Su labor de formación y asesoramiento a episcopados y congregaciones ha hecho que Hans Zollner sea uno de los mayores expertos en la Iglesia en la lucha contra la pederastia. El jesuita alemán dirige el IADC – Instituto de Antropología. Estudios interdisciplinares sobre la dignidad humana y la cura de personas vulnerables de la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma, el extinto Centre for Child Protection. SomosCONFER conversa con él y con Antonio Carrón de la Torre, pieza clave en el IADC, pues el agustino recoleto español es docente desde que aterrizara en Roma como consejero de su instituto.
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PREGUNTA.- ¿Cuál es la contribución del IADC para hacer frente a la problemática de los abusos?
RESPUESTA.- El objetivo del IADC es promover la protección de menores a nivel académico y profesional a través de programas formativos y educativos, conferencias, sensibilización e investigación. En octubre se inauguró este nuevo Instituto, heredero del Centre for Child Protection, abriendo aún más su campo de acción a la dignidad humana y el cuidado de las personas vulnerables. Todo ello teniendo como fundamento la interdisciplinariedad, la sensibilidad cultural, la espiritualidad, la visión cristiana del ser humano y la centralidad de las víctimas.
El programa formativo más destacado del Instituto es el Diploma en Safeguarding, que actualmente se ofrece en español e inglés. Nos ha sorprendido mucho la gran demanda de este curso en español, lo que ha motivado abrir convocatorias extraordinarias el próximo año. Tras el Diploma, que ya han completado casi 200 personas de decenas de países, es posible especializarse aún más siguiendo con el programa de Licenciatura e, incluso, Doctorado.
Una clave importante para nosotros es crear red, unir fuerzas con personas e instituciones comprometidas con la prevención del maltrato y la protección de menores y personas vulnerables. Por ello, se mantiene el contacto con los alumni del Diploma, se establecen alianzas con otras instituciones y estamos al servicio de las necesidades formativas que nos solicitan, desde la Iglesia y desde otros ámbitos.
P.- Hay congregaciones que se enfrentan a casos por primera vez. Si soy un provincial y me llega una denuncia, ¿qué debo hacer? ¿Cómo me pongo al servicio de la víctima?
R.- Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de atender a una víctima es la actitud de escucha. Y escuchar de verdad, sin prejuicios, permitiendo expresarse con libertad. Es importante, además, hacerlo en un contexto acogedor, ofreciendo el apoyo que la víctima necesita y, si así lo requiere, con la presencia de un representante oficial de la congregación. A veces, hay víctimas que prefieren no hablar con la propia congregación y es mejor utilizar algún mediador. En España hay varias asociaciones que se encargan de ello y pueden servir como puente de diálogo.
Crear red
P.- En cuanto a las necesidades de una víctima, cada situación, cada caso, es distinto. Por ello, es necesario tratar a cada persona en particular, atendiendo sus particularidades.
R.- Respecto a las dificultades de las congregaciones pequeñas, la solución sería unirse a otras para crear equipos o pedir ayuda a otras instituciones que ya tengan un camino avanzado y les puedan ayudar. Trabajar juntos, unir esfuerzos, crear red, es la única forma de dar respuesta a estas situaciones.
Un aspecto importante que también debe tenerse en cuenta en un caso de abuso es el de la atención a las personas acusadas, a las que no debemos abandonar, y a las que tenemos la responsabilidad de acompañar. Es un nuevo reto en el que se va abriendo camino.
P.- ¿Puede un obispo o superior ser consciente de la magnitud del problema sin haber escuchado nunca a una víctima de abusos?
R.- Por supuesto que no. Sin esa experiencia de escucha de una víctima solo tendremos una visión externa, sin llegar al fondo de la situación. La magnitud del problema solo se logra vislumbrar al enfrentarse con el dolor y la experiencia de las víctimas. Eso es lo que permite el cambio de sensibilidad y de actitud. Fue algo que se tuvo muy presente en la cumbre sobre los abusos convocada por Francisco en 2019, donde los presidentes de las conferencias episcopales escucharon el testimonio de víctimas. Algunos habían tenido alguna experiencia; para otros era la primera vez y resultó impactante.
Pero eso no basta: sentir el impacto y empatizar con ese dolor debe conducir a dar pasos concretos de asistencia a las víctimas y producir cambios efectivos en la estructura y la organización de las diócesis y congregaciones en pro de la transparencia y responsabilidad institucional y personal.
Al inicio de un largo camino
P.- Esta cumbre antiabusos ha sido un punto de inflexión. ¿Ha cambiado más la Iglesia desde entonces que en los últimos 20 años?
R.- La cumbre de 2019 fue un importante momento de cambio. Posteriormente, a causa de la pandemia y otras circunstancias, el impacto previsto ha disminuido. En este momento estamos aún por ver si Vos estis lux mundi va a continuar influyendo, no solo en los casos de negligencia, sino también en la promoción de un necesario cambio de actitud más amplio y profundo en los líderes eclesiales.
En los últimos años podemos constatar más personas involucradas en el trabajo de prevención. Hay más conciencia en los obispos y en los superiores de comunidades religiosas, cosa que antes no ocurría. Con todo, debemos reconocer que estamos al inicio de un largo camino por recorrer.
P.- ¿El Papa ya ha hecho todo lo que estaba en su mano para reparar a las víctimas e impedir que estos casos vuelvan a repetirse?
R.- Francisco ha hecho mucho: ha creado la Comisión Pontificia de Protección de Menores, ha introducido cambios en las leyes de la Iglesia y ha escuchado y sigue escuchando a víctimas y personas acusadas. Su pontificado está suponiendo un gran impulso, pero queda mucho por hacer.
