El pontífice preside la celebración en la que los presbíteros de Roma renovaron sus promesas sacerdotales y se bendijeron los santos óleos para el nuevo año
Tras el paréntesis del 2020, el papa Francisco finalmente ha restablecido la normalidad de la mañana del Jueves Santo y junto con una representación del consejo presbiteral de la diócesis de Roma, así con diferentes fieles, ha presidido la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro. Los presbíteros presentes, unos 1.800 entre curas, obispos y cardenales, durante esta celebración, han renovado sus promesas sacerdotales ante el obispo de Roma y el pontífice ha consagrado el crisma y bendecido los Santos Óleos como marca la tradición. Al ir recuperando el aforo en la basílica a la reducción la eucaristía se ha celebrado en el altar de la Confesión y se ha rescatado la procesión con las ánforas de los óleos, que hace un año estaban simplemente situadas frente al altar desde el inicio de la celebración. Además, los fieles se han preparado para la misa rezando la hora de Tercia.
En su homilía, el pontífice recordó a los presbíteros que ser sacerdote es “una gracia, una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para la gente; y para nuestro pueblo es un gran don el hecho de que el Señor elija, de entre su rebaño, a algunos que se ocupen de sus ovejas de manera exclusiva, siendo padres y pastores”. Un ministerio cuyo salario es “la amistad con Jesús. No hay paz más grande que su perdón. No hay precio más costoso que el de su Sangre preciosa, que no debemos permitir que se desprecie con una conducta que no sea digna”.
La Palabra de Dios, destacó el Papa ofrece invitaciones del Señor “a que le seamos fieles, a ser fieles a su Alianza, a dejarnos amar, a dejarnos perdonar; no sólo son invitaciones para nosotros mismos, sino también para poder así servir, con una conciencia limpia, al santo pueblo fiel de Dios”. Dirigiéndose a los sacerdotes, añadió: “La gente se lo merece e incluso lo necesita”. Por eso recomendó a los curas “fijar los ojos en Jesús”, por ejemplo en el examen de conciencia para tratar “de entender qué le agrada al Señor y qué desea de nosotros aquí y ahora, en nuestra historia actual”.
Y es que para el pontífice es muy importarte desenmascarar los “ídolos” que pueden tentar al sacerdote en su ministerio reemplazando la presencia de Dios por otros criterios. “Es que los ídolos tienen algo —un elemento— personal. Al no desenmascararlos, al no dejar que Jesús nos haga ver que en ellos nos estamos buscando mal a nosotros mismos sin necesidad, y que dejamos un espacio en el que se mete el Maligno”, advirtió. En concreto, el Papa denunció “tres espacios de idolatría escondida”:
Para Francisco, es estas actitudes “reemplazamos la esperanza, que es el espacio del encuentro con Dios, por la constatación empírica. Es una actitud de vanagloria por parte del pastor, una actitud que desintegra la unión de su pueblo con Dios y plasma un nuevo ídolo basado en números y planes”. “Jesús es el único camino para no equivocarnos en saber qué sentimos, a qué nos conduce nuestro corazón. Él es el único camino para discernir bien, confrontándonos con Él, cada día, como si también hoy se hubiera sentado en nuestra iglesia parroquial y nos dijera que hoy se ha cumplido todo lo que acabamos de escuchar”, propuso.
El pontífice concluyó su homilía pidiendo a san José “que nos libre de todo afán de posesión, ya que este, el afán de posesión, es la tierra fecunda en la que crecen los ídolos. Y que nos dé también la gracia de no claudicar en la ardua tarea de discernir estos ídolos que, con tanta frecuencia, escondemos o se esconden”.