El papa Francisco preside los sobrios oficios del Viernes Santo en la basílica de San Pedro pero el dolor de rodilla le ha obligado a omitir la postración en el suelo
Tras la celebración de la Cena del Señor, que el papa Francisco presidió en una cárcel romana, el Viernes Santo litúrgicamente ofrece la máxima sobriedad y la celebración de la Misa se suspende para contemplar al Crucificado. Unos oficios que comienzan con el expresivo gesto de la llegada en cierta penumbra a la Basílica de San Pedro donde la celebración de la Pasión comienza sin cantos, una procesión de entrada reducida y con el papa Francisco ha sustituido la postración en oración sobre el suelo frente al baldaquino de Bernini con el altar completamente desnudo por un instante de silencio despojado de la mitra y el solideo.
Así ha comenzado una celebración que ha incluido, como es habitual, una Liturgia de la Palabra en torno al texto de la Pasión del evangelista san Juan –que el pontífice ha seguido sentado en la sede preparada para la ocasión–, la Adoración de la Cruz –siempre sin poder arrodillarse el Papa por su dolencia en la rodilla– y el Rito de la Comunión. Solo recogimiento, oración y devoción entre los rayos de luz que se colaban por las ventanas de la cúpula de Miguel Ángel. Como en las demás celebraciones de esta Semana Santa, la basílica ha recuperado su aforo.
El Papa, que preside la celebración, en cambio no hace la homilía. Ha sido, como es habitual, el predicador de la Casa Pontificia el cardenal Rainiero Cantalamessa el encargado de hacerlo. Sin más ornamento litúrgico que su hábito de capuchino y el solideo rojo, Cantalamessa se detuvo en el diálogo de Jesús con Pilato en el que Jesús presenta su proyecto del reino de Dios. “Al declarar que es rey, Jesús se expone a la muerte; pero en lugar de disculparse negándolo, lo afirma fuertemente”, destacó el cardenal. Jesús, prosiguió, “vino a la tierra ser testigo de la verdad. Trata a Pilato como un alma que necesita luz y verdad y no como a un juez. Se interesa en el destino del hombre Pilato, más que en el suyo personal. Con su llamada a recibir la verdad, quiere inducirle a entrar en sí mismo, a mirar las cosas con un ojo diferente, a colocarse por encima de la contienda momentánea con judíos”.
Una verdad, la de Jesús, lamentó que ha quedado fuera de muchos debates sociales “como si nunca hubiera existido en el mundo un hombre llamado Jesucristo”. Y es que, lamentó, “la palabra ‘Dios’ se convierte en un recipiente vacío que cada uno puede llenar a su antojo. Pero precisamente por esta razón Dios se preocupó por dar contenido a su nombre mismo”. “¡La Verdad se hizo carne! De ahí el arduo esfuerzo por dejar a Jesús fuera del discurso sobre Dios: ¡Él quita al orgullo humano cualquier pretexto para decidir, él, lo que Dios es!”, proclamó el capuchino.
“La única alternativa a la verdad de Cristo es que se trata de ‘un caso de megalomanía demente y fraude gigantesco’”, añadió el predicador citando al escritor John Ronald Tolkien. El relativismo actual, lamentó, hace que no haya “espacio para las grandes narraciones sobre el mundo y la realidad, incluidos aquellos sobre Dios y sobre Cristo”. Citando al pensador existencialista Søeren Kierkegaard, Cantalamessa señaló que “se habla mucho de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es sólo la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque nunca tuvo, en el sentido más profundo, la impresión de que hay un Dios y que él —precisamente él, su yo—, está ante este Dios”.
Ante lo “más absurdo y desesperanzador se vuelve el mal que nos rodea, sin fe en un triunfo final del bien. La resurrección de Jesús de entre los muertos es la promesa y la garantía cierta de que este triunfo tendrá lugar, porque ya ha comenzado con Él”.
“Nuestro amor se podrá enfriar y nuestra voluntad rasguñar por el espectáculo de las deficiencias, la locura y los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que quien ha creído de verdad una vez abandone la fe por estas razones, y menos aún quien tiene algún conocimiento de la historia”, escribió el autor de ‘El Señor de los Anillos’. “Pero por Jesús —por lo que debe soportar— antes que por nosotros. Lloramos –agregamos hoy– con las víctimas y por las víctimas de nuestros pecados”, glosó.
En una Pascua en la que las bombas sustituyen a las campanas, concluyó, que “los arreglos del mundo cambian de un día para otro. Todo pasa, todo envejece; todo —no sólo «la bendita juventud»—, falla. Solo hay una forma de escapar de la corriente del tiempo que arrastra todo detrás de sí: ¡pasar a lo que no pasa! ¡Pon tus pies en tierra firme!”.
En esta ocasión en la celebración, dentro de la solemne oración universal del Viernes Santo, se han elaborado dos peticiones específicas sobre la situación actual con motivo de la guerra de Ucrania. Se ha pedido para que Dios ilumine a los gobernantes “para buscar el bien común en la verdadera en la verdadera libertad y paz”. “Dios todopoderoso y eterno, en tus manos están las esperanzas de la humanidad y los derechos de cada pueblo: asiste con tu sabiduría a aquellos que nos gobiernan, para que con tu ayuda, promuevan una paz duradera, la prosperidad de los pueblos y la libertad religiosa”, imploró el pontífice.
También se invitó a rezar “por los pueblos desgarrados por las atrocidades de la guerra”, para que “sus lágrimas y la sangre de las víctimas no sea derramada en vano, sino que acelere una era de la paz que brota de las gloriosas heridas de Jesucristo”. Así el Papa pidió a Dios que aleje “de la humanidad los horrores y lágrimas de la humanidad lo antes posible, para que todos seamos llamados verdaderamente sus hijos”.