Después de dos años han vuelto los fieles a celebrar la eucaristía en la Plaza de San Pedro. Ha sido con motivo de la celebración del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. El papa Francisco ha presidido los ritos iniciales aunque no se ha desplazado junto al obelisco central ni participado en la procesión hasta el altar tras la bendición de las palmas. De hecho, llegó a la sede en automóvil. El pontífice, debido a sus dolores de rodillas, ha seguido este momento desde el altar situado en el atrio de la basílica vaticana ya con la casulla puesta, en lugar de la habitual capa pluvial.
Los obispos y cardenales presentes son quienes han participado en la procesión con los ramos, portando de forma mayoritaria la mascarilla a pesar de no ser obligatoria en espacios exteriores. En la misa el idioma predominante ha sido el italiano, aunque se han incluido peticiones en chino, en esloveno o en malabar, la lengua mayoritaria del estado de Kerala, en el sur de la India. Además, la lectora de la epístola lo hizo vestida con los colores de ucrania, azul y amarillo. Como es habitual, tres diáconos han cantado el relato de la Pasión, en este año según san Lucas y lo han hecho con la fórmula abreviada.
Tras la lectura de la Pasión, el papa Francisco, en su homilía, ha destacado que en momento de la muerte “las palabras de Jesús crucificado en el Evangelio se contraponen, en efecto, a las de los que lo crucifican” que le exhortan a “aalvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, en el propio éxito, en los propios intereses; en el tener, en el poder y en la apariencia”. Jesús, por su parte, “en ningún caso reivindica algo para sí; es más, ni siquiera se defiende o se justifica a sí mismo. Reza al Padre y ofrece misericordia al buen ladrón”, destacó el Papa.
“Allí, en el dolor físico más agudo de la pasión, Cristo pide perdón por quienes lo están traspasando. En esos momentos, uno sólo quisiera gritar toda su rabia y sufrimiento; en cambio, Jesús dice: Padre, perdónalos”, prosiguió el pontífice. Jesús, añadió, “no reprocha a sus verdugos ni amenaza con castigos en nombre de Dios, sino que reza por los malvados. Clavado en el patíbulo de la humillación, aumenta la intensidad del don, que se convierte en perdón”.
Francisco invitó a pensar “que Dios hace lo mismo con nosotros. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos. Para darnos cuenta de esto, contemplemos al Crucificado. El perdón brota de sus llagas, de esas heridas dolorosas que le provocan nuestros clavos”. “Contemplemos a Jesús en la cruz y veamos que nunca hemos recibido una mirada más tierna y compasiva. Contemplemos a Jesús en la cruz y comprendamos que nunca hemos recibido un abrazo más amoroso”, exhortó.
“Allí, mientras es crucificado, en el momento más duro, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor por los enemigos”, prosiguió. Mientras, lamentó: “¡Cuánto tiempo perdemos pensando en quienes nos han hecho daño! Y también mirándonos dentro de nosotros mismos y lamiéndonos las heridas que nos han causado los otros, la vida, la historia”. Por eso, destacó el Papa, “hoy Jesús nos enseña a no quedarnos ahí, sino a reaccionar, a romper el círculo vicioso del mal y de las quejas, a responder a los clavos de la vida con el amor y a los golpes del odio con la caricia del perdón”.
Para Francisco, “el Señor nos pide que no respondamos según nuestros impulsos o como lo hacen los demás, sino como Él lo hace con nosotros. Nos pide que rompamos la cadena del “te quiero si tú me quieres; soy tu amigo si eres mi amigo; te ayudo si me ayudas”. No, compasión y misericordia para todos, porque Dios ve en cada uno a un hijo. No nos separa en buenos y malos, en amigos y enemigos. Somos nosotros los que lo hacemos, haciéndolo sufrir. Para Él todos somos hijos amados, que desea abrazar y perdonar”.
“Dios no se cansa de perdonar, no es que aguante hasta un cierto punto para luego cambiar de idea, como estamos tentados de hacer nosotros”, insistió. “No nos cansemos del perdón de Dios, ni nosotros sacerdotes de administrarlo, ni cada cristiano de recibirlo y testimoniarlo”, pidió Bergoglio. Y es que, en la Pasión, “Jesús no sólo implora el perdón, sino que dice también el motivo: perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y es que Él, como “nuestro abogado”, “no se pone en contra de nosotros, sino de nuestra parte contra nuestro pecado”.
A partir de esto, el Papa destacó que “cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida porqué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas”. Para Francisco esto “lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos”, reclamó.
Mirando al ‘buen ladrón’, el pontífe destacó finalmente su disposición a acoger el perdón de Dios “mientras su vida está por terminar, y así su vida empieza de nuevo; en el infierno del mundo ve abrirse el paraíso”. “Este es el prodigio del perdón de Dios, que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia”, concluyó.