El drama de la inmigración en el Mediterráneo tiene ya un símbolo, una imagen, que refleja por sí sola todo el drama, el dolor y la angustia: la Pietà de Miguel Ángel Buonarotti (Caprese, 1475-Roma, 1564). Más bien, las Piedades, porque el Museo dell’Opera de Florencia reúne por primera vez las tres que creó el escultor renacentista. Alrededor de la Piedad Bandini, recién restaurada, expondrá los moldes de la Piedad del Vaticano y la Piedad Rondanini, ambos procedente de los Museos Vaticanos.
Nunca se habían podido ver juntas, lo hacen ahora coincidiendo con el encuentro ‘Mediterráneo, frontera de paz’, en el que la Conferencia Episcopal Italiana convoca a obispos y alcaldes –y en el que no faltará el papa Francisco– para hablar, como ya se hizo en Bari hace dos años, de respuestas, de intervención, de convivencia, de soluciones en el Mediterráneo. La exposición, que se inaugurará el próximo 24 de febrero, tiene, por si aún no quedara claro, un título revelador: Las tres Piedades de Miguel Ángel. No pensáis cuánta sangre cuesta.
Miguel Ángel meditó y trabajó, y no solo en las inmediaciones de su muerte, sobre la Pasión de Cristo. Hacia 1540, regaló a su amiga, la poeta Vittoria Colonna, marquesa de Pescara, el dibujo a carboncillo de una Piedad –otra que, en cambio, no llegó a esculpir– que representa a Cristo muerto, sostenido por los brazos por dos niños, mientras recae en el regazo de la Virgen, quien extiende los brazos abiertos mientras mira al cielo. En la cruz, que apenas se entrevé detrás, el artista escribió una frase de Dante Alighieri, un verso de la Divina Comedia: “Non vi si pensa quanto sangue costa” (Paraíso, XXIX, 91).
Con ese “No pensáis cuánta sangre cuesta”, Dante se refería a lo que supone sembrar por el mundo la Sagrada Escritura. Y ese mismo verso lo ha elegido ahora Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos, para proponer esta reflexión visual, artística, emocional, que une la fe de Miguel Ángel y su testimonio de Cristo con la tragedia, la muerte, el desamparo de la inmigración que cruza el Mediterráneo. Miguel Ángel no deja indiferente. La muerte en el Mediterráneo, tampoco.
La primera Piedad es la más famosa. El cardenal Jean Bilhères de Lagraulas encargó a un Miguel Ángel de poco más de 20 años “una Virgen María vestida con el Cristo muerto, desnudo en sus brazos”. La respuesta, la obra, de Buonarotti fue –aún es– impresionante. “Con la Piedad del Vaticano (1498-1499), el artista impresionó a su tiempo: tal era la belleza de ese Cristo desnudo sostenido amorosamente por la Virgen, jovencísima, humilde y casta, envuelta en una profusión de paños para la que María es Madre y Novia”, manifiestan los comisarios. El vaciado que se expone es el realizado en yeso en 1975 por Ulderico Grispigni, Luciano Ermo y Ennio de Santis.
La Pietà, en mármol de los Alpes Apuanos –en la Toscana–, ocupó la Capilla de Santa Petronila, y, más tarde, se trasladó a San Pedro. Desde el siglo XVIII, se expone a la derecha de la nave, donde aún hoy puede admirarse. “En esta Piedad, Miguel Ángel consiguió representar la divinidad de Jesús rebajándola al cuerpo de un hombre de 33 años –prosiguen–. Cristo, que acaba de ser bajado de la cruz, parece dormir en el seno de su joven madre, radiante en su belleza, una visión luminosa de gracia y humildad. La muerte no ultrajará a este hombre admirable: el más bello de los seres vivos. En el cuerpo intacto, sin señales de la violencia sufrida, podemos leer ya al resucitado, al que vence a la muerte”.