Por ser el azote vaticano contra los abusos lo conoceréis. Pero Charles Scicluna es, además de secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, arzobispo de Malta. Por eso ha sido, junto al cardenal Mario Grech –también maltés– el escudero de Francisco en su viaje al país. Finalizada la cuarta visita del sucesor de Pedro a la isla, el prelado comparte con Vida Nueva el gozo que ha dejado allí el Papa llegado del fin del mundo.
PREGUNTA.- Usted ha vivido, primero como sacerdote y ahora como obispo, los viajes de los tres últimos papas. ¿Qué acentos destacaría de la visita de Francisco?
RESPUESTA.- Los malteses han recibido a Francisco como un embajador de la misericordia de Dios. El Papa es Evangelio en estado puro: es ternura, compasión y cercanía. Eso es todo lo que pudimos sentir al tenerlo en nuestro país: nos topamos con un pastor muy cercano a su pueblo, muy compasivo en sus gestos y tierno en el tú a tú. Por eso recibió una respuesta tan extraordinaria de los malteses.
P.- Entre los católicos existe división en torno a Francisco. ¿Cómo le ven en su país?
R.- Yo diría que es muy bien recibido. No es una sorpresa que un obispo no siempre es comprendido por todo el mundo. Sin embargo, Francisco está en muy buena compañía, la de Jesucristo. Además, su testimonio confirma su mensaje. Para mí, este es el gran desafío que el Papa lanzó a la Iglesia maltesa: no solo es importante que mantengamos las tradiciones que tanto apreciamos, sino que tenemos que llegar a ser siempre testigos de la alegría del Evangelio. Fue hermoso cuando en la isla de Gozo, al visitar el Santuario Nacional de la Virgen de Ta ‘Pinu, dijo esta hermosa frase: “El Gozo de la Iglesia es evangelizar”.
P.- Uno de los momentos más destacados de la visita ha sido el encuentro con los migrantes. A ellos se ha referido como “patrimonio de la humanidad”. ¿Estamos sabiendo acoger a estas personas como hermanos?
R.- Desgraciadamente, los últimos acontecimientos nos muestran que esto es algo que tenemos que seguir aprendiendo. No es algo que se dé por sentado como se le enseña a un niño a dar las gracias, a decir por favor o a pedir perdón. Son cosas que no se nacen sabiendo. Hay que aprender a reconocer la humanidad de la otra persona aunque venga de una cultura diferente, tenga un color de piel distinto o hable otra lengua. Como sociedad, seguimos en proceso de aprendizaje para acoger a nuestros hermanos y hermanas e integrarlos cuando llegan a nuestras costas.