Es un hecho que la Iglesia, cada vez más, acentúa la necesidad de “involucrar a las mujeres de una manera particular al no relegarlas a roles subordinados o secundarios, permitiéndoles expresar libremente su rostro afectivo y material”, como pondera el Documento para el discernimiento comunitario de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, que tuvo lugar del 21 al 28 de noviembre de 2021.
“¿Qué sería la Iglesia sin las religiosas y laicas consagradas?”, se preguntaba el papa Francisco a inicio de febrero de este año, en vísperas de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. “No se puede entender la Iglesia sin ellas”, dijo. Los obispos en Aparecida reconocieron que “las mujeres constituyen, en general, la mayoría de nuestras comunidades, son las primeras transmisoras de la fe… deben ser atendidas, valoradas y respetadas” (DAp 455).
Al destacar que “la mujer es insustituible” (DAp 456), la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano propuso algunas líneas pastorales en las que apostaba por “impulsar la organización de la pastoral de manera que ayude a descubrir y desarrollar en cada mujer y en ámbitos eclesiales y sociales el ‘genio femenino’ y promueva el más amplio protagonismo de las mujeres”.
Ello implicaba, también, “garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son confiados a los laicos, así como en las instancias de planificación y decisión pastorales, valorando su aporte” (DAp 458).
A 15 años de Aparecida, la Asamblea Eclesial ratificó que “promover el rol y el aporte de la mujer en la Iglesia y en la sociedad” es uno de los desafíos pastorales prioritarios e inaplazables para el presente y el futuro de la Iglesia del continente. Tan necesaria es “una Iglesia que denuncie las injusticias, la explotación de mujeres, la violación y vulneración de los derechos humanos”, como la urgencia de dar paso al “acceso de las mujeres a roles de liderazgo o dirección en una Iglesia dominada por varones, cuando ellas son la gran mayoría del Pueblo de Dios, de las misioneras, religiosas, etc.”.
Estos clamores emergieron durante la fase de escucha, antes de la Asamblea, en una consulta que se prolongó por cinco meses –entre abril y agosto de 2021– y que involucró a cerca de 70.000 personas de todo el continente, dando lugar a una sustanciosa Síntesis Narrativa.
Si bien se estima que hay una “conciencia creciente del rol de la mujer en la sociedad”, que se traduce en “el aumento de su participación en diversas esferas de la vida social”, así como en múltiples espacios al interior de la Iglesia donde hay “respeto e igualdad de opciones en relación a los sacerdotes y obispos”, y donde se valora la “participación de la mujer en instancias eclesiales, como dar la comunión, leer el Evangelio, animar retiros, conversatorios, catequesis, trabajo pastoral y muchos otros ministerios”, sigue siendo un lugar común que muchas mujeres sienten que “no se ha dado igualdad de oportunidades y derechos”, a pesar de que “son las que más se entregan en el trabajo pastoral de evangelización”, permaneciendo “excluidas de los ámbitos de decisiones, tanto eclesiales como sociales”.
Con todo, prevalece el espíritu propositivo y esperanzador que permeó la Asamblea Eclesial, donde las mujeres representaron el 32% de los participantes, es decir, 355 de los 1104 asambleístas fueron mujeres. En la práctica, a pesar de las dificultades, un nuevo aire está llegando a las comunidades eclesiales a través de las mujeres. Ellas son el pulmón de la Iglesia, ellas oxigenan la Iglesia.
Maricarmen Bracamontes, teóloga y religiosa mexicana, estima que “para algunas personas que han permanecido fieles a la Iglesia, tanto la Asamblea como el Sínodo representan una esperanza y responden a su anhelo de una Iglesia que realmente escuche y trate a todos sus miembros de acuerdo a su dignidad bautismal”. Sin embargo, también “existe el riesgo de la desilusión y del desencanto si no se ven resultados concretos que respondan, aunque sea parcialmente, a sus anhelos”.
¿Por dónde pasan los procesos de renovación o, si se quiere, las mociones del Espíritu, para asumir los signos de los tiempos con relación a la participación y al reconocimiento de la mujer en la Iglesia?
“El Espíritu está gimiendo para que se reconozcan las aportaciones, los carismas de las mujeres, que son muchos e indispensables para que seamos realmente Iglesia”, afirma la religiosa benedictina, lamentando que en muchas oportunidades “esos carismas y aportaciones han sido negados, silenciados, descartados”.
