La religiosa mexicana María de los Dolores Palencia Gómez, de la Congregación de Hermanas de San José, ha estado desde 2010 al frente del Albergue Decanal Guadalupano, para migrantes en paso, ubicado en Tierra Blanca, Veracruz, aunque por servicios internos en su congregación, de 2014 al 2018 estuvo fuera del albergue, pero de nuevo volvió al frente de ese servicio en 2019.
Para la hermana Dolores, quien tiene 73 años de edad y es originaria de la Ciudad de México, el llamado a acompañar y servir a las personas migrantes, ha sido “un camino de aprender y desaprender, de libertad y de crecimiento”. Ellos -dice a Vida Nueva- le han enseñado mucho de la vida, de la fuerza de un sueño, de la resiliencia, de la solidaridad, de la alegría y la esperanza, de la fe.
La religiosa reconoce que su trabajo no ha sido fácil, “hay tensiones fuertes por todo lo que ellos tienen que vivir y el ambiente agresivo que los rodea y que toca también a los albergues, casas y defensores. “Pero haciendo un balance entre dificultades y alegrías, por supuesto que gana la segunda”, apunta.
Al referirse a los cambios en la situación migratoria a lo largo de los años, considera que las causas por las que las personas emigran actualmente responden mucho más a una migración forzada, que a una búsqueda libre de una mejora de vida.
“La mayor parte de las personas que pasan por aquí dejan detrás pobreza, que ya se va haciendo miseria, desempleo, falta de recursos, corrupción; huyen de violencia, robos, asaltos, pandillas, narcotráfico, maras, impunidad y falta de seguridad; muchos son desplazados internos que ya han perdido todo en sus países, salen porque sufren persecución y represión política; o tienen deseos de reunificación familiar o están desamparados”, añadió.
María de los Dolores Palencia explica que también está presente la problemática de los que llevan años que viven en Estados Unidos o Canadá y que de pronto son deportados; los que han sufrido “las catástrofes ambientales y climáticas, como los terremotos en Haití, los huracanes Iota y Eta en Honduras y El Salvador, las situaciones políticas de Nicaragua, Venezuela, Colombia, Cuba, y el hambre en varios países de África“.
Aunado a ello –destaca- en los últimos dos años pasados se agrega, la falta de políticas migratorias y el cierre de la frontera norte de México.
“Una enorme agravante ha sido la pandemia de Covid-19, fronteras cerradas en varios países, las personas no podían avanzar, no podían regresar; falta de conocimiento del virus y pocos recursos para atender a las poblaciones más pobres; para algunos de ellos, sobre todo en el 2020, su lugar de confinamiento era el tren, en él subían y bajaban por las rutas del país, pues no podían parar en ninguna parte”.
La religiosa asegura que actualmente México ya no es solamente un país del que salen personas migrantes o un país de tránsito para otras, sino uno de los países con mayor número de refugiados, asilados, deportados, desplazados, retornados y víctimas.
Esta situación –precisó- se debe a que las fronteras están llegando al límite, tanto en el norte como en el sur, y ello se complica también socialmente.
“Las casas y albergues nos vimos sobrepasados por la cantidad de personas a recibir, la falta de voluntarios por la pandemia, la falta de recursos para dar lo mínimo de atención humanitaria y además en una situación estacionada, sin salidas“.
Al referirse a los esfuerzos de la Iglesia católica en la atención a la migración, manifestó: “yo agregaría las Iglesias de diferentes denominaciones y las organizaciones de la sociedad civil, pues mantienen su esfuerzo de atención humanitaria, de defensa de los derechos humanos de las personas migrantes, de asistencia a refugiados, y se esfuerzan en trabajar en redes uniendo capacidades, buscando como sensibilizar más a la población, e incidir en los cambios de políticas que generan mucha más injusticia, marginación y sufrimiento”.
“Nunca podemos decir que estamos haciendo todo, ni todo lo correcto, ni lo mejor, siempre faltará y siempre habrá que corregir y cambiar. La movilidad humana exige continuamente revisar, cambiar, flexibilizar, abrirse a la novedad y a los imprevistos”.
Lo importante –dijo- es no perder de vista que no son números, o estadísticas, “siempre son personas humanas, iguales a nosotros, y necesitamos poder generar encuentros que respeten diversidades, culturas, costumbres, necesidades, esto se dice fácil, pero no lo es en lo cotidiano, en la urgencia, en los momentos de crisis”.
En América Latina algunas organizaciones han ido subrayando la importancia de que las mismas personas migrantes sean los sujetos protagonistas de las búsquedas, soluciones, acompañamientos.
La religiosa está de acuerdo en que hay que caminar en ese sentido, cada día en lo pequeño y cotidiano, y en las grandes orientaciones por las concentraciones de personas o por los desplazamientos rápidos: caravanas, grupos étnicos.
No obstante -dijo- lo anterior no es fácil por varios factores: “las diferentes culturas y orígenes, las diferentes razones que han empujado a las personas a salir, la rapidez con la que en ocasiones se desplazan de un lado al otro y también por los grandes periodos que pasan en ciertos refugios, casas, albergues“.
Sin embargo -concluyó- “no podemos dejar de trabajar por una hospitalidad, acogida, respeto, como dice el papa Francisco: acoger, proteger, promover, insertar y en esto, ellos y ellas deben ser los actores principales, ellos nos van enseñando cómo caminar juntos”.