La crisis profunda que se vive en Chad ha tenido un episodio más que simbólico estos días con lo que le ha ocurrido al presidente de la Conferencia Episcopal de Chad, Edmond Goetbé Djitangar, quien fue testigo directo de cómo la policía cortaba violentamente una manifestación en la que participaba.
La marcha, que tuvo lugar en N’Djamena, la capital del país y de donde es arzobispo Goetbé Djitangar, buscaba honrar a las víctimas de un reciente choque intercomunitario que había enfrentado en Sandana a pastores y agricultores. Pese a que el acto concurría en un ambiente pacífico, la policía optó por disolverlo a la fuerza, utilizando incluso botes de gas lacrimógeno.
Como explica a Vida Nueva la misionera española María del Pilar Justo Bragado, misionera comboniana que lleva 44 años en el país, la tensión generalizada va mucho más allá del pasado abril, cuando el presidente del Gobierno, Idriss Déby Itno, que había anunciado que buscaba presentarse a un sexto mandato, fue asesinado a tiros mientras visitaba la provincia de Kanem.
Para ella, estos hechos “han sido la gota de agua que ha hecho desbordar el vaso”. Pero, lejos de ser novedosos, reflejan “una injusticia que se repite por enésima vez”.
“En estas más de cuatro décadas –explica– desde que llegué a este país, al que considero mi segunda patria, he sido testigo de cómo la cohabitación pacifica de los primeros años entre agricultores y pastores nómadas ha cambiado mucho. Los problemas que se daban a causa del ganado que entraba en los campos y destruía una parte casi siempre se arreglaban con la ayuda de los ‘comités d’entente’ que ayudaban a llegar a un arreglo entre las partes”.
Ahora, lamenta, “las cosas han cambiado y la violencia se ha desatado de manera increíble, sobre todo por parte de ciertos grupos de nómadas que se sienten fuertes porque tienen armas y nadie los juzga. Por esta razón se permiten invadir los campos sembrados y arrasarlos, con las consecuencias que esto lleva consigo; muchas veces las familias se quedan sin la cosecha que les permitía vivir a toda la familia durante el año”.
Sobre el incidente en Sandana que llevó a la manifestación reprimida por la policía en N’Djamena, “la masacre tuvo su origen en un accidente de moto en el que el motorista, un miembro de un campamento nómada, murió. Rápidamente, todo el campamento al que pertenencía se levantó en armas, culpando a los habitantes de Sandana y tirando sobre la población que huía despavorida para salvarse del violento acto. La agresión se saldó con doce muertos y el pánico de todos”.
Tanto la Diócesis de Sarh (donde se encuentra Sandana) como la de N’Djamena “han salido a la calle para decir pacíficamente que ‘mucho es mucho’, para rezar por los difuntos y sus familias y para pedir justicia”.
“Estos abusos –lamenta la misionera–se repiten y quedan en la impunidad. Y eso es lo que la Iglesia denuncia, porque la exigencia evangélica es estar del lado de los oprimidos y trabajar por la justicia”.
Aunque Pilar Justo quiere concluir en clave de esperanza: “Esperemos que no tengamos aún que ser testigos de otros actos violentos. La oración por la paz sigue haciéndose necesaria. Unamos nuestras voces para que Dios padre de misericordia toque el corazón de todos y podamos caminar juntos por el camino de la fraternidad”.