P.- Ahora que en varios países comienzan a crearse comisiones independientes, ¿hay algunas claves para conseguir que sean verdaderamente independientes y generen confianza en las víctimas?
R.- Una comisión independiente requiere que sea independiente de verdad, que no esté bajo el control de una congregación, una conferencia episcopal u otra institución que la promueva. A veces surge el temor de que las conclusiones de estas comisiones sean negativas, y se tiende a mantener un control sobre las mismas. Pero si hay algún tipo de intervención externa o control de esa comisión, es mejor no crearla ni iniciar nada porque no será creíble.
Un criterio a tener en cuenta para estas comisiones es no seguir solo una línea jurídica, sino también tener en cuenta el aspecto personal, psicológico y afectivo de las víctimas. Y, además, es muy importante la responsabilidad moral de la Iglesia, que incluye la escucha de las víctimas, más allá de las pruebas. La Iglesia, como Madre, tiene que atender y acompañar el sufrimiento de las personas, más allá de lo jurídico.
Factores de riesgo
P.- Algunas víctimas tienen la sensación de que estas investigaciones tienen más que ver con mejorar la reputación de la institución que con reparar su dolor. ¿Cómo poner a las víctimas en el centro?
R.- Tiene que haber una escucha verdadera, sin descartar a nadie. Debemos ser conscientes de que entre las víctimas hay opiniones y expectativas muy diferentes. Cada persona debe ser escuchada desde su situación, desde su sufrimiento, desde sus necesidades. Y todo ello con respeto, con acogida, sin prejuicios, tratando de ayudar y acompañar.
P.- Todavía hay sectores que afirman que los abusos están ligados con la homosexualidad de los sacerdotes o religiosos. ¿Es así?
R.- Los estudios indican que la homosexualidad, en sí, no produce el abuso. Supone un factor de riesgo como otros muchos, pero un sacerdote o religioso homosexual no es más proclive a cometer un abuso. En la Iglesia hay homosexuales que viven su vida sacerdotal o religiosa con un recto compromiso hacia sus votos, y no tienen mayores dificultades que otros para desarrollar su vocación y misión. La homosexualidad en la Iglesia debería encontrar una manera para vivirse con paz en un camino de madurez, desarrollo y plenitud.
P.- También hay quienes conectan el celibato con los abusos…
R.- Una vida insana supone múltiples factores de riesgo, como el vacío espiritual, la falta de amistades, la sobrecarga de trabajo, la soledad. Todo ello son factores de riesgo. Pero el origen más común de los abusos está en la errada concepción del poder, en el clericalismo, en los déficits de desarrollo afectivo, relacional y sexual.
P.- Hay muchos cristianos que, ante el dolor de estas situaciones, llegan incluso a experimentar crisis de fe. ¿Qué les dirían?
R.- Entendemos muy bien estas reacciones, pues se trata de un tema muy presente en los medios y en la opinión pública. En el fondo, todo depende de la forma en que las autoridades de la Iglesia están enfrentando esta problemática. Y parece que no están siendo suficientemente conscientes de que si no actúan, todo seguirá igual.
Cualquier organización que tiene un problema y lo quiere resolver se centra en ello y dedica todos los esfuerzos disponibles. La Iglesia no está enfrentando la crisis de abusos como debiera, está postergando hacerle frente y, por tanto, el problema se mantiene. Y aún más, si no enfrentamos los casos de abuso del pasado, la gente no verá cuánto estamos haciendo como Iglesia en términos de prevención.
En este tema se concentran muchos de los desafíos que la Iglesia tiene que afrontar hoy: el diálogo con el mundo actual y sus problemáticas reales, la política, los medios de comunicación, las ciencias. Y junto a todo ello, la necesidad de rendir cuentas, lo que en inglés se define con el término accountability, que debe ser una actitud de todo cristiano y de la Iglesia como institución: ser responsables de lo que hacemos, y asumir las consecuencias en el caso de que no se haga lo necesario. Es algo que surge como consecuencia directa de dar razón de nuestra fe.
Sumar fuerzas
P.- ¿Cómo podemos vacunar a los católicos contra el negacionismo sobre los abusos?
R.- La responsabilidad moral de la Iglesia es mayor y, por ello, es urgente hacer frente a esta crisis de abusos cometidos en su seno, pero si de verdad queremos promover una cultura del buen trato y solucionar el problema de los abusos, tenemos que mirar las estadísticas y fijarnos en el contexto donde más abusos de producen.
Aunque un solo caso de abuso producido en la Iglesia es ya muy grave, es necesario tener en cuenta que el problema de los abusos está presente en todas nuestras sociedades y, fundamentalmente, en el ámbito familiar y en otros contextos que no podemos descuidar, como los entornos digitales o el deporte. En todo ello, como Iglesia tenemos que colaborar con otras instituciones y agentes sociales. Es sumando fuerzas como podemos dar un paso en la transformación de esta realidad de abusos a nivel global.
P.- Tal y como está la situación en España, hablar de abusos contra religiosas podría parecer una forma de escurrir el bulto, pero es una realidad dolorosa y cada vez se atienden en los centros psicológicos eclesiales a más hermanas…
R.- Se trata de una realidad que debemos afrontar. En el vuelo de regreso del viaje a Emiratos Árabes Unidos en 2019, Francisco habló sobre los abusos a religiosas por parte de sacerdotes. En algunas congregaciones religiosas femeninas se están haciendo esfuerzos para asumir medidas más consistentes que eviten estas graves situaciones, pero no podemos olvidar que aquí no solo hablamos de abusos sexuales, sino de abusos de autoridad, de conciencia, espirituales, que tienen consecuencias gravísimas.