María José García Calvo, a quien todos conocen como Curín, es religiosa de Jesús-María y hoy se entrega como misionera en Haití. Aunque, mucho antes de abajarse para abrazar tantas heridas, esta madrileña nutrió su vocación vital y espiritual estudiando Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid e iniciando también estudios en Educación Social. Ya en la congregación, estudió los dos años de Filosofía en la universidad de los dominicos en Valencia y Teología en la Facultad de la Compañía en Granada, además de un año en Comillas.
Y ahí llegó un punto de inflexión: “Al terminar el grado, una hermana de mi congregación, profesora de Teología, me animó a hacer el máster en la Facultad de Granada. Este máster lo he ido realizando poco a poco, compaginándolo con clases de Religión en Secundaria y como educadora y animadora pastoral en un colegio mayor universitario. Además, en los últimos años me he sentido muy interpelada por la situación de personas migrantes”.
“En las diversas facultades en las que he estudiado –prosigue–, la mayoría eran religiosos varones. Había pocas religiosas y prácticamente ninguna laica. Creo que esto muestra también el tipo de Iglesia que actualmente tenemos, por lo menos en España. En el caso de las religiosas, normalmente tenemos menos facilidades para realizar los estudios, ya que, en muchos casos, en seguida se han de combinar con las exigentes demandas de la misión y de la vida comunitaria”.
Una dificultad que conoce de cerca: “A veces he tenido compañeras que han hecho auténticos malabares para poder encajar las diversas obligaciones y a su vez responder a los estudios. Muchas veces, las congregaciones se plantean el estudio de la teología para que las personas en formación ‘consigan un título’ y así puedan dar clase en un colegio. Creo que esto es un gran error, pues el estudio de la teología asienta la vocación cristiana y prepara para poder tener una palabra bien fundamentada en la Iglesia”.
“Si las mujeres –reclama– queremos tener una palabra de autoridad en la Iglesia, hemos de formarnos. En el siglo XXI no podemos pretender vivir y proponer el Evangelio y la propuesta cristiana sin una buena cimentación en la propia fe. La teología, aquí, tiene mucho que aportar”.
En su caso, pudo compaginar su formación teológica “con una vida de misión muy intensa”, lo que, además de un “fuerte esfuerzo”, también “me ha servido de contraste y de incentivo para unir teología y vida: teología y jóvenes, teología y feminismo, teología y migración, teología y ecología…”.
Como teóloga, García Calvo siempre trata de “estudiar los dogmas, especialmente los trinitarios y los cristológicos, a la luz del tiempo presente”. ¿Cómo? Con una premisa fundamental: “Hacerme estas preguntas: ¿en qué se traduce hoy este dogma o enseñanza de la Iglesia? ¿En qué nos ayuda a comprender nuestra propia existencia? ¿Hacia dónde nos empuja como humanidad? ¿A qué nos estimula?… En mi labor como docente y como agente de pastoral, mi máxima inquietud es intentar traducir al lenguaje de los adolescentes y jóvenes la propuesta cristiana, la esencia del cristianismo”.
Algo cuyas entrañas ha abrazado en su misión en la doliente Haití: “En este reto de interconectar teología y vida, la realidad de la pobreza y la discriminación ha sido una de las interpelaciones más grandes. Me interesa profundizar en lo que la teología puede decir a las personas que están en los márgenes, las personas descartadas, las últimas, las invisibles. Y, por ende, lo que la teología puede decir a toda persona que busca al Dios de Jesús, quien ha escogido situarse entre las personas más pobres, a quienes llama dichosas y donde asegura ya está el Reino de los cielos”.
“Una teología –observa– que no se interesa por las cuestiones que nos sacuden como sociedad, que no alienta a una mayor humanidad, que no toma en serio abordar los problemas concretos de nuestro mundo, es una teología vacía. Por eso, la teología está siempre en un estadio inacabado y penúltimo, lo que la hace profundamente interesante y retadora”.
Se trata, por tanto, “de acercarse al depósito de la fe con las inquietudes, sensibilidades y desafíos del tiempo presente. De ahí que siempre esté abierta a la novedad, la creatividad y la sorpresa. Para mí, hacer teología es ir al Misterio eterno, al fundamento de nuestra existencia, con los pies muy en la tierra y la mirada en el horizonte. Esa es la teología que me interesa”.
Mirando más allá, la religiosa de Jesús-María percibe que “la teología en la que nuestra generación se mueve está muy en relación con otras disciplinas: filosofía, sociología, psicología, economía…. A su vez, creo que otro rasgo es el deseo de enriquecer la propia mirada, el propio punto de vista, e intentar proponer una teología más abierta a la Iglesia universal, a la diversidad de nuestro mundo, intentando superar una teología demasiado eurocéntrica y muy marcada por una visión androcentrista”.
