Yolanda Díaz, Juan José Omella, Pilar Alegría, Margarita Robles, Adela Cortina, Ana Iris Simón, Carmen Pellicer, Joseba Segura… Las voces clave de la actualidad política, cultural y eclesial de España se darán cita entre el 9 y el 10 de marzo en el II Congreso Iglesia y Sociedad Democrática que organiza la Fundación Pablo VI.
“Es un espacio de encuentro con el convencimiento de que la escucha y el intercambio de ideas es riqueza”, explica Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI sobre este foro de reflexión gratuito, que precisa de inscripción previa por las limitaciones marcadas por la pandemia de coronavirus.
PREGUNTA.- ¿Por qué esta segunda edición del Congreso Iglesia y Sociedad Democrática?
RESPUESTA.- El Congreso nació con una vocación de permanencia con carácter bianual. La primera edición, en 2018, celebrada en el marco del 40 aniversario de la Constitución Española, tuvo como principal objetivo poner en valor el papel de la Iglesia en la transición y, en definitiva, en la construcción de la Democracia en nuestro país. Fue un Congreso en el que se hacía balance de estos años, con un marcado carácter histórico. El propósito de una segunda edición en 2020 se frustró por las razones bien conocidas de orden sanitario. En esta edición de 2022, el Congreso pretende plantear una mirada al futuro y a los muchos retos que se plantean en el ámbito de la economía, el trabajo, la educación, la política, la ciencia. En este sentido, la Iglesia, como dice la Gaudium et Spes, quiere estar también atenta a los signos de los tiempos para dar respuesta ante ellos.
P.-Viendo las diferentes mesas de trabajo, es fácilmente deducible que la Iglesia no se identifica con un único partido ni se presenta como enemigo del resto…
R.-Como en la anterior ocasión, el Congreso tiene un carácter abierto en diálogo con distintas disciplinas y sensibilidades. La Fundación Pablo VI es un espacio de encuentro con el convencimiento de que la escucha y el intercambio de ideas es riqueza. Es importante destacar que en este Congreso no solo dialoga la Iglesia con la política, sino también con las instituciones, la economía, la educación… Y eso va más allá de los partidos. Salvo la última mesa, dedicada ciertamente a analizar el futuro de la política con diferentes partidos, el resto de las mesas invita a los que tienen en este momento en sus manos las decisiones de la economía, la educación o los retos científicos y sociales del futuro.
P.-La realidad política y social tiene tantas aristas que, gobierne quien gobierne, a la Iglesia se la puede dibujar como enemigo o acicate de quien se encuentre en el poder. ¿Cómo salvar este escollo?
R.-Desde este punto de vista en que se formula la pregunta, la Iglesia no es un actor social de oposición al poder como tal. La Iglesia debe ser, como dice la encíclica del Papa Francisco ‘Fratelli Tutti’, un aporte a la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. Existe una tendencia, a mi juicio nada constructiva, hacia la demonización del poder per se. El poder, además de ser una realidad profundamente humana, es un instrumento para servir a la sociedad. De modo que, por emplear los términos de la pregunta, en absoluto considero que la Iglesia sea enemigo o acicate de quien se encuentre en el poder. La Iglesia no debe entrar en confrontación con el poder sin más, lo cual no obsta para que pueda o deba denunciar aquellas acciones concretas de poder que no sean compatibles con una idea de justicia y de amor fraterno, esto es, con el mensaje del Evangelio.
P.-Si tuviera que situar al papa Francisco en una de las mesas de diálogo que han propuesto para esta edición del Congreso, ¿en cuál le vería especialmente cómodo?
R.-Creo que el Papa tiene mucho que decir en cualquiera de los asuntos que se abordan en este Congreso. Pero, quizá, los retos globales, como los retos educativos para un mundo en transformación, el cambio climático, los límites de la investigación biomédica, una política puesta al servicio del verdadero bien común, la respuesta desde la fe al tecnocentrismo imperante, la revolución digital o los grandes desafíos, como la pobreza, el trabajo o la protección de la vida, son temas sobre los que el Papa se ha pronunciado en múltiples ocasiones y que necesitan una respuesta desde la propuesta desde la Doctrina Social de la Iglesia. Por eso, no arriesgo en equivocarme si le digo que el Papa estaría encantado de sentarse en cualquiera de las mesas redondas a dialogar con Adela Cortina o con cualquiera de las personalidades que tenemos sentadas en cada una de ellas.
P.-¿Por qué un cristiano de a pie tiene que pedir dos días libres en su trabajo o en su casa para acudir a la Fundación Pablo VI?
R.-Porque es importante buscar espacios para el encuentro, para la escucha y la reflexión. Porque es cada vez más difícil crear climas donde se pueda dialogar con serenidad y altura, y porque, frente al ruido y las aparentes hostilidades que muchas veces responden más a una determinada lectura o interpretación mediatizada, la Iglesia es capaz de convocar a personalidades de distinto signo, aunque aparentemente sean vistos desde fuera como enemigos de la propia Iglesia. Un espacio de encuentro es siempre rico.
P.-El empeño de la Fundación Pablo VI es tender puentes con todos los actores sociales, mostrar una Iglesia cercana, una Iglesia vecina de las realidades más acuciantes. Más allá del congreso, ¿qué pude hacer un católico para hacer ser puente en su realidad cotidiana?
R.-Huyendo del victimismo y la condena. A veces solemos perdernos en ambas cosas, evitando hablar con los que piensan diferente o situándonos en posiciones defensivas. Pablo VI ya trabajó, incluso dentro de la propia Iglesia, por la superación de las divisiones, presiones y expresiones de resistencia frente a la necesidad de entendernos con los que piensan diferentes. Como marcó el Papa Montini y han continuado el resto de los Pontificados, debemos trabajar por tender puentes con el mundo contemporáneo, revitalizando nuestra vocación misionera y dando respuesta a los retos que plantea la humanidad. No todo en la vida es blanco o negro; hay grises y unos más intensos que otros.