Miércoles. Otro miércoles cualquiera en Melilla. Hasta las 11:00 horas. 2.500 jóvenes se dirigen a la valla que separa África de España. Un total de 500 lograron llegar a Europa ante la sorpresa de las fuerzas de seguridad españolas. Al día siguiente, 3 de marzo, el factor sorpresa permite de nuevo la entrada de otros 350 de los cientos que llevan pasando todo el invierno en el monte. En total, unos 850 lograron llegar al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), de los casi 3.700 que las organizaciones de defensa de estas personas cifran que intentaron hacerlo.
El viernes volvió a haber un intento, de unos 1.000, esta vez frustrado. Y, aunque se preveía que hubieran más, no volvió a haber movimiento hasta el martes siguiente, cuando tampoco consiguió entrar ningún joven. Sin embargo, en estos dos últimos intentos, ninguna cámara ni organización de migrantes logró ver qué sucedió en la valla, pues las calles aledañas permanecían cerradas después de que las televisiones mostraran algunos episodios de exceso de fuerza, según explica a Vida Nueva Marisa Amaro, apostólica del Corazón de Jesús. De hecho, “el viernes oímos disparos -permitidos en Marruecos para defender la frontera–”, señala.
Mientras una crisis humanitaria sin precedentes desde la II Guerra Mundial se cierne sobre Europa, la Frontera Sur no da tregua. Sobre este drama, el portavoz del Comité de Acción Política de Vox, Jorge Buxadé, ha insistido en distinguir a estos migrantes de los “auténticos refugiados” que son los que están abandonando estos días Ucrania. Un hecho que demuestra que “no solo hay migrantes de primera y de segunda, sino hasta de tercera, como son quienes saltan una valla”, señala Amaro, perteneciente a una comunidad intercongregacional junto a las religiosas del Santo Ángel.
En concreto, ahora hay cuatro hermanas: una del Santo Ángel y tres apostólicas, que acompañan la realidad migratoria junto a todos los voluntarios de la Asociación Geum Dodou, y en red con el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) y ACNUR. Allí les ofrecen, primero, cursos de español a los recién llegados y luego hacen hincapié en lo relativo a la integración, para empoderarles de cara a su camino migratorio a la Península.
En Melilla preocupa especialmente la violencia, pese a que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, justificara las agresiones a migrantes por la “violencia inusitada” de estos. “Ha habido muchos heridos en estos dos asaltos. Los chavales han entrado en mal estado físico, con heridas no de la valla, sino de golpes, pues disparar pelotas de goma si está permitido por el Estado español”, denuncia la religiosa. Estos hechos, recogidos por las cámaras, han provocado que tanto el Defensor del Pueblo como el Relator Especial de la ONU para los derechos humanos de las personas migrantes hayan pedido una investigación.
Sobre estos episodios de violencia, muestra su pesar el coordinador del área Frontera Sur del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), Josep Buades, SJ. “Nos pesa mucho en todos estos saltos la cantidad de heridos y la consideración de las heridas. Tanto de migrantes y refugiados como de policías marroquíes y españoles. Hemos visto imágenes de uso desproporcionado de la fuerza y agentes sin número de identificación.
Son situaciones complejas y duras para todos –migrantes y policías–, pero tenemos que velar por que se respete la proporcionalidad en el uso de la fuerza”, sentencia el religioso. En este sentido, resalta la presencia eclesial en frontera, pues “como Iglesia estamos llamados a defender los derechos, velar por que las garantías que prevé el ordenamiento jurídico no queden en papel mojado y, sobre todo, acompañar personas”.