El cardenal Juan José Omella no tiene duda de que es posible “recuperar una sana democracia al servicio de la dignidad de la persona y del bien común de la sociedad”. Tanto es así que durante la apertura del II Congreso Iglesia y Democracia promovido por la Fundación Pablo VI presentó un decálogo para abonarla y cuidarla “meditada de Fratelli Tutti y del magisterio reciente del papa Francisco”.
Vida Nueva reproduce textualmente estos diez consejos del presidente de la Conferencia Episcopal Española:
- No hay democracia que dure en el tiempo sin una buena política y unos buenos políticos. La democracia no es eterna, si se corrompe se destruye.
- No hay democracia que perviva si no hay justicia social. Es indispensable atacar la creciente pobreza y desigualdad económica con todas las herramientas posibles.
- La democracia muere cuando deja de promover una economía al
servicio de las personas que gestione de manera eficaz y eficientemente los recursos, haciendo frente a la creciente pobreza y desigualdad social, que son el caldo de cultivo de los populismos que destrozan la democracia. - La democracia es compleja y, por tanto, requiere la participación, la
implicación, el esfuerzo y la paciencia de los políticos y también de todos los ciudadanos. Es una forma familiar de vida que hemos de cuidar y respetar entre todos para que no se pervierta ni se destruya. - Los medios de comunicación son vitales en una democracia. De ahí que los gobiernos traten de controlarlos. Hemos de acabar con esta práctica. Los ciudadanos tienen necesidad de una buena información para evitar ser manipulados.
- Una sana democracia no enfrenta el sector público al sector privado, sino que promueve su cooperación y asegura un uso eficaz de los recursos en beneficio de los ciudadanos, evitando duplicidades ineficientes e innecesarias. Hace unos días hemos conocido el informe elaborado por el Instituto de Estudios Económicos que muestra un uso ineficiente de los recursos públicos en España, ya que podría reducirse el gasto público en un 14% (unos 60.000 millones de euros) y seguir ofreciendo el mismo nivel de servicios públicos.
- Una sana democracia que quiera perdurar en el tiempo debe poner todos los medios a su alcance para que los ciudadanos, a pesar de sus diferencias de opinión, no se vean como enemigos o competidores, sino como hermanos.
- Necesitamos una democracia que descubra el diálogo auténtico y
respetuoso, la escucha real, la reflexión profunda y sosegada sobre los temas importantes, y no las prisas a las que someten los lobbies de diversas ideologías. La Iglesia está redescubriendo el camino de la sinodalidad, que no es el de las mayorías simples de votos, sino el camino más lento, pero más seguro y firme del consenso. - Una democracia que no se preocupa por sus jóvenes y por sus ancianos, es una sociedad que agoniza.
- Una auténtica democracia respeta los derechos fundamentales, entre los cuales se encuentra el derecho a la libertad religiosa. Quiero recordar que la Iglesia católica no pide privilegios, pero tampoco quiere que se la discrimine.