Por eso, continúa, “los procesos de renovación, las mociones de la Ruah divina que recrea todas las cosas, pasa, necesariamente, por escuchar la voz de las mujeres y reconocer, profundizar, enriquecer y actualizar la teología con las contribuciones que han venido aportando desde hace años las mujeres en las teologías feministas y demás ramas de las ciencias en su conjunto. Pasa, también, por los grupos de mujeres que se reúnen a reflexionar en la Palabra de Dios con una lectura liberadora que les ayuda a descubrir la brecha que existe entre el mensaje de Jesús para ellas y las prácticas opresivas y excluyentes en muchas instituciones religiosas”.
Los vientos de renovación también soplan desde el mundo secular. Isabel Corpas de Posada recuerda que “los movimientos de mujeres del siglo pasado abrieron la puerta a una nueva presencia en los espacios públicos. Gracias a sus reclamos por el lugar que la historia les había negado –silenciándolas, invisibilizándolas, menospreciándolas y encerrándolas en el espacio doméstico– muchas mujeres pudieron y hemos podido pensar por nosotras mismas en lugar de ser pensadas por los hombres; hacer presencia en la construcción de la sociedad sin necesidad de pedir permiso”.
En Colombia, Corpas de Posada tiene el mérito de ser la primera doctora en teología laica, con todo lo que ello ha representado a lo largo de su trayectoria en facultades de teología donde tradicionalmente solo los clérigos ejercían la docencia y la investigación.
“Hay que reconocer que ha habido cambios, pequeños cambios, en nuestra Iglesia con relación a la participación y al reconocimiento de las mujeres, nombramientos significativos”, anota, al recordar que “el motu proprio Spiritus dominus eliminó la palabra ‘varones’ del canon 230, numeral 1, del Código de Derecho Canónico, para admitir el acceso de mujeres a los ministerios instituidos de acolitado y lectorado, pero ministerios laicales e insistiendo en la diferencia radical entre estos y los ministerios ordenados: para evitar confusiones”.
“El Espíritu actúa, pero tropieza con la formación de los hombres de Iglesia en el temor y el desprecio hacia las mujeres que, desde tiempos inmemoriales, han recibido. Por eso es difícil para ellos admitir su presencia. Prefieren mantenerlas en ‘su lugar propio’ y resaltar el estilo propio de su impronta femenina, que es una preocupación que recorre los documentos del magisterio eclesial”, explica la teóloga colombiana, convencida de que “los cambios tendrán que venir desde las periferias, con nuestra actividad pastoral, nuestra insistencia en reclamar el lugar que se nos niega y nuestra parresia para seguir y seguir insistiendo”.
Gloria Liliana Franco Echeverri, presidenta de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos (CLAR), sostiene que “las mujeres en la Iglesia, como Pueblo de Dios, estamos llamadas a ser portadoras de libertad y eso encarna un nuevo modo de relación; sujetos con identidad, vocación y derechos y ello supone reconocimiento y valoración”.
En este sentido, subraya que “la Iglesia tiene rostro de mujer”, toda vez que “las asambleas, los grupos parroquiales, las celebraciones litúrgicas, los ministerios apostólicos de las comunidades, la calidad de la reflexión y la calidez de la entrega de la Iglesia se teje mayoritariamente, en el vientre de las mujeres”.
La presidenta de la CLAR argumenta que, definitivamente, “la Iglesia es femenina, y eso no excluye a los varones, porque en todos, varones y mujeres, habita la fuerza de lo femenino, de la sabiduría, la bondad, la ternura, la fortaleza, la creatividad, la parresia y la capacidad de dar la vida y enfrentar las situaciones con osadía”. En efecto, para muchas teólogas latinoamericanas es altamente representativo que la palabra griega Ruah, espíritu, sea femenina.
En la actual coyuntura eclesial, tras la realización de la Asamblea Eclesial y de cara al Sínodo de la Sinodalidad, Franco Echeverri considera que “todos estamos llamados a ser vientre, casa, caricia, abrazo, palabra…”, porque “una Iglesia femenina tiene la fuerza de la fecundidad, esa que le viene dada por la Ruah”. Una Iglesia que palpita al ritmo de “lo femenino” es una Iglesia con amplias perspectivas de renovación y ello implica tomar en serio algunos itinerarios prioritarios, como propone la religiosa:
En un tiempo crucial para la revitalización de la Iglesia latinoamericana y caribeña, el Espíritu sigue soplando en medio del Pueblo de Dios, con hálito femenino, para evocar, una vez más, que “al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer (…) para que recibiéramos la condición de hijos” (Ga 4,4). ¡Todos somos hermanas y hermanos!