Como mujer y teóloga, ve “una situación realmente compleja. Ser mujer en la Iglesia y además ahondar en ella desde la teología es ciertamente difícil. Nos encontramos en un momento histórico en el que ya hay un desfase demasiado grande entre lo que las mujeres vivimos a nivel social y lo que se nos posibilita en la realidad eclesial. Urge dar pasos adelante en lo que el Papa llama ‘una presencia de las mujeres más incisiva en la Iglesia’. Porque, ciertamente, ¡ya vamos muy tarde!”.
“Ahora bien –matiza–, estos cambios que en la Iglesia necesitamos no los hemos de proponer solo por una adecuación a la modernidad (o ya a la posmodernidad) sino por fidelidad al propio Evangelio. Es realmente doloroso ver una Iglesia paralizada, una Iglesia que, en la cuestión de las mujeres, durante décadas no ha avanzado hacia una mayor igualdad”.
Con todo, para García Calvo este puede ser “un tiempo propicio. Los síntomas de una Iglesia patriarcal han estallado hasta límites que superan la ficción. Los abusos son un claro ejemplo. Francisco ha identificado el clericalismo como uno de los mayores lastres que tenemos como Iglesia. Se trata de establecer los mecanismos y estructuras necesarias para ir generando una Iglesia de iguales donde no solo el clero tenga una voz autorizada. Este es uno de los mayores problemas y, desde la teología, es un momento adecuado para ser críticas y propositivas. En este sentido, las aportaciones de las teologías feministas son importantísimas. Por supuesto, también son importantes iniciativas de base como la Revuelta de Mujeres en la Iglesia o el movimiento Voices of Faith”.
En esta tarea, “la Iglesia ha de superar los roles y estereotipos tradicionales y trascender esa marcada visión esencialista en la que se sustenta un uso ilícito de las diferencias sexuales”. Ahí, “es fundamental que en los discursos se haga referencia a las mujeres como personas concretas y no a ‘la mujer’ como un todo”.
Nomenclaturas aparte, lo esencial es el espíritu que reflejan, siendo importante “favorecer y apoyar una teología plural y en búsqueda respecto del ser y del papel de las mujeres en la Iglesia. Por un lado, me interesan mucho las propuestas de las teologías feministas. Necesitamos como Iglesia esa mirada crítica de la realidad y esa revisión de la propia historia. A su vez, también me interesa profundizar en una antropología más unitaria e igualitaria, que revierta el peso de una antropología tradicional demasiado fundamentada en la diferencia sexual. El reto está en pasar de una antropología androcéntrica a una antropología humanocéntrica, que pretende captar la revelación de lo divino en lo humano integral”.
Ella misma ha dedicado parte de sus estudios de máster “a pensar sobre la cuestión de las diferencias sexuales en la Iglesia”. Y lo que ha detectado “es que en la historia y actualmente en la Iglesia se ha hecho un uso ilícito de las diferencias sexuales, por las propias consecuencias que se ha extraído de dicha diferencia. Así pues, la diferencia se ha traducido en deficiencia para las mujeres”.
En la lucha contra “estereotipos que limitan enormemente”, la misionera se muestra “especialmente crítica con el discurso del ‘genio femenino’. Considero que este discurso no favorece la construcción de una Iglesia viva en la que hombres y mujeres podamos ser en plenitud. Además, si las mujeres hemos de participar en la Iglesia para aportar nuestra particularidad o nuestro ‘no sé qué especial’, y no por nuestra igual dignidad de bautizadas, ¿qué cambios profundos podemos esperar?”.
Su último planteamiento mira fijamente a los ojos a Jesús: “La asociación tan marcada que hace el Magisterio entre Cristo y ‘lo masculino’ está llamada a repensarse. Por lo mismo, se ha de reconsiderar la posibilidad de que las mujeres también puedan actuar in persona Christi (capitis) –concepto por el que el ministro representa a la misma persona de Cristo–. El Magisterio, como sabemos con Juan Pablo II, declaró cerrada esta cuestión, pero no podemos renunciar a exponer el tema de fondo. Ciertamente, son un logro algunos pasos que se están dando en el pontificado de Francisco para que la mujer pueda tener una presencia más incisiva en la Iglesia, pero, si no apuntan a valorar que realmente hombres y mujeres somos igualmente dignos, también para representar a Cristo, son, a mi modo de ver, medidas deficientes que no acaban con el fundamento patriarcal en el que se sustenta la Iglesia”.