En medio de las duras circunstancias que vive el pueblo ucraniano desde que fuera invadido por Rusia, Vida Nueva ha podido contactar con el sacerdote cordobés Pedro Zafra, perteneciente al Camino Neocatecumenal y quien, después de nueve años de misión en Ucrania, recibió en junio la ordenación sacerdotal. Aunque prefiere no dar ningún dato que pueda poner en peligro a los suyos, explica que, desde que estallara la crisis, abrió su parroquia a los miembros de la misma “que estaban solos o que querían pasar esta prueba acompañados por otros”. Así, desde entonces “compartimos la vida en el templo gente de toda condición”.
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Pese a las dificultades, tratan de que su día a día “sea el habitual en la vida parroquial”. Así, a diario, “compartimos la celebración de la Eucaristía y rezamos juntos vísperas y laudes. En este sentido, constato una paz interior y una cierta tranquilidad. Nos sostienen la Eucaristía y la oración”.
Un signo de Dios
Aunque no sea para nada fácil: “Al principio, yo mismo tuve un momento de nervios y fuerte crisis en el que me planteé si debía quedarme o volver a España. En ese momento, leí la Palabra y me encontré con el pasaje en el que Jesús, tras decirle a un discípulo ‘ven y sígueme’, recibe esta respuesta: ‘No puedo, tengo que enterrar a mis padres’. A lo que el Maestro contesta: ‘Que los muertos entierren a los muertos. Ven y sígueme’. Tras este, leí el pasaje del envío de los 72 apóstoles. Entonces lo tuve claro y percibí un signo de que Dios quería que me quedara”.
“No me siento un valiente o mejor que nadie –explica–. Simplemente, soy alguien que sigue aquello que Dios le ha mandado. Desde mis tiempos en Córdoba, con la ayuda de mis catequistas en el Camino Neocatecumenal, he experimentado cómo ha ido nutriéndose una vocación que me acabó llevando hasta aquí. Es algo que yo no planeé y a veces he tenido otros deseos, pero, siempre sabiendo que el señor me ha hecho libre de elegir, me ha hecho perseverar su voluntad. Es Él quien me sostiene”.
Amar a los enemigos
En este sentido, tiene claro que, pese a las inmensas dificultades, “yo permaneceré aquí, seguro. La gente necesita una palabra de consuelo, poder confesarse y acceder a los sacramentos. Nos nutre el anuncio de la resurrección, el saber que Dios nos dio la vida y el tener claro que nos pidió amar a nuestros enemigos. Sabemos que no nos sostienen nuestras fuerzas, sino las del Señor”.
Así, Zafra vuelve al principio: “Es bonito ver cómo no caemos en el pánico y nos impulsa la propia idea de vivir en comunidad, todos juntos. Nos ayudamos entre todos. Sentimos que somos un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Somos luz en medio del conflicto. Tenemos miedo, sí, pero estamos tranquilos, pues realmente experimentamos que el Señor está con nosotros. Sin olvidar la ayuda material que recibimos de fuera y gracias a la cual no nos faltan comida, agua, luz, calefacción o acceso a Internet. Eso y, claro, la oración”. Todo un testimonio con sabor a autenticidad, a Iglesia primitiva y de renacer en las catacumbas.