Con Teresa Forcades hay muchos temas que tratar en una entrevista porque ella es una religiosa benedictina, feminista, teóloga queer, mística, independentista catalana, licenciada en medicina, activista por los derechos de los homosexuales, escritora de libros sobre la fe, sobre el cuerpo y defensora de tesis atrevidas y controvertidas dentro y fuera de la Iglesia.
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Y cuando el encuentro tiene lugar en un monasterio benedictino, enclavado en esas montañas de Montserrat que son el símbolo de la Cataluña indómita, crece la tentación de dejarse llevar por el encanto de escuchar y del encuentro. Teresa Forcades con su alegría, pensamiento atrevido y palabras amables sabe atrapar. Su buen humor es contagioso.
Su capacidad para ir sin titubeos al fondo de las cuestiones y para destruir clichés y estereotipos es indiscutible. Pero hoy no lo hacemos. No caemos en la tentación de hablar de todo. Le digo enseguida que prefiero abordar con ella un solo tema, el de la relación de la mujer con la Iglesia, del patriarcado en la institución eclesiástica, de las mujeres que siguen al margen o son abiertamente discriminadas y de las batallas que se emprenden para cambiar.
Me responde: “Claro, hablemos de eso, pero partiendo de un punto que me importa mucho, que quiero subrayar, y que no he dicho. Que ese patriarcado es fuerte, es evidente, tan evidente que ni siquiera vale la pena señalarlo. ¿Acaso hay alguien que no lo haya visto?”.
PREGUNTA.- ¿Por dónde empezar?
RESPUESTA.- La Iglesia católica, en la que el patriarcado es fuerte, es, sin embargo, la institución que más ha preservado la presencia, la historia y la memoria de las mujeres. Si esto pervive hoy, si hoy sabemos lo que tantas mujeres en diferentes lugares y tiempos han hecho, sentido y pensado, se lo debemos al catolicismo. Le debemos que todos los días y en todas partes del mundo se celebre el nombre y se recuerde la obra de alguna de ellas como santa Clara, Hildegarda o Teresa de Ávila… podría dar cientos de nombres.
Mujeres ha habido y las hay. Eso sí, no sin dificultades. Pero lo primero es reconocer que ha habido y hay mujeres. Se debe destacar con convicción y con fuerza. Añado que no solo han estado ahí y han obrado, sino que han creado comunidades y estas siguen vivas hoy. En definitiva, construyeron su propia Historia en la Iglesia, una Historia femenina. Y esto sabemos que es difícil, muy difícil no solo en una institución católica. Así es en el mundo.
Cuando me gradué de la facultad de medicina en 1990 supe que dos hombres, James Watson y Francis Crick, habían descubierto la estructura del ADN, una gran revelación científica que sentó las bases de la biología molecular moderna. Hace solo unos años supe que la primera en descubrir la estructura del ADN fue una mujer, Rosalind Franklin. Su figura se había disuelto, se había borrado. La Historia no la reconoció.
Legado histórico
P.- ¿Me está diciendo que la Iglesia católica ha construido y ha conservado una presencia y una cultura femenina en mayor medida que otras religiones?
R.- No deseo polemizar. Puede ser que ignore este extremo, pero le pregunto: ¿en qué cultura, en qué país o en qué religión, encontramos escritos y obras femeninas como en la Iglesia Católica?
P.- Hoy, sin embargo, para muchos el cambio en la Iglesia va muy lento, la resistencia es más fuerte que en otras instituciones. ¿Por qué?
R.- Se dice que la Iglesia no está preparada, que todavía tiene que trabajar en ello. Tal vez sea cierto. Sin embargo, creo que, si hay algo justo, hay que hacerlo. Bueno, con consideración y diplomacia si es necesario, pero hay que hacerlo.
P.- También es conocida por ser partidaria de la ordenación sacerdotal femenina. La Santa Sede dice que el sacerdocio está reservado a los hombres.
R.- Hoy se está tomando en cuenta esta cuestión que también se ha planteado en el pasado y se ha negado. Mi opinión es que no hay ningún obstáculo teológico en las Escrituras.
Dejaría de existir
P.- Con Francisco, ¿se están empezando a mover las cosas para las mujeres en la Iglesia?, ¿en qué sentido?
