A lo largo de los diez kilómetros que separan el aeropuerto de Luka de La Valletta, una jubilosa multitud con banderas vaticanas y maltesas ha saludado la caravana de coches en la que viajaba el Papa. Al entrar en el centro histórico de la capital, Francisco ha subido a bordo del papamóvil que le ha conducido hasta el monumental Palacio del Gran Maestre.
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Este grandioso edificio fue construido a finales del siglo XVI como residencia del Gran Maestre de la Orden de los Caballeros de Malta y, sucesivamente, fue ocupado por el invasor napoleónico y por el Gobernador de Su Majestad Británica, hasta que Malta consiguió la independencia y dejó de ser colonia inglesa. Hoy es la residencia del presidente de la República de Malta, miembro desde el 2004 de la Unión Europea y de otras instituciones internacionales.
En este imponente Palacio ha tenido lugar la ceremonia oficial de bienvenida, en la que han participado el presidente, George William Vella, y el Primer Ministro: el laborista Robert Abela. Después de unos cordiales y privados encuentros con ambos, ha tenido lugar el recibimiento a su ilustre huésped.
En el discurso que ha pronunciado en la Sala del Gran Consejo, ante unas 150 autoridades y el Cuerpo Diplomático, Francisco no ha dejado de abordar con valentía temas muy delicados como la ilegalidad y la corrupción, la delincuencia y la criminalidad que asolan la sociedad maltesa cómo puso de manifiesto el asesinato en el 2017 de la periodista Daphne Caruana, en el que se vieron envueltos miembros del anterior gobierno los cuales tuvieron que dimitir con su presidente.
Por la paz y los migrantes
Uno de los puntos tocados pro Bergoglio ha sido el fenómeno migratorio, “que no es una circunstancia del momento, sino que marca nuestra época. Desde el sur pobre y poblado, multitud de personas se trasladan hacia el norte más rico… la expansión de la emergencia migratoria exige respuestas amplias y compartidas. No pueden cargar con todo el problema solo algunos países, mientras otros permanecen indiferentes. Y países civilizados- denunció- no pueden sancionar por interés propio acuerdos turbios con delincuentes que esclavizan a las personas. El Mediterráneo necesita la corresponsabilidad europea para convertirse nuevamente en escenario de solidaridad y no ser la avanzada de un trágico naufragio de civilizaciones”.
Consciente del trágico momento de la guerra que se está desarrollando en Ucrania, el Pontífice lamentó que “el viento gélido de la guerra que sólo traer muerte, destrucción y odio, se ha abatido con prepotencia sobre la vida de muchos y los días de todos. Y mientras una vez más algún poderoso – en una alusión implícita al presidente Putin sin citarlo- tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, provoca y fomenta conflictos, la gente común advierte la necesidad de construir un futuro que, o será juntos o no será. Ahora en la noche de la guerra que ha caído sobre la humanidad, no hagamos que desaparezca el sueño de la paz”.
Siguiendo con este doloroso tema añadió: “Si, la guerra se fue preparando desde hace mucho tiempo con granes inversiones y comercio de armas. Y es triste ver cómo el entusiasmo por la paz, que surgió después de la segunda guerra mundial, se haya debilitado en los últimos decenios, así como el camino de la comunidad internacional con pocos poderosos que siguen adelante por cuenta propia, buscando espacios y zonas de influencia. Y, de este modo, no sólo la paz sino tantas grandes cuestiones, como el hambre y las desigualdades han sido de hecho canceladas de las principales agendas políticas”. Un discurso rubricado por una nutrida salva de aplausos de todos los presentes.