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Las mujeres toman el Camino de Santiago

Ellas son mayoría en la ruta que lleva a Compostela





“Una disminución estadísticamente significativa en los niveles de estrés y angustia emocional, con un aumento constante en la satisfacción con la vida”. Así, explica el éxito del Camino de Santiago la Universidad de Zaragoza. Estas son las razones por las que personas de todos los lugares y épocas lo consideran la experiencia más importante, decisiva o placentera de su vida. El estudio de 2021 se hizo sobre una base de más de 400 peregrinos y se llamó “Ultreya” (ir más allá), la palabra de ánimo entre los peregrinos.



400 personas acostumbradas a viajar de distintas formas, a compartir dormitorio en los albergues, a dormir en literas y a usar los baños comunes. Las escenas se repiten. José, de Argentina, hilo y aguja en mano, se dispone a curar la primera ampolla de los pies de María, italiana. Mientras, la ropa de los peregrinos se seca al tímido sol porque conviene lavar periódicamente. Así la mochila nunca superará el peso ideal de 10 kilos.

Hay dos chicos de Santander que roncan sin piedad y dos amigas americanas que no paran de hablar. Y por suerte está Mikki, una coreana parisina que habla poco y camina sola. Además, llega al albergue casi siempre antes que los demás y prepara la cena. Al amanecer se escucha, “¡buen camino!” y nos vamos. Lo escucharemos de nuevo en cada parada que hagamos junto a los bocinazos de los camioneros que nos saludan cuando pasamos por la autopista.

Será por todo ello que, en 10 años, de 2009 a 2019, se han duplicado los peregrinos en busca de la “Compostela”, el pergamino que certifica la consecución de la meta, hasta superar los 300.000 anuales. Y será por eso de cuidarse, por la actitud de que nadie se quede atrás, de echar una mano a los que tienen que cruzar un riachuelo, de escuchar las historias de compañeros desconocidos, que el Camino de Santiago se convierte cada vez más en el camino de la mujer. Las más idóneas, dicen los guías, para viajar solas. Según la Confederación Española de Agencias de Viajes, el 65 por ciento de las personas que viajan solas son mujeres. Como Lin, que viene de Hong Kong, trabaja en un centro comercial y quiere “encontrar el silencio y pensar en cómo cambiar”.

En 2018 hubo 164.836, peregrinas, el 50,35% del total. Ahora, con la pandemia, las cifras han bajado. Treinta mil viajeros en 2020 y cien mil en 2021, año en el que, como en 2022, se prorrogó la jacobea, lo que significa indulgencia plenaria para todos. Siempre hay, un buen motivo para recorrer esos 781 kilómetros (o las etapas más cortas) entre rayos de luz y lluvia, con la mirada sumergida en el verde de los bosques o en el azul del mar. El destino físico es la Catedral donde se venera al apóstol Santiago, decapitado en Palestina en el año 44 d.C. y cuyo cuerpo fue encontrado, según la tradición, ocho siglos después en Galicia, en el campo de la estrella, Compostela.

La llamaron así porque eran las estrellas las que indicaban el lugar donde fue enterrado el cuerpo del apóstol. Para llegar hasta allí, allá por el año 825, el rey Alfonso el Casto, partiendo de Oviedo, realizó la que se considera la primera peregrinación de la historia. A lo largo de la Edad Media, hasta la crisis provocada por la Contrarreforma en los lugares de culto alejados de Roma, los peregrinos afrontaban el Camino de Santiago despojándose de todos sus bienes, incluidas las esposas, para recuperarlos, mediante contrato, únicamente a su regreso después de al menos nueve meses y con el alma pura.

Alguno se llevó a la esposa, porque no podía separarse de ella, como Ulf Gudmarsson, esposo de Santa Brígida de Suecia. Tuvieron ocho hijos y emprendieron ese largo viaje por Europa, en 1341, justo cuando los papas vivían el cautiverio de Aviñón. A su regreso, Ulf enfermó y murió. Brígida renunció para siempre a sus bienes, entró en el monasterio y emprendió su camino hacia la santidad.

Patrona de las anfitrionas

Antes que ella hubo una chica que emprendió sola el Camino. Santa Bona de Pisa tenía 18 años cuando, de regreso de Tierra Santa en 1174, le asaltó una visión que la llevó a unirse a un grupo de peregrinos que partían hacia Santiago. Y comprendió que su misión era precisamente la de asistir a quienes se embarcaban en ese fatigoso viaje lleno de peligros. La última vez estaba tan agotada que, se dice, fue el propio Santiago quien la ayudó llevándola, volando, hasta su destino.

