Tristemente, desde la invasión de Ucrania ordenada por Putin, esta última semana está siendo muy complicada para los fieles de la catedral de Santa María Magdalena, la principal comunidad rusa ortodoxa de Madrid, frecuentada en su mayoría por ucranianos.
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Días atrás contactábamos con su deán, el sacerdote ruso Andrey Korkochkin, quien aseguraba a esta revista que su deseo era que “termine la guerra fratricida y no repitamos el pecado de Caín”. Además, el religioso compartía con nosotros un emotivo mensaje a sus fieles, cuyas palabras buscaban ser un abrazo en medio del dolor y que se iniciaban así: “Queridos amigos, durante los 18 años de mi ministerio en Madrid, hemos vivido muchos acontecimientos, tanto alegres como dolorosos. La prueba en la que nos vemos sometidos hoy también nos toca a pasarla juntos”.
Bendición a cada uno
A continuación, se dirigía directamente “a nuestros feligreses ucranianos, a aquellos cuyos familiares, por primera vez, se estremecieron ante los sonidos de los ataques aéreos y las explosiones, a aquellos cuyos seres queridos defienden a su país en las filas de las fuerzas armadas. Mentalmente, abrazo y bendigo a cada uno de vosotros”.
En este sentido, apelaba al entendimiento que ha marcado su convivencia todos estos años: “Tratemos de no enfurecernos. Recordemos que ni una sola persona, por el hecho de su nacionalidad y ciudadanía, puede ser culpada por las acciones de las autoridades de su país. No descarguemos nuestra ansiedad en contra de los familiares, amigos y vecinos”.
Sin justificación
Partiendo de la base que ninguna guerra “está justificada ni por Dios ni por los hombres” y con el fin de manifestar la fraternidad, el responsable de la comunidad ortodoxa rusa de Madrid recordaba que, “como siempre, las puertas de nuestra catedral están abiertas a todas las personas de todas las nacionalidades”. Algo que sé concretó esos días con “una oración por la paz en la tierra ucraniana” y con un “un servicio conmemorativo en recuerdo de todos aquellos que ayer esperaban celebrar la próxima Pascua con sus familiares, pero que ya no lo podrán hacer”.
En una nueva conversación con Vida Nueva, Kordochkin rememora la celebración eucarística de este pasado domingo, la primera tras el inicio de la guerra: “Fue un momento de oración muy intenso y de concentración espiritual. Es el penúltimo domingo antes de la Cuaresma, dedicado al Juicio Final, y en la homilía no pudimos evitar el tema de la responsabilidad de las personas que han tomado la decisión de iniciar la guerra cuando, previamente, habían declarado a todo el mundo, incluyendo a sus propios ciudadanos, que no lo iban a hacer”.
¿Qué debo hacer?
Un dolor que ha concretado en esta historia personal, a modo de ejemplo de lo vivido: “Es un fiel nuestro que antes vivió en Portugal. Está enfermo de corazón y su mujer está embarazada. Está sujeto a conscripción militar total. Me manda la foto de su mujer, en el suelo del paseo subterráneo. Y me dice esto… ‘No quiero matar y no quiero ser matado. ¿Qué debo hacer?’”.
En este sentido, el deán señala que “nuestra Iglesia siempre ha dado su bendición a poder defender la propia tierra, recordando las palabras de Cristo: ‘Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos’. Pero esta guerra es diabólica… Es una expresión de orgullo y envidia”.
Nadie suspenderá la Pascua
Habéis suspendido varias actividades, pues “nadie de nosotros es capaz de regocijarse y sonreír”. Kordochkin recuerda una idea esencial en el mensaje que dirigió a sus fieles, cuando optaron por suspender varias actividades, aunque aclarara que “nadie cancelará la fiesta de Pascua”. Y es que, remacha, “nadie tiene el poder de suspender la resurrección de Cristo”.
Foto: Jesús G. Feria.