R.- Francisco ha dado por primera vez a las mujeres puestos de responsabilidad en la Curia romana. Por primera vez, en algunos casos, están en el organigrama de la curia vaticana en puestos superiores a los de algunos obispos. Me parece un hecho nuevo e importante.
P.- Sin embargo, parece que la palabra “feminismo” todavía causa urticaria, no solo en los hombres, sino también en las mujeres de la Iglesia. ¿A su juicio, por qué es así?
R.- La Iglesia católica está compuesta por mujeres, es más, la mayoría son mujeres. Así que vivimos una situación realmente extraña porque se trata de una institución en la que las mujeres cuentan poco o nada pese a constituir el 70 u 80 por ciento de ella. No me sorprende que una situación tan extraña, tan singular, provoque ansiedad, inquietud, incertidumbre y miedo. Los hombres de la Iglesia saben bien que, si las mujeres la abandonaran, sencillamente dejaría de existir.
Le cuento un episodio. Elisabeth Schüssler Fiorenza, –teóloga, biblista y feminista estadounidense–, un día durante un servicio religioso pidió a las mujeres que salieran y se reunieran fuera de la Iglesia. Con un gesto simbólico quiso demostrar que sin ellas el sacerdote se quedaba solo. Es lo que pasaría en cualquier iglesia.
Teología feminista
P.- Entonces, ¿ha logrado el feminismo infiltrarse y socavar el patriarcado en la Iglesia?
R.- No solo esto. Hoy podemos hablar de una teología feminista en la Historia. Un feminismo que no se define como tal pero que ha existido y existe y toma decisiones incluso en una institución o en un pensamiento dominante que excluye a las mujeres. Se lo explico. Denunciamos como sistema patriarcal aquel en el que las mujeres, -aunque solo sea una-, son excluidas o discriminadas. Podemos definir como “feminista” cualquier acción que denuncie esta exclusión.
Gregorio Nacianceno, teólogo del siglo IV, observó a propósito del adulterio que, si lo cometía una mujer, todo el peso de la ley que castigaba hasta la muerte recaía sobre ella; si lo cometía un hombre no había castigo. Hizo notar que no era justo porque en las Escrituras, el mandamiento dice “honra a tu padre y a tu madre”. Es decir, exige el mismo comportamiento para hombres que para mujeres. Por ello, dedujo que las leyes que se aplicaban para castigar el adulterio no eran leyes de Dios.
Es ya una crítica al patriarcado, ¿no le parece? Pero, Gregorio Nacianceno fue más allá. Se preguntó por qué sucedía esto, por qué era posible. Encontró que la razón era que la ley fue escrita por hombres y no por mujeres. Como ve, la posición de un teólogo del siglo IV ya es crítica con el patriarcado. Podemos hablar de teología feminista en la Historia ya en ese entonces.
P.- ¿Qué es el feminismo para Teresa Forcades?
R.- Esta respuesta también es sencilla. No tardaré mucho en definirlo. Son tres o cuatro puntos. Primero, el feminismo trata de identificar la discriminación. No todos la ven. Ya en el siglo IV, Gregorio la identificó. Otros ni siquiera lo hacen hoy. Segundo, el feminismo es tomar conciencia de la injusticia de esta discriminación. En resumen, posicionarse en contra.
Tampoco basta con esto porque contra la discriminación debemos actuar y luchar para eliminarla. Hay un cuarto punto para hacer teología feminista. Nos debe quedar claro que la discriminación no viene de la naturaleza, no viene de Dios y no viene de los textos sagrados. Por tanto, hay que poner en tela de juicio y rechazar aquella Teología que teoriza la discriminación porque la considera querida por Dios.
Hacerse preguntas
P.- ¿Existe en la Iglesia y en el cristianismo la fuerza suficiente para superar discriminaciones tan profundas como las que el mismo Francisco denuncia a diario?
R.- Creo que sí. Otras veces ha pasado. Piense en lo que era el matrimonio antes del cristianismo. Era una cuestión económica que tenía mucho que ver con la propiedad: de quién era o quién la debía heredar. Y por lo tanto de quién era el hijo. Esto presuponía el control y la subordinación de la mujer. En el mundo antiguo, el matrimonio era un contrato entre dos hombres, el padre y el marido.