En 1962 el Papa Juan XXIII la nombró patrona de las anfitrionas. Ya no hay peligro en ninguno de los seis caminos de Compostela: el Camino Francés, el más largo y popular; el Camino Portugués; el Camino del Norte; el Camino Inglés; el Camino Primitivo y la Vía de la Plata. Cualquiera que pasa por allí piensa en Denise Pikka Thiem, una estadounidense nacida en Hong Kong, asesinada a los 41 años en 2015 mientras cruzaba la provincia de León. Un hombre fue condenado por el crimen. El asesino cambió la dirección de la ruta para atraerla a su casa, atacarla y luego enterrarla en el campo.

Las indicaciones que siguen los peregrinos son la flecha y la concha amarillas, símbolo mismo de la peregrinación a Compostela. Señalan caminos y senderos, hitos esenciales del Camino que va hacia el Oeste y tiene dos puntos de referencia también en el cielo: el Sol y su parábola de día y la Vía Láctea de noche. Ahora que los smartphones han llegado a las rutas jacobeas, que se han convertido en patrimonio de la UNESCO, existe una aplicación para ayudar a las mujeres: Alertcops, que a través de la geolocalización permite una intervención inmediata si se necesitara.

También hay una comunidad en Facebook, la Red Internacional de Mujeres del Camino de Santiago. Lo más emocionante es la sensación de caminar junto a los peregrinos de la Edad Media, por los mismos caminos que suben a las montañas, a las iglesias en ruinas y a los pequeños pueblos, aunque ahora lo hagamos con modernas zapatillas de trekking y bastones tecnológicos.

Varios puentes se construyeron en la Edad Media para facilitar las comunicaciones. Uno es el de la Magdalena, a los pies de las murallas de Pamplona o el Puente de la Reina, mandado construir por Munia de Navarra. Y también de los cruceiros, en parte objetos de devoción, en parte signos antiguos de lo que, antes de la era cristiana y la conquista romana, era una vía sagrada de los cultos celtas. Da igual que cruces calles atestadas de coches o de edificios de hormigón porque en el corazón, o en la cabeza, o en el alma del peregrino, siempre hay algo religioso y místico que le impulsa a caminar.

Ni siquiera importa cuál sea su religión o si tiene una. Hay quienes se inspiran en la espiritualidad algo new age de Paolo Coelho y su diario de viaje de 1987. Quienes buscan la fuerza para resistir el dolor como narra el superventas autobiográfico de la periodista coreana Kim Hyo Sun, seis caminos para abandonar las intenciones suicidas.

Hay quienes van en busca del mundo de la Vía Láctea de Luis Buñuel. El director surrealista, para reivindicar la fuerza de la razón sobre la espiritualidad, solo hizo recorrer el Camino a sus héroes y, para que negaran la peregrinación, los hizo peregrinos. Así lo explica el periodista Bruno Manfellotto, exdirector del semanario L’Espresso y otros diarios italianos, que en 2004 estuvo de camino con el director de programas de radio Sergio Valzanìa para un proyecto radiofónico.

La verdad es que, cualquiera que sea la motivación que los impulse, todos están dispuestos a sufrir para escalar las “montañas del dolor”, sabiendo que finalmente llegarán al Monte del Gozo desde el que se puede ver el destino, la catedral románica de Santiago. Su fachada barroca, la fachada del Obradoiro, parece estar ahí, a un paso.

Parece que se puede tocar, pero es una ilusión porque queda otra hora de camino, más de cuatro kilómetros, para llegar a la plaza y poder asistir a la misa del Peregrino. Y así, finalmente, disfrutar del rito del botafumeiro, el enorme y muy pesado incensario que cuelga del altar central y se balancea por el crucero a una velocidad vertiginosa, rozando las cabezas de los presentes y dejando un rastro perfumado.

Y allí encontramos a Maggi, que tiene 32 años, es un sargento mayor del ejército alemán y ha estado tres veces en Afganistán. O a Simona, italiana que estudia tercero de Derecho y trabaja como camarera y niñera. Vemos a una joven rusa que come frutos secos para reponerse y un brasileño que nos explica que ha dejado todo “para descubrir qué puede hacer para ayudar” en este mundo. El camino puede prolongarse desde Santiago de Compostela 90 kilómetros más hasta el cabo de Finisterre, en el Océano Atlántico, hasta donde llegaban los peregrinos de la Edad Media para llevarse una concha y probar así que habían hecho el viaje.

Una señora de pelo blanco, sentada en la escalinata de la catedral, habla con dos niños:

“Abuela, ¿cuál es el camino?”

“Ya lo has hecho”.

“Sí, ¿y después?”

“Lo que harás, pero sobre todo lo que ya estás haciendo”.

*Reportaje original publicado en el número de marzo de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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