’ las tensiones y ‘desequilibrios’ que a diario tenemos que manejar”. “Estas cuatro cercanías son una buena escuela para ‘jugar en la cancha grande’ a la que el sacerdote es convocado sin miedos, sin rigidez, sin reducir ni empobrecer la misión”, ha concluido.