Cultura

Antón Lamazares, la noche oscura ilumina el pincel





“Apartado del mundo, habitante de ese abismo desconocido que le permite entonar su espiritual cántico”, así pinta Antón Lamazares (Lalín, Pontevedra, 1954) y así lo describe Alfonso de la Torre, comisario de la exposición que el pintor gallego dedica a san Juan de la Cruz en la madrileña Galería Odalys.



“He estudiado con los franciscanos y soy cristiano, a todos los religiosos y religiosas yo les diría que leyeran y releyeran, seguro que lo hacen, a san Juan de la Cruz. Yo solo soy uno de tantos cristianos que en san Juan de la Cruz y en su Cántico espiritual ve que tenemos un altar formidable donde la primavera, el invierno, el verano y el otoño, todas nuestras alegrías y asuntos, están celebrados de una manera inefable”, explica Antón Lamazares.

Abandono, oscuridad, pena, resurrección, meditación, misterio. Las 56 obras que exhibe el pintor gallego, nombre fundamental de la generación de los 80 –la misma de José María Sicilia y Miquel Barceló– son una manera única de leer al carmelita descalzo. “Para mí, esta exposición es una ocasión importantísima porque llevo cuatro años trabajando con san Juan de la Cruz de una manera directa y profunda. Que es lo que quería desde que le conocí, desde que comencé de chaval a leer su poesía”, admite. “Yo soñaba con ser poeta, con hacer poesía, y luego la vida me ha llevado por el camino de la pintura –añade–, pero desde siempre he querido hacer lo que ahora estoy haciendo y que antes no era capaz”.

Pintar a través de la palabra

En 2013 encontró la manera. “Desde hace nueve años, mi trabajo se va ensanchando y ensanchando en función de mi inteligencia y mi capacidad, y de tantas cosas. Decidí dar un cambiazo y que trabajaría a partir de la palabra, a pintar a través de la palabra, como quería cuando comencé a pintar con 18 años, ya en 1972, pero que entonces no sabía muy bien cómo hacerlo”, declara. “Entendí que tenía que trabajar con un alfabeto con misterio, e inventé mi ‘alfabeto Delfín’, dedicado a mi padre, un labrador, un cristiano, y pienso que eso resume muy bien todas mis inquietudes profundas”, confiesa Lamazares.

El artista encontró de nuevo el camino en su “noche oscura”. “A partir de ahí, he trabajado mi alfabeto y he ido tratando de desarrollar y de ampliar todo esto que parece que está en el aire, pero que el aire esté a nuestro favor no es fácil. Hace cuatro años, ya pensaba que estaba preparado para trabajar con san Juan de la Cruz y que era el momento”, reconoce. Lo hace con sus enormes “pictoescrituras”, grandes cartones de nido de abeja que pinta muchas veces de rojo, otras de ocre, algunas de naranja o amarillo, sobre los que fija capas de barniz, y con un punzón horada versos de san Juan de la Cruz.

Cada letra, un símbolo

El ‘alfabeto Delfín’ es una vuelta al origen, al Génesis, a Dios mismo. Cada letra del alfabeto latino corresponde en el Delfín a símbolos, y cada uno de ellos tiene una equivalencia, una significación creada por Lamazares. La ‘A’, una especie de alfa, representa la Creación, “María nosa nai” (María nuestra madre), como la describe el artista en gallego. La ‘B’, similar a un rombo, es la estrella de Belén y la imaginación. La ‘C’, parecida a un 2, es compasión, “gracias vagamundas”, señala. La ‘D’, un triángulo, que deletrea como “Dios”.

Y así continúa. Con la ‘K’ transformada en un pez que es Cristo: “A paz, a bondad”, suscribe. La ‘T’, una “cruz con peito de Cristo atravesado”, la muerte misma. Y la ‘Z’, dibujada como un corazón, “a luz do Resucitado, a pedra que da de beber”. Es en este lenguaje tan inmensamente religioso en el que escribe, por ejemplo: “En mí no vivo ya / y sin Dios vivir no puedo / pues sin él y sin mí quedo / este vivir ¿qué será? / Mil muertes se me hará / pues mi misma vida espero / muriendo porque no muero”.

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