El colombiano Luis Carlos Fernández, misionero de Yarumal, lleva en Kenia desde 1982. Una vida entera que comparte con un pueblo tantas veces golpeado y en la que, desde 2013, entró en una nueva dimensión de entrega. Fue entonces cuando pasó a convivir con los samburu, “un pueblo que vive al norte del país, en un territorio semidesértico, con poca lluvia. En su mayoría, se dedican a la ganadería, son pastores y cuidan principalmente cabras y ovejas”.
Además del clima enormemente seco, la incomunicación marca su día a día: “La gente vive en pequeñas casas y muy distantes unas de otras; no hay electricidad, agua corriente y ni siquiera una letrina; menos aún, internet o radio”.
Sin duda, su mirada ha debido adaptarse a sus costumbres, en las que los niños son los que se llevan la peor parte: allí es frecuente el matrimonio infantil de niñas con hombres de todas las edades, todavía se practica la mutilación genital femenina y es habitual que, en el mismo momento del parto, se busque acabar con la vida de aquellos bebés que puedan venir con algún tipo de malformación o enfermedad visible.
Así, como cuenta Luis Carlos Fernández, “nacer con problemas físicos en Samburu es un riesgo muy grande”. Algo que vivió en un caso que le impresionó mucho y que, pese al dolor, comparte en clave de esperanza: “Cuando Francisca Laikipiani nació, corría el peligro de ser asesinada con tabaco para que ni respirara. En ese primer momento, su papá tomó la decisión de cortar de raíz su vida. La madre lo oyó y se escapó con la niña para la casa de la abuela”.
El destino las sonrió: “Dios la amaba al igual que su madre y su abuela, y la tenía para ser signo de su amor para mucha gente. Cuando creció, Francisca pudo estudiar Consejería y en la actualidad ayuda a mucha gente a superar problemas que no tienen la trascendencia que tuvo su nacimiento, con espina bífida y malformación de las extremidades inferiores. Mucha gente se cruzó en su camino y la pusieron en el lugar donde debía estar”.
Como comparte orgulloso el misionero colombiano, “hoy Francisca es una bendición para todos sus hermanos, para su familia y para todos los que sufren discapacidades, especialmente los niños”. Y es que en su historia encuentra una fuerte resonancia bíblica: “José el hebreo, el hijo de Jacob, fue condenado a muerte por el odio y envidia de sus hermanos, pero Dios lo tenía para grandes cosas y lo puso en Egipto para ser salvación de sus hermanos, no por el mérito de estos, sino por el amor de Dios y la calidad humana de José”.
Ahora, el religioso está muy pendiente de “Lpenesi, un niño de Nonkek. Se mueve con dificultad. Oye bien, pero no puede hablar porque tiene la lengua pegada al paladar. Estamos averiguando dónde se le puede hacer una operación que le suelte la lengua y pueda hablar. Además, estamos tratando de conseguir una silla de ruedas para brindarle calidad de vida. En Samburu tienden a esconder a los niños con limitaciones físicas y, si descubren la limitación a la hora de nacer, no los dejan vivir. Los papás, generalmente, no tienen la posibilidad de buscar ayuda profesional para estos niños y prefieren mantenerlos aislados en sus manyatas o viviendas. En Kenia hay varias instituciones que se preocupan por los niños con limitaciones, pero los cupos son muy reducidos”.
Otro caso es el de Samuel Leparmorijo: “El otro día fuimos a recogerlo a la escuela para niños discapacitados de Naromoru, a 231 kilómetros. Fue sorprendente verlo caminando. Antes se movía gateando y ahora está fortalecido y los médicos italianos dirán si lo operan o no. No lo hicieron antes porque estaba muy débil. Aquí, con la ayuda de África Rafiki, se le está haciendo la terapia y, si es necesario, lo operarán”.
Con todo, sabe que no hay medicina que el amor en el seno de la familia: “Cuando lo encontramos en el hogar se puso feliz, pero cuando se encontró con su mamá y los vecinos se le vinieron las lágrimas. El niño siempre está alegre. Llegamos de Naromoru, almorzamos y luego lo llevé a su casa en moto. Me acuerdo del lema del hospital infantil de Medellín en el que trabajé antes de venir aquí: ‘Una vida por la vida’. Llegamos cansados, pero felices con el progreso de Samuel y la alegría de su familia y vecinos al verlo caminado. Su hermanita menor y los otros niños quitaban las piedras del camino para que no se tropezara y le decían: ‘Shomo, shomo’ (‘avanza, avanza’). Que alegría es estar la familia unida”.