Para la Iglesia católica, el matrimonio es el encuentro de amor entre un hombre y una mujer que se eligen y se unen. Supuso un cambio radical en la cultura dominante de entonces. También en la tradición judía, en la que la mujer no es la madre del hijo del hombre, sino que este es “carne de su carne”.
P.- Si tuviera que hacer una sugerencia a las mujeres que se sienten incómodas en la Iglesia y quieren que se supere el inmovilismo, ¿qué les diría?
R.- Yo no haría discursos generalistas. No tengo un programa que sugerir. Sin embargo, sé por experiencia directa que las mujeres siempre deben hacerse preguntas que no están, –no estamos–, acostumbradas a hacerse: ¿qué pienso?, ¿cuál es mi deseo más profundo?, ¿qué es lo que realmente quiero?, ¿qué es lo correcto? La Iglesia tiene una extraordinaria historia de fuerza y resistencia femenina. Hay que estudiarla, potenciarla y contarla. Hay mujeres que se hacen estas preguntas todos los días, tantas que se las han hecho ya en el pasado. En mi monasterio las monjas se rebelaron tras el Concilio de Trento cuando la Iglesia pidió una clausura más rígida para las mujeres.
P.- Podemos concluir esta entrevista asegurando que es optimista y que confía en la posibilidad de que las mujeres cambien la Iglesia y de que la Iglesia cambie gracias a las mujeres.
R.- Se dice que el feminismo comenzó a principios de siglo con la reivindicación de los derechos políticos. Luego hay una segunda ola en los años setenta. El verdadero comienzo, en mi opinión, se produjo con la Convención de Seneca Falls en 1848 sobre los derechos de la mujer en los Estados Unidos. Mujeres como Elizabeth Cady Stanton no solo repitieron que la Biblia hasta ahora había sido interpretada de manera patriarcal y que esa no era la verdadera lectura de los textos sagrados, sino que también extrajeron consecuencias políticas.
Ya había sucedido con los esclavos afroamericanos. Los esclavos recibieron el cristianismo de sus amos, pero luego, cuando aprendieron a leer, se dieron cuenta de que el verdadero mensaje de las Escrituras no era el que les enseñaban sus opresores y que la Biblia no justificaba la esclavitud y la desigualdad. Entonces sucedió algo extraordinario.
Generalmente, el oprimido rechaza la religión del opresor, en cambio, muchos esclavos afroamericanos se mantuvieron fieles al cristianismo leyendo de otra forma las Escrituras y acusaron a sus amos de no haber leído bien la Biblia. En el caso de las mujeres está sucediendo lo mismo. En la fe y en las Escrituras está toda la fuerza para combatir el patriarcado de la Iglesia.
Tras sus pasos
Religiosa benedictina del Monasterio de Montserrat nacida en Barcelona hace 56 años. Es doctora con especialidad en Medicina Interna. Estudió en Buffalo (EEUU). Es además teóloga con un máster en Harvard, feminista y activista política. Criada en una familia no creyente, descubrió la fe en el colegio de monjas donde la inscribieron sus padres. Leyó por primera vez el Evangelio a los 15 años. En 1995, antes de regresar a Estados Unidos, decidió pasar unas semanas en el monasterio de Montserrat para prepararse para un importante examen de la carrera de Medicina. Es allí donde se dio cuenta de que quería ser monja y serlo en ese monasterio construido en la montaña de Monistrol de Montserrat, en Cataluña, España. Es monja de clausura desde 1997. En 2012 fundó el movimiento político Procés Constituent junto con Arcadi Oliveres, economista, académico, activista y presidente de Justícia i Pau, un grupo cristiano pacifista. Proponen la independencia de Cataluña a través de un nuevo modelo político y social basado en la autoorganización y la movilización social. En 2015, en los albores de las elecciones autonómicas catalanas, recibió permiso de su superiora y de la Santa Sede para salir de la clausura durante tres años y así poder entrar en campaña electoral compitiendo por la presidencia de la región. En 2018 volvió al monasterio para retomar su vida contemplativa.
*Entrevista original publicada en el número de febrero de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva