El Domingo de Resurrección se cumple un año desde su nombramiento como arzobispo de Sevilla. Aterrizó en una capital andaluza deseosa de dar carpetazo a la pandemia, entre otras cosas, para desatar tanta emoción contenida en el epicentro de la piedad popular española. En este tiempo, José Ángel Saiz Meneses se ha dejado empapar por la pasión cofrade para vivir a pie de costalero cada estación de penitencia de la que es su primera Semana Santa hispalense y, de alguna manera, un volver a empezar para todos los sevillanos.
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PREGUNTA.- ¿Cómo afronta su estreno, más en un año tan especial de retorno tras dos de sequía por la pandemia? ¿Se siente como niño con zapatos nuevos?
RESPUESTA.- Con ilusión y esperanza, y con mucha expectación. Me siento como un pastor en una nueva parcela del Pueblo de Dios, que va a vivir con sus fieles la celebración de los misterios centrales de nuestra fe cristiana en unos oficios litúrgicos de gran solemnidad en la catedral, y en unas manifestaciones multitudinarias de fe y fervor religioso en las calles y plazas de la ciudad. La Cuaresma ya ha sido muy intensa, y ahora va a llegar a su culmen la manifestación de fe y de amor al Señor y a María Santísima, en la que espero disfrutar en medio de los fieles, y recibir todo el don que el Señor nos quiere conceder en estos días.
P.- Ya ha vivido algún ensayo de lo que vendrá, por ejemplo, con la salida extraordinaria del Jesús del Gran Poder. ¿Qué le está haciendo descubrir o redescubrir como cristiano la fe del pueblo sevillano que tuviera adormecido?
R.- La sustancia de los misterios de la fe se celebra de la misma forma a través de la liturgia de la Iglesia. La expresión de la fe a través de la piedad popular sí que adquiere matices diferentes y subrayados muy variados según cada lugar. En este sentido, Sevilla es incomparable. La Misión del Gran Poder y la Procesión Extraordinaria de la Virgen de los Reyes con ocasión del 75º aniversario de su Declaración de Patronazgo de la ciudad y de la Archidiócesis han sido dos momentos extraordinarios, en los que me impresionó mucho lo que percibía en sus rostros, en las miradas de niños, jóvenes, adultos y mayores: la fe, el fervor, la esperanza, la ternura, el amor profundo que expresaban a Nuestro Señor y a María Santísima, en una multitud inmensa y con una intensidad enorme.
P.- Por lo que cuentan algunos hermanos mayores y cofrades, da la sensación de que llevara media vida capeando con hermandades y cofradías… No se le ve ajeno a esta realidad…
R.- Algo conocía de este ámbito pastoral por mi etapa de obispo en Terrassa, y allí fue una experiencia muy positiva, aunque, como suelo decir, la realidad de las hermandades y cofradías allí era una pequeña planta que yo acompañaba con cariño y esperanza. La realidad de aquí es como un árbol frondoso, o un bosque entero, por la cantidad de hermandades y cofradías, y de hermanos que forman parte de ellas. La acogida que me han dispensado, tan cordial y cariñosa, hace que sea fácil mi misión entre ellos, y desde el principio me siento muy integrado.
Tres dimensiones
P.- En este tiempo al frente de la archidiócesis, sí se ha podido empapar al menos de que, detrás del incienso y las túnicas de estos días, hay mucho más que una fe superficial. ¿Queda todavía mucho postureo?
R.- Las reglas de las hermandades contienen tres dimensiones: el culto, la formación y la caridad. Yo hablo por mi experiencia, por lo que he visto, por las celebraciones que he tenido con ellos, por las visitas a las sedes y a las obras sociales. Las celebraciones son muy solemnes y vividas interiormente, con atención y profundidad. Se cuida la formación lo máximo posible, pese a las limitaciones y dificultades del ritmo de vida actual. En cuanto a la obra social, todas las hermandades han de tener una obra caritativo-social y, en conjunto, la obra social que llevan a cabo es extraordinaria.
Por otra parte, la misión del Gran Poder ha abierto un horizonte nuevo, de primer anuncio, que tendrá continuidad, y cuyo ejemplo quizá sea seguido por otras hermandades. Hay que conocer la realidad de las hermandades de cerca y a fondo, y no quedarse en estereotipos y prejuicios. Por supuesto que hay aspectos a mejorar, hay que crecer en formación, en profundidad, etc., como en todos los ámbitos de la Iglesia.
En esta tierra son el principal muro de contención frente a la secularización que padece la Iglesia y un ámbito pastoral donde la transmisión de la fe, tan difícil hoy, se hace con naturalidad. Así lo he expresado en Roma en la reciente visita pastoral a los diferentes dicasterios y en el encuentro con el papa Francisco, que, por cierto, tiene en gran estima la religiosidad popular.