Psicóloga y con gran experiencia educativa, especialmente con jóvenes, Isabel Muñoz-Cobo Cique lleva dos años al frente de la oficina de atención a las víctimas de abusos de la Archidiócesis de Burgos. Hasta ahora no han recibido ninguna denuncia, pero se mantienen vigilantes para acompañar al que pueda estar sufriendo.
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PREGUNTA.- ¿Qué balance hace de estos dos años de trabajo?
RESPUESTA.- El abuso a un menor o persona vulnerable es algo intolerable que nos llena de indignación cuando ocurre. Los que formamos parte de la Iglesia sentimos un especial dolor y vergüenza cuando, quien lo comete, es un miembro de la misma. Produce cierto alivio tener disponible esta oficina, aunque, por el momento, no se ha puesto en contacto ninguna víctima o familiar para hacer una denuncia en nuestra diócesis.
Pero esta oficina es el modo detener abierto un camino para apoyarles, estar a su lado, escuchar sus necesidades y resarcir el dolor, además de investigar y colaborar con la Justicia civil si fuera necesario. Por su puesto, entre nuestros objetivos está realizar prevención y formación para que no ocurra.
La primera palabra
P.- ¿Cuál es la primera palabra que se le debe decir a quien pueda acudir a su oficina reconociéndose como una víctima de abusos en el seno de la Iglesia?
R.- “Estoy de tu parte. Es inadmisible lo que ha ocurrido, voy a hacer todo lo posible para resarcir tu dolor, promover que se haga justicia y evitar que vuelva a ocurrir”.
P.- Personalmente, ¿qué puede suponer un encuentro de este tipo con una víctima?
R.- Aunque no ha llegado a la oficina ninguna víctima, sí conozco a personas que han sufrido un abuso sexual por parte de un familiar. Lo que ha despertado en mí ha sido un dolor inmenso. Son indescriptibles los sentimientos y la herida que vive un niño o niña cuando ha tenido la experiencia de que se han aprovechado en algo tan íntimo y delicado como es la sexualidad. No quiero imaginar si, además, es por parte de alguien que expresa ser discípulo de Jesús, el Amor en persona… Me figuro que el sufrimiento y la confusión se multiplican.
Enterarme de algo así, por parte de un miembro de la Iglesia, es como si me entero de que alguien de mi familia ha sometido a un niño o a una persona adulta vulnerable a semejante vejación.
Por otro lado, tener la oficina disponible solo puede ser desde el respeto delicadísimo a una persona que pudiera acercarse: es un terreno sagrado. Deseamos que se sienta acogida y apoyada, y poder transmitirle la indignación que no solo yo, sino la Iglesia entera siente con ello.
Al principio del fin
P.- Oficinas como esta, según lo reclamado por el Papa y la Conferencia Episcopal, van surgiendo en cada vez más diócesis. Por las experiencias que puedan compartir, ¿considera que la Iglesia española está respondiendo del mejor modo a este triste fenómeno o solo estamos al principio de un camino aún demasiado largo?
R.- Creo que es un paso importante. Pienso que estamos al comienzo del final de los abusos dentro de la Iglesia. Antes de que se abrieran estas oficinas, ya ha habido situaciones en las que los laicos, religiosos y sacerdotes han acogido a las víctimas y han puesto en conocimiento de los obispos el delito; y los obispos, por su parte, han promovido la investigación adecuada y las acciones legales justas en colaboración con la autoridad civil. Abrir este tipo de oficinas ayuda a tener sistematizado este apoyo a las víctimas y a que, entre las distintas diócesis, haya una sinergia; así, la experiencia y recursos de unos ayudan a las demás oficinas.
P.- ¿Hasta qué punto sería un paso adelante, por parte de la Conferencia Episcopal, encargar una comisión independiente que investigara el alcance de los abusos eclesiales en toda España?
R.- No conozco al detalle la propuesta. De momento, es algo mediático. Observo que cada diócesis está dando pasos para que las posibles víctimas denuncien. Eso es lo importante, atender y curar a las víctimas. Estar a su lado. En eso estamos todos de acuerdo y estamos haciendo un gran esfuerzo.