Se lo confesaba a ‘Vida Nueva’ solo 24 horas antes de su toma de posesión, el pasado 11 de febrero, como nuevo arzobispo de Argel: se trata de “una continuación de mi presencia durante veinte años en Argelia, nueve de ellos como obispo de Orán”.
“La diferencia –matizaba a renglón seguido el dominico francés Jean-Paul Vesco (Lyon, 1962)– es que ahora llevaré simbólicamente y de una manera más concreta el peso de esta pequeña Iglesia en el mundo musulmán”.
Una “alianza” que el prelado refrendó al día siguiente en presencia de un nutrido grupo de antiguos feligreses y numerosos amigos cristianos y musulmanes que le acompañaron en su llegada a la sede de Argel.
“Solo puedo ser obispo en este país mientras pueda bendecirlo, es decir –etimológicamente–, decir y querer su bien y el de sus habitantes. Compartimos las alegrías y los dolores de los ciudadanos de este país, y queremos ser una Iglesia plenamente ciudadana, que no aspire a otro derecho que el de poder ejercer sus deberes y su responsabilidad como ciudadanos. Es el color particular del testimonio evangélico de nuestra Iglesia”, reconoció Vesco al inicio de su homilía.
La ceremonia, en la catedral del Sagrado Corazón de la capital, había arrancado minutos antes en medio de un clima festivo, animado por sendos coros de Orán y Argel. Tras la lectura –en francés y en árabe– de la carta papal con el nombramiento y las palabras de bienvenida de su predecesor, el jesuita Paul Desfarges, dio comienzo una solemne eucaristía concelebrada por el propio Vesco, el nuncio apostólico, los obispos de las demás diócesis argelinas y algunos llegados del extranjero, especialmente de Marruecos y Francia.
En ella, además de otros miembros del clero local, participaron también representantes de la vida religiosa (22 congregaciones femeninas y siete masculinas están presentes en el país norteafricano) y del ámbito civil, en concreto del Ministerio de Asuntos Religiosos.
“Nuestra Iglesia en Argelia –volvió a insistir más adelante el nuevo arzobispo– quiere ser discreta; no por cálculo ni por estrategia, ni siquiera por obligación. No en el sentido de ser tímida o temerosa, sino en el mismo sentido que cuando decimos de una persona que es discreta porque respeta la intimidad y la fe de los demás. Por eso nuestra Iglesia, en su esencia, no es ni puede ser proselitista”.
Así, Vesco articuló toda su homilía en torno a tres ejes que bien podrían convertirse en su programa pastoral: la convivencia, la fraternidad y la sinodalidad. (…)