“No se trata de una fórmula mágica, sino de un acto espiritual”, destacó el pontífice que presidió la celebración penitencial de cuaresma y consagró a los países en guerra al Corazón de María
Una cita clave de la cuaresma vaticana es la celebración penitencial presidida por el Papa en la basílica de San Pedro. Francisco, además, ha reservado para esta ocasión la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María. En esta celebración, que ha coincidido con la solemnidad de la Anunciación del Señor, se sigue el rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual.
La consagración se realizó tras la celebración penitencial en la que el pontífice –tras celebrar de manera individual el sacramento– confesó a unos fieles. Como hiciera Juan Pablo II, ante una imagen de la Virgen de Fátima colocada sobre el altar principal de la basílica Vaticana, el papa Francisco dirigió la oración publicada hace unos días en la que señala que “ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio”.
“Que a través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios”, imploró el Papa tras venerar la imagen mariana. Un importante número de fieles siguió este acto desde el exterior del templo a través de las pantallas de la plaza.
En la homilía, el Papa repasó el evangelio de la anunciación y repartió “el Señor está contigo”, unas palabras “dirigidas a ti; puedes hacerlas tuyas cada vez que te acercas al perdón de Dios”. “Con demasiada frecuencia pensamos que la Confesión consiste en presentarnos a Dios cabizbajos. Pero, para empezar, no somos nosotros los que volvemos al Señor; es Él quien viene a visitarnos, a colmarnos con su gracia, a llenarnos de su alegría”, señaló. Para Francisco “confesarse es dar al Padre la alegría de volver a levantarnos. En el centro de lo que experimentaremos no están nuestros pecados sino su perdón” ya que Él “que nos libera y vuelve a ponernos en pie”.
“Restituyamos el primado a la gracia y pidamos el don de comprender que la Reconciliación no es principalmente un paso que nosotros damos hacia Dios, sino su abrazo que nos envuelve, nos asombra y nos conmueve”, invitó el Papa. “Pongamos en primer plano la perspectiva de Dios: volveremos a descubrir la importancia de la Confesión”, reclamó. “Lo necesitamos, porque cada renacimiento interior, cada punto de inflexión espiritual comienza aquí, en el perdón de Dios”, destacó Bergoglio sobre el “sacramento de la alegría” ya que “de la alegría, donde el mal que nos hace avergonzarnos se convierte en ocasión para experimentar el cálido abrazo del Padre, la dulce fuerza de Jesús que nos cura y la “ternura materna” del Espíritu Santo”.
Por eso, pidió a los sacerdotes: “sed los que ofrecen a quien se os acerca la alegría de este anuncio: Alégrate, el Señor está contigo. Ninguna rigidez, ningún obstáculo, ninguna incomodidad; ¡puertas abiertas a la misericordia! En la Confesión, estamos especialmente llamados a encarnar al Buen Pastor”. Para Francisco “si un sacerdote no tiene esta actitud, es mejor que no se ponga a confesar”.
“Cada vez que la vida se abre a Dios, el miedo ya no puede convertirnos en sus rehenes”, prosiguió. Por ello, el Papa interpeló a los fieles recordando que “si tus pecados te asustan, si tu pasado te inquieta, si tus heridas no cicatrizan, si tus continuas caídas te desmoralizan y parece que has perdido la esperanza, no temas. Dios conoce tus debilidades y es más grande que tus errores”. Ante esto, añadió, Dios pide que “las lleves a Él, las coloques ante Él, y de motivos de desolación se convertirán en oportunidades de resurrección”. A partir del ejemplo de María, destacó que “ella misma entregó a Dios su desconcierto” y que “nos enseña a comenzar desde Dios, con la confianza de que así todo lo demás nos será dado”.
Ante las escenas de la guerra y la destrucción “de tantos de nuestros hermanos y hermanas ucranianos indefensos”, Francisco denunció que “la guerra atroz que se ha abatido sobre muchos y hace sufrir a todos, provoca en cada uno miedo y aflicción”. Una situación de “impotencia y de incapacidad” que necesita “la presencia de Dios, la certeza del perdón divino, el único que elimina el mal, desarma el rencor y devuelve la paz al corazón. Volvamos a Dios, a su perdón”.
Una presencia, señaló, que se muestra a través del Espíritu Santo, por el que Dios interviene en la historia. “Nosotros solos no logramos resolver las contradicciones de la historia, y ni siquiera las de nuestro corazón. Necesitamos la fuerza sabia y apacible de Dios, que es el Espíritu Santo. Necesitamos el Espíritu de amor que disuelve el odio, apaga el rencor, extingue la avidez y nos despierta de la indiferencia”, reclamó. “Le pedimos al Señor muchas cosas, pero con frecuencia olvidamos pedirle lo más importante, y que Él desea darnos: el Espíritu Santo, la fuerza para amar”, advirtió.
“Un cristiano sin amor es como una aguja que no cose: punza, hiere, pero si no cose, si no teje y si no une, no sirve. Por eso es necesario obtener del perdón de Dios la fuerza del amor”, prosiguió. Para Francisco, “si queremos que el mundo cambie, primero debe cambiar nuestro corazón”, como cuando “Dios cambió la historia llamando a la puerta del Corazón de María”.
“Hoy también nosotros, renovados por el perdón de Dios, llamemos a la puerta de ese Corazón. En unión con los obispos y los fieles del mundo, deseo solemnemente llevar al Corazón inmaculado de María todo lo que estamos viviendo; renovar a ella la consagración de la Iglesia y de la humanidad entera y consagrarle, de modo particular, el pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que con afecto filial la veneran como Madre”, destacó. “No se trata de una fórmula mágica, sino de un acto espiritual. Es el gesto de la plena confianza de los hijos que, en la tribulación de esta guerra cruel e insensata que amenaza al mundo, recurren a la Madre, depositando en su Corazón el miedo y el dolor, y entregándose totalmente a ella”.
El Papa destacó que este acto significa “colocar en ese Corazón limpio, inmaculado, donde Dios se refleja, los bienes preciosos de la fraternidad y de la paz, todo lo que tenemos y todo lo que somos, para que sea ella, la Madre que nos ha dado el Señor, la que nos proteja y nos cuide”. “Nos consagramos a María para entrar en este plan [de paz de Dios], para ponernos a la plena disposición de los proyectos de Dios”, añadió. Y concluyó deseando “que Ella tome hoy nuestro camino en sus manos; que lo guíe, a través de los senderos escarpados y fatigosos de la fraternidad y el diálogo, por el camino de la paz”.