Chad lleva casi un año sumido en una profunda crisis. Si ya había tensión tras el anuncio del entonces presidente, Idriss Déby Itno, de que trataría de presentarse a un sexto mandato y el líder de la oposición, Yaya Dillo Djerou, denunciaba que la policía había hostigado su casa y habían muerto varios de sus familiares, la catarsis llegó en abril del pasado año, cuando el jefe del Ejecutivo fue asesinado a tiros mientras visitaba la provincia de Kanem. Sucedido por su hijo, Mahamat Idriss Déby Itno, general de apenas 37 años de edad, la situación no se ha calmado. Ni mucho menos.
El último ejemplo se ha dado días atrás cuando el presidente de la Conferencia Episcopal de Chad, Edmond Goetbé Djitangar, arzobispo de N’Djamena, capital del país, se sumó a una manifestación en la ciudad para honrar a las víctimas de un reciente choque intercomunitario que había enfrentado en Sandana a pastores y agricultores. Pese a que la marcha concurría en un ambiente pacífico, la policía optó por disolverla a la fuerza, utilizando incluso botes de gas lacrimógeno.
Como resultado del consecuente tumulto, hubo varios heridos, entre ellos el prelado. Tras la confusión en las horas siguientes, salió al paso el secretario general del Episcopado, Xavier Kouldjim Omer, quien, en un mensaje difundido por ACI África, quiso “tranquilizar” a todos los fieles y aclaró que Goetbé Djitangar “goza de buena salud”. “Está bien –aclaró–. Tiene una rodilla hinchada y un ligero dolor en la parte inferior del abdomen. No es serio. Por lo tanto, está perfectamente sano”.
Con todo, lo que ha generado más indignación en la Iglesia local ha sido la posterior reacción de las autoridades, que han descalificado al arzobispo por participar en la manifestación y han catalogado su acción como una “incitación al odio”.
Significativamente, esta hostilidad gubernamental contrasta con la actitud constructiva de la Conferencia Episcopal, que, en su último mensaje público, difundido semanas atrás, había lamentado cómo la sociedad chadiana sigue siendo incapaz de escapar del “círculo vicioso del conflicto armado”.
Frente a esa espiral del odio, la venganza y el enfrentamiento fraticida, la única salida viable es afrontar un auténtico “proceso de diálogo nacional inclusivo”. Esto y solo esto es lo que puede “ofrecer una gran esperanza para garantizar una paz duradera en nuestro país”. Aunque, desgraciadamente, la realidad parezca señalar lo contrario. Y es que, “tanto en su forma como en su contenido, este llamado diálogo ‘inclusivo’ parece estar lejos de obtener la unanimidad de todos los chadianos. No se dan todas las condiciones para un diálogo creíble y sincero”.
Una confrontación que, ya a finales del pasado año, denunció el propio arzobispo Edmond Goetbé Djitangar. Fue en noviembre, cuando tres militares agredieron a un sacerdote, Simon-Pierre Madou, y entraron en su parroquia, St. Isidore Bakanja, en la localidad de Walia-Gorée, molestando a los fieles y llegando a orinar en el templo. Como lamentó entonces el presidente del Episcopado, fue una manifestación de “intolerancia” que “no debe tener lugar en una sociedad plural como la nuestra”.
“Los que se comportan de este modo –sentenció– se ponen en guerra con Dios, y Dios no rechaza ninguna oración hecha con buen corazón y buena conciencia, sin importar la denominación religiosa del creyente”. Desgraciadamente, no ha sido el único acto hostil de este tipo protagonizado por militares y sucedido